Muy a pesar de la urgencia de actualizar la percepción hacia el género, la administración marianista se empeña en escenarios evocativos de tiempos idos, cuando se imponía la rasposa voz de dueño de todo y de todos. Hoy, los tiempos son distintos, yo diría radicalmente distintos.
Respecto a uno de los cuadros de Frida Kahlo, cuyo paradero reclamó hace poco la diputada Lorena Cuéllar, la pintora decía: “Es tan malo que simplemente no sé cómo me puede decir que le gusta. Totalmente horrible…»
Eso es lo que la temperamental mujer opinaba respecto al retrato de Miguel N. Lira, en medio de un lóbrego y complejo entorno, como era su estilo, lleno de nostalgia, al cual describía de la siguiente manera en una carta enviada a Alejandro Gómez Arias, por esos tiempos, compañero sentimental suyo:
«Estoy pintando un retrato de Lira, totalmente feo. Lo quería con un fondo en el estilo de Gómez de la Serna…es tan malo que simplemente no puede decir que le gusta…”
Esta y otras pinturas quedaron en poder del querido Miguel N. Lira. Y de alguna forma llegaron a manos del religioso Rubén García Badillo, quien a su vez los cedió al gobierno de Tlaxcala para enriquecer el patrimonio cultural.
Vale la pena saber que esta y otras seis obras de la apasionada Frida han dada varias veces la vuelta al mundo, presentadas como parte del acervo tlaxcalteca.
Con el marianismo, estas pinturas quedaron confinadas a sus empaques, por cierto, estos fueron abiertos sin recato alguno por manos anónimas e inexpertas.
De no haber sido por el escándalo desatado por la diputada Cuéllar, esa riqueza seguiría hundida en el polvo de indolencia.
Y claro, reclamarlas en virtud de su infinito valor, no cae mal a la legisladora para apuntalar su precandidatura tricolor al Senado de la República, en esa carrera tenebrosa, muy al estilo de quienes propinan puntapiés y reciben piquetes de ojo, pero eso sí, siempre conservando una postura muy elegante, como lo marcan los cánones del viejo partidazo.
Así que al gobernador Mariano González Zarur, no le cayó bien el estruendo lorenista, primero porque va en contra del reglamento de su club de machos antimujeres.
Luego porque significa la presencia, indeseable y humillante (para él) de Beatriz Paredes Rangel, de quien le urge contar con razones para desconocer el compromiso adquirido en la víspera de la elección de julio, de la cual resultó indiscutible ganador.
Mire lo que son las cosas: Frida, Lorena, Beatriz. Tengo una ligera sensación de una malquerencia relacionada con el género.
Eso, el amo debería cuidarlo con el esmero de un líder seguro de sus capacidades y actualizado en los temas más sentidos. Otra, creo, es su percepción.
Un panorama geriátrico.
Su turno al bate para impedir que otros, menos viejos puedan aparecer a cuadro.
La prevalencia de una generación, evocativa de tiempos idos como arenga a su estilo personal de desempeñar el poder, carece de futuro por la misma esencia de su condición. La premisa de la vejez y de una visión radical abiertamente derechista, arropa al brutal renacimiento de un priísmo que por gracia de la voluntad popular quedó como los cuadros de Frida, envuelto en cartones para aguardar el paso del tiempo.
El culto a la persona como el lenguaje con el que se ha de responder a los zapes de un cargado sustituto de Fox, guardando proporciones, no es motivo de orgullo para quienes han de atestiguar a los cambios de mandos como álbumes retro que hasta en empeños de carácter cultural anteponen la vara de la intolerancia.
La apertura de frentes a diestra y siniestra incluye desde luego a personajes de su partido.
Suponíamos que ante el cantado acotamiento de esta administración, el líder habría de ser precavido.
Al contrario. Resultó desafiante, desdeñoso y afecto a la humillación de los demás.
Dañar la presencia cultural de Tlaxcala, ordenando guardar a las Fridas, cual fámula soterrada en la cocina (según el lenguaje del portentoso Margarito Ledezma,) muestra la urgencia de mejores maneras, digamos, un curso urgente del manual de Carreño.
Enhorabuena si hay esperanzas de modificar la política muy al estilo El castillo de la pureza, donde Claudio Brook encarna el papel de une especie de manchis, empeñado en que sus órdenes se cumplan sin oposición y determinado a propinar zapes a quien se atreva a disentir de su indicaciones.
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