Mariano tiene que cambiar de fondo, el peñanietismo se lo demanda. ** Beatriz dirá a quién tocan las delegaciones federales.
Dos momentos. Días después de los comicios, el gobernador Mariano González Zarur, rechaza que una elección -como la del primero de julio- califique a una administración (bueno, se refería a la suya… digamos, fue un pequeño intento por defender la apabullante derrota sufrida en Tlaxcala por sus candidatos, incluyendo a Peña Nieto).
El otro, hace un par de días. El virtual presidente electo, Enrique Peña Nieto, tuvo una opinión visiblemente contraria: «No, creo que nadie está para castigar absolutamente a nadie, creo que los ciudadanos con su voto, que obedece sin duda a varios factores, sin duda uno de ellos es la evaluación que hacen de la gestión de los propios Gobernadores y de los Gobiernos».
Conclusión: esto es lo que el ex abanderado tricolor a la Presidencia llama entreveramiento generacional. O sea, en el pizarrón de la política actual se entrelazan dos opiniones contrarias. La de un personaje que pese a las resistencias encontradas lucha por llevar a su partido a los estadios de la democracia, y la de un gobernante dogmático y necio.
Los dos son estilos actuales de contemplar al poder. Nada más que uno está a punto de formalizar el triunfo más importante en las disputas del país, y el otro se hunde en un mar de contradicciones tras haber obtenido el voto de castigo, primero de un partido al que acabó por negar y, luego de un pueblo ilusionado inútilmente con un verdadero cambio.
La opinión de Peña Nieto no es privativa de los gobernadores: «No sólo de los gobiernos estatales, de los gobiernos en general: estatales, municipales, federales. El ciudadano con su voto también, de alguna forma, pondera y evalúa la gestión de sus gobiernos».
Así que la práctica del viejo PRI recién aplicada con resultados trágicos en Tlaxcala tiene una lectura más que interesante.
Mariano tiene que aceptar la necesidad de un cambio integral. No tiene alternativa pues, la aparente asunción de Peña Nieto, parece venir con la misma intolerancia de aquí, pero con una necesaria visión democrática (en caso contrario respingaría la marabunta 132, y eso no es deseable).
Quizás le hace falta la presencia del gran asesor televiso, René Casados, cuya historia se remonta a la imagen lograda del presidente Erenesto Zedillo. Con el éxito alcanzado, Televisa vio en él todo un valor y lo ayudó a fundar una especie de instituto para alcanzar el éxito en la política a través del infalible método: «sonríe y la fuerza estará contigo».
La cosa es aparentar que se es moderno, actualizado… vamos, alivianado, aunque en el fondo se conserve intacta la formación dinosáurica del tricolor (¿hay otra?).
Peña Nieto perdió la elección en Nuevo León, Tamaulipas y Veracruz, frente a la candidata presidencial del PAN, Josefina Vázquez Mota.
Le pasó lo mismo en Quintana Roo, Tabasco y Tlaxcala, ante el abanderado del Movimiento Progresista, Andrés Manuel López Obrador.
Bueno, hasta los gobernadores Rodrigo Medina, de Nuevo León; Egidio Torre, de Tamaulipas; Javier Duarte, de Veracruz, y Roberto Borge, de Quintana Roo, acudieron a varios actos proselitistas del candidato, durante la campaña.
En el caso de Tlaxcala, el plan fue tan lleno de emoción que se comprometió al vástago en un proyecto de la política de altura que quedó sin concretarse.
Mientras estos mandatarios complicaron su vida y lograron resultados chafas, otro personaje, Beatriz Paredes Rangel, se dedicó a hacer una campaña-ficción en la Ciudad de México, donde la enorme mayoría de chilangos la ve como extraña.
Su plan era otro. Conseguir dos millones de votos para el abanderado a la Presidencia. No lo logró. A penas la mitad, pero muy buenos porque se dieron en una entidad mayoritariamente convencida por la Izquierda.
Beatriz cuidó las formas.
Manejó una talentosa agenda, llevó varias veces a Peña Nieto a actos defeños para ganar su confianza y se dedicó a aguardar el momento de contar el botín para cuyo logro aportó su buen millón (de votos).
Corre la versión en los pasillos del CEN tricolor que gracias a semejante gesto, la seño de Tizatlán tendrá el privilegio de quitar y poner delegados federales, y también uno que otro delegado nacional del partido, porque hay casos, como el de un tal Enrique Glez-Glez, que han roto record con su ineficiencia.
Si el PRI tronó como ejote en el segundo distrito electoral federal, propiedad de Beatriz, fue por la pésima campaña del candidato, Enrique Padilla.
Por si fuera poco, Padilla pidió ayuda a montón de orticistas. Le dieron el sí, pero no le dijeron para qué. En realidad el orticismo tuvo un tremendo voto diferenciado, sobre todo a favor de AMLO, pues la cosa era asegurar la humillación a Mariano, cuando viese los resultados.
Estos últimos párrafos alimentan el hambre beatricista por poner un guarura de este tamaño a la entrada de la casa donde se repartirán las delegaciones. Pobrecito Quique Padilla tiene derecho de picaporte. Pero eso no ocurre con otros como Joaquín Cisneros, hoy por hoy el gran perdedor de la elección.
La obstinación marianista por conseguir logros sin ceder tantito ha tenido resultados desastrosos.
No hay duda, es un error apostar a todo o a nada. En el claroscuro de la política surgen las beatrices y las rosarios Robles y hasta los quiques Padilla.
Pero queda demostrado que el PRI lidia la lucha más intensa con su pasado. Ni siquiera la pretensión de López Obrador por anular los comicios le precupa tanto como la necedad de gobernadores al estilo Mariano, criados en el seno echeverrista y empeñados en sacar a don Gustavo del sitio donde yace, naturalmente ataviados con el bigotito y la pelona de Carlos Salinas de Gortari.
¿De qué nos preocupamos?… en eso consistió el deseo de más de dieciocho millones de electores.
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