La fortaleza del Congreso en el sistema de pesos y contrapesos juega un papel vital para el Estado, ante un ejecutivo desbordado en su pretensión de acumular poder. Las reformas planteadas alientan la creación de una especie de monarquía… de algo tan raro como letal.
Si algo destaca en la pretendida transformación del Estado planteada por el gobernador Mariano González Zarur, es dotar al ejecutivo de mayores facultades, bajo la premisa de lograr un equilibrio entre poderes.
Al planteamiento en sí, Mariano le llama entrega integral de iniciativas.
En la más reciente, que afecta al Poder Judicial, plantea la reducción de magistrados, de catorce a nueve, pretendiendo con tal adelgazamiento un mayor dinamismo en la atención de cientos de expedientes rezagados.
Si la actual estructura de magistrados y jueces contempla, a veces inerme el cerro de trabajo acumulado, al tomar las tijeras para cortar cabezas como parte de su visión muy personal de lo que debe ser la burocracia aplica el criterio empresarial que, a decir del presidente del Tribunal Superior de Justicia, Justino Hernández, habrá de ser sometido a un riguroso análisis.
La propuesta tiene jiribilla. Comienza por esgrimir el incremento de 26 por ciento al presupuesto de dicho Poder. La pasa por su mira personal, “ya veré como les puedo ayudar”, y tienta con ese mensaje la codicia de quienes claramente entienden su estrategia del beneficio económico palomeando una lista arbitraria. Aquellos en desacuerdo tendrían frente a sí a la creciente comunidad de desempleados.
Ello depende de la aprobación de esta iniciativa.
El documento es tan complejo como amañado. Condena a la Sala Electoral Administrativa (SAE) al ente unitario que disponga de un solo magistrado –alguien a modo, como Silvestre- para librarse de aquellos votos inconvenientes que tanto dificultan la perspectiva personal de Estado, decíamos con un mayor equilibrio entre poderes. Bueno, eso es el aparejamiento desde una visión para la cual las pesas más robustas de la balanza estén del lado del Ejecutivo.
Es un raro concepto del equilibrio. Un intento de tomadura de pelo a juristas, diputados y ciudadanos que, no salen de su asombro al contemplar esa cascada interminable de propuestas para blindar, fortalecer y dar impunidad a las decisiones de un ejecutivo-señor feudal, o mejor, de un monarca con tal acumulamiento de fuerza que en el futuro nadie, ni siquiera se atreva a mirarlo a los ojos.
Sume esta transformación a la iniciativa de ley orgánica de la Procuraduría, concentrando el poder en la titular y por tanto en su patrocinador.
Haga el mismo ejercicio con la ley mordaza, preocupada por proteger “honorabilidad y buen nombre” de los funcionarios.
Dirija la mirada a la arbitraria distribución del presupuesto, que al día de hoy tiene enfrascados a los diputados en la misma incredulidad registrada en el Poder Judicial.
Ah, y acabe por añadir el nuevo concepto marianista del campo, “Tlaxcala tiene vocación industrial y turística ‘no del campo improductivo”.
A esta, la nueva política del viejo PRI –insisto, esto nada tiene que ver con los principios revolucionarios sino con una facción de ese partido- corónela con las pláticas sin prueba alguna del último viaje internacional, “para promover las ventajas del estado” y, entonces dígame en qué ha consistido este primer ejercicio de gobierno.
En verdad le digo, esto no puede existir. Quisiera verlo como un mal sueño del que ya urge recobrar la conciencia. Es una cadena interminable de abyecciones con rumbo a la promulgación de una rara monarquía en el estado libre y soberano de Tlaxcala, donde por decreto magistrados y jueces tendrán que checar tarjeta, diputados harán caravanas al altísimo, víctimas de la delincuencia tendrán que besar sus pies y los opinadores tendrán que cuidar su lengua si no quieren pasar el resto de sus días en el exilio, dentro de una celda de alta seguridad o, dentro de una zanja, pudriéndose tras ser pasados por la hoguera inquisitoria de este armastote sin rumbo y constructor de un mundo raro, una isla de la fantasía, un paraíso al estilo Disney, donde sólo quepan sirenitas y moglies (el chamaco del Libro de la Selva).
Plácido… Plácido…. Plácido!
Falta un día para el gran espectáculo.
Ánimas porque la venta de boletos sea la esperada.
A costa del salario de los burócratas, a quienes les cobrarán con cargo a la nómina. A costa de los erarios municipales, porque algunos alcaldes se alinearon por la derecha y accedieron a afectar las arcas de sus ayuntamientos.
Ojalá el pago esté asegurado.
Recuerdo los desfiguros de los seguidores de la Maldita Vecindad, cuando un indolente alcalde, Benito Hernández, permitió que no se presentaran porque el empresario no reunió los honorarios de la banda.
Ni pensar en semejante tragedia en un acto de tanto caché.
Qué distinto habría sido presentar al enorme Plácido Domingo en un lugar abierto, sin costo, para el regocijo de los aturdidos tlaxcaltecas tras el arribo del ciclón marianista.
¿Cuántas personas cabrán en el estadio Tlahuicole? ¿Cinco mil?, ¿Seis mil?
El tenor habría reunido multitudes. No le exagero al comentarle que en una plaza abierta a toda la gente, fácil llegarían 100 mil o más a presenciar este, sin duda el mejor espectáculo en la historia moderna de Tlaxcala.
En tal escenario, los dos millones de dólares que costará pagar a la estrella se habrían diluido entre un tejido social merecedor de por lo menos una atención de su autoridad.
Pero no.
La obsesión empresarial, muy improvisada por cierto, del patrón, si puede le arranca los centavos a los miles y miles de pobres que en este sexenio crecen desmesuradamente.
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