Se dan con todo, unos mantienen en sus activos a las instituciones de educación superior; otros pintan su nombre en las fachadas de las escuelas. La única diferencia entre ambos es el empobrecimiento del estado a niveles insoportables.
Con ocho meses de anticipación, la guerra entre grupos está declarada. Orticismo y marianismo tienen rato de intercambiar cachetadas, pero de unos días a la fecha agudizaron las hostilidades.
Disputan senadurías y diputaciones federales. La elección presidencial pasa a un segundo término en función del escaso el porcentaje de votos que la entidad aporta al gran cotejo. De la relación con el próximo presidente o presidenta, los nuevos senadores y diputados ya se encargarán de tender puentes, pero en su momento.
Los escenarios de las hostilidades son varios. A la Universidad Autónoma de Tlaxcala, por ejemplo el gobernador Mariano González Zarur, la vislumbra como un coto en el mediano plazo. Insiste en esa idea pese a la escasa posibilidad de conseguirlo, por no llamarla nula.
La distancia que ha guardado con el aula -casi alergia al conocimiento- induce su capacidad cognitiva a iniciativas básicas a las cuales hace falta el estruendo de la violencia verbal, con rumbo a un esquema tepiteño del fajador condenado a la ortografía de quienes escriben cajón con “g”.
Lo han observado con atención. Y entonces se abre una brecha muy amplia entre las tácticas cupulares de la academia y las insistentes acometidas muy al estilo Pipino Cuevas, tras el nocaut como lejana esperanza de cuajar una acometida ante una comunidad a la cual no se le complica tomar una decisión motivada por la conmiseración ante la esgrima que no lo es, ante golpes tirados sin obedecer a un entrenamiento profesional.
Por consecuencia se da la respuesta, acaso de tan bajo perfil aparente pero eso sí, haciendo acopio de su técnica ganada a lo largo de generaciones de ocupar ese gimnasio llamado UAT hasta conseguir una suerte de impermeabilización en las zonas proclives a la vulnerabilidad.
Imagino las fachadas de la universidad pintadas con la greca MGZ, como inexplicablemente se observa en primarias y secundarias que deberían por su carácter público estar libres de semejante muestra de un culto a la persona, de tan escaso valor como lo puede ser una pretendida inducción al sectarismo tricolor empoderado por el concurso hasta de sus propios adversarios.
La sumisión de Tomasito Munive en la USET me lleva a cuestionar cómo ante la mirada reprobatoria de miles de maestros, se insiste en el retorno a los días del endiosamiento de las autoridades, como al modo de las giras de José López Portillo, cuando a los niños y niñas se les obligaba a amar a ese personaje que en otras circunstancias nos llevó de la mano al empobrecimiento más vil, luego de habernos hecho creer que debíamos estar listos para administrar la riqueza.
Pero esta es una lucha de grupos. Y a ninguno le asiste la razón. Jalan agua a su molino. Manipulan voluntades, condicionan calificaciones y pasan sobre la gente con infamias como esa que le platico, de colocar sus iniciales en los recintos educativos, motivo suficiente como para escupir semejante afrenta.
Advierto estas hostilidades como una nube para tapar la escasa obra a poco más de un mes para presentar el primer informe de labores.
Pese a provenir de gestiones hechas por presidentes municipales para lograr inversiones tripartitas, sin más conciencia que la desesperación por atribuirse trabajos, se desata una campaña para cacarear a la Secretaría de Obras (Secoduvi) como brazo fuerte en la creación de esos caminos, edificios u otras instalaciones.
El colmo se ubica en Apizaco, donde una cancha de usos múltiples labrada por autoridades y lugareños, de la noche a la mañana pasó a formar parte de la colección de logros, donde con el esfuerzo de unos, otros se encargan de colgarse el milagro y hasta colocar placas alusivas.
Eso es… desesperación porque al inexorable término de los plazos fatales la entidad sigue esperando el día milagroso en que las ofensas o justificaciones por incumplir con las grandiosas frases de campaña, supere esas etapas y entre de lleno en la agenda de un estado vigoroso, como cualquier entidad en estos momentos lo es sobre Tlaxcala según indicadores nacionales que, crueles nos han lanzado al último lugar en creación de empleos, en pobreza, en transparencia y en competitividad.
De lo apenas conseguido por esta administración habrá que hacer un elogio a la feria de Tlaxcala. Tan escasos andamos en materia de crecimiento que necesariamente hay que dirigir la mirada a una pachanga, dirigida con esmero por Joaquín Cisneros Fernández, de quien ya imagino la desesperación por ver la inmovilidad de su superior, y las maniobras a las que habrá recurrido para impedir que ese festejo se fuera al infierno.
Ahora hay que entregar cuentas, claras que, satisfagan la inconformidad por los precios de locura, por los toros malos pero exageradamente caros, por el palenque inseguro.
Cierto, falta un capítulo a la etapa del pan y circo, tan vigente y tan dolorosa.
En estos tiempos de malos augurios presupuestales para el año entrante, hay que sacar los ahorros para pagar la taquilla del incómodo y atroz estadio Tlahuicole, para presenciar tal vez el mejor espectáculo que haya tenido Tlaxcala: el concierto de Plácido Domingo, en medio del mutismo del secretario de Turismo, Marco Antonio Rodríguez, a la infame petición aquella hecha a presidentes municipales, para aportar la módica cantidad de 50 mil pesos… ¡nada más!
De no ser por la certeza de la guerra sin cuartel entre el marianismo y el orticismo, nuestra querida tierra pasó a ser el estado de las incongruencias, las bipolaridades, las desesperaciones.
De aquella entidad de los excesos orticistas, de los tristemente célebres Herrera Murga y Cánovas, a los tiempos de la greca MGZ en las fachadas de las escuelas públicas. La única diferencia son los nombres. Los excesos son los mismos.
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