La desconfianza impide al líder conformar un grupo de élite, pues nadie puede brillar en esta novela priísta; pero sí hay manera de humillar y atemorizar a los colaboradores, como la parte previa a esconder una terrible debilidad, perfectamente visible en estos 90 días.
Ya casi son noventa días bajo el esquema de lobo estepario, una de cuyas desventajas –la desconfianza- ha podido menguar gracias a una acción de culto a la persona del gobernador, para el cual, todos sin excepción son poca cosa para el ego portento con el cual convive de día y de noche.
Salvo la frecuente compañía de Carlos Rojas –su consejero en el uso brutal de la guillotina laboral- a quienes enorgullece la cercanía con el amo, se han sometido a una especie de auto castración, sustituyendo cualquier forma de iniciativa por la permanente loa al sol, cuyas apariciones y cuyas ausencias, sólo competen al macho alfa, añoso, resentido, intolerante, aunque a veces impotente porque el tiempo no pasa en balde.
Por esa hurañez, no existe una élite con los mejores colaboradores, una necesaria burbuja de talentos, presta a dar todo de sí para sumar aciertos a la boleta del amo.
Y no la hay porque hay de aquel que se atreva a brillar con luz propia en el sistema solar de manchis, donde abunda la basura espacial. Para ser precisos, es lo que domina.
Y en ese panorama, cuando la administración ha cumplido sus primeros tres meses, no hay un Plan de Desarrollo Estatal (PDE), aun peor, la intención es contar primero con los planes municipales de desarrollo (PMD) para reaccionar con base en lo que propongan las comunas.
Presenciamos el aislamiento de quien pudiendo ser un importante líder, debido a la persistencia mediante la cual llegó al añorado sitio, formula a diario la apuesta del terror, en todos los ámbitos, para impresionar a los indios que conformamos al pueblo, como si del más allá le llegara esta sugerencia, “acostúmbralos al fuete pues de no hacerlo, tarde o temprano se rebelan”.
De este primer trecho, quienes más demuestran agotamiento por el singular acoso de su amo, son a nuestra forma de ver, el secretario de Seguridad Pública, Valentín Romano y el titular del C-4, José Juan Temoltzin.
El primero, porque a su paso por Veracruz y Durango, encontraría la suficiente libertad de acción, para reafirmar la calidad de negociazo a la inseguridad, al grado que su último patrón, el negro Fidel, lo envió como cobro de factura por el efectivo aportado a aquella campaña proselitista cuya culminación, el cuatro de julio pasado, favoreció a don amo.
Al llegar aquí, la inseguridad se desató. ¿Acaso tenemos autoridad en ese segmento del gobierno? Sinceramente no. Estamos alejados de la mano de Dios, con ejecuciones, secuestros, robos y hasta nuevos estilos, muy duranguenses, en las cárceles.
Si el negocio (de la inseguridad) escandaliza tanto a este pequeño estado, pues qué clase de inversión, qué clase de plaza. Entonces, mejor me voy, es lo que concluimos tras sostener pláticas con gente de adentro, que ha visto ir y venir a generalazos venidos a menos cuando llegan a Tlaxcala y se topan con un pueblo compacto.
Aun más. Valentín y su innegable historial (¿con el crimen organizado?) le impiden –por principios ¿?- humillarse ante cualquiera que se quiera sentir más que el negro Fidel en Veracruz, claro en sus tiempos. Y si Tlaxcala es la excepción, pues con su pan se lo coman…
De JJ, dimos cuenta de su negativa para cumplir con las pruebas de confianza aplicadas por la SSP federal, hecho que mermó su deteriorada relación con el mismo político al que muchas piedras puso en el camino cuando brillaba en el ámbito de la justicia electoral. Ah, qué tiempos aciagos aquellos…
Hemos de ver en la dedicación de Anabel Ávalos, una entrega extraordinaria al interés marianista. Pero su miedo a las reacciones del amo es mayor. Y en el escritorio donde se atienden los asuntos más delicados de la entidad, no caben personas a quienes les tiemblen las rodillas.
No valdría que en una evaluación ante el respetable, un secretario de Gobierno argumentase miedo a su patrón como causa de sus relativos éxitos y sus rotundos fracasos.
Hay otro tipo de sumisión, aún peor, como la de Ricardo García Portilla, quien llegó al extremo de concesionar golpes al amo. La humillación como condición para conservar la chamba. Qué vergüenza para un pueblo amante de la democracia.
Con este breve panorama de quienes nos gobiernan, pudiéramos obtener varias conclusiones.
1.- Gobierno de miedo. No para sus gobernados, sino para sus colaboradores, quienes de antemano saben que están despedidos a un chasquido de dedos del dueño de todo.
2.- Gobierno acotado. Que recurre al estruendo para ocultar su debilidad ante los tantos enemigos, recientes y añejos, listos a dar la batalla al no ver a la humillación como único camino de convivencia con el actual sistema.
3.- Gobierno del culto a la persona. Del líder convencido de haber triunfado en los comicios de julio de 2010 gracias a la belleza varonil que le viene de su estirpe beduina (¿?) cuyo logro contundente fue el voto masivo de las admiradoras de tan elevada figura.
4.- Gobierno autoflagelante. Gracias a las brutalidades de un vocero, peor de anticuado que su patrón, a quien lo mismo le dio por destruir la estructura digital y sumió al estado en la opacidad, que por publicar discursos con delicadas muestras de ignorancia de quien los pronunció.
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