El bien y el mal, en el contexto más real tienden a romper su equilibrio, cuando la pluma marianista –que incluso puede salir de su control – se decida a reclamar su parte de negocios en los que la inteligencia nos da su rostro violento, sucio, clandestino…

Estará en un error quien pretenda ignorar la injerencia que los gobernantes ejercen sobre los, “negocios” distintos a los lícitos, con los cuales esa expresión de Estado, ejerce inversiones, digamos en los terrenos de la clandestinidad, para subsanar determinadas acciones que respaldan la fuerza, con la que no sucumben ante factores que irían de la violencia al terror.

Es la cara sucia de la inteligencia. La capacidad de reacción de un sistema. Los negocios turbios que alguien ha de manejar (pues de no ser la propia autoridad, otros, como ocurre en tantas ciudades violentas, en todo el mapa nacional).

Intuyo que la nueva historia –la gran oferta de Mariano – se ha de escribir con pleno conocimiento de ese submundo.

Así que, “los negocios” no desaparecerán, sólo cambiarán de mandos.

Es una parte fundamental de los cambios sexenales.

¿Recuerda la imparable ola de secuestros en el sexenio de Sánchez Anaya?

Fue una temporada tan infame que, a muchos nos duele recordarla. Y para ser honestos, esos “negocios” superaron la capacidad de inteligencia, dejaron una estela de sufrimiento en múltiples familias tlaxcaltecas y, podemos decir que culminaron con la desaparición del funcionario de seguridad-inteligencia que, inexplicablemente se convirtió en testigo protegido.

Lo dicho es nada más un ejemplo de la pérdida de control del Estado sobre temas con un origen tan espantoso, susceptibles de agravarse a límites que hoy se pueden complicar si llega a mezclarse con la escandalosa disputa entre grupos del crimen organizado.

Tratemos de explicarnos el surgimiento de los zetas.

Plazas donde la impunidad era creciente ofrecían un negro panorama a los indefensos habitantes. Pero esa impunidad involucraba a las mismas policías. Así que en convenios clandestinos, ciudadanos desesperados y, expertos en el manejo de las armas, pactaron la defensa de los primeros a cambio de cuotas.

Y el problema fue iniciar.

Las deserciones del Ejército se multiplicaron.

Sobrevino una etapa de relativo combate al crimen con orígenes en las mismas policías.

Duele decirlo, pero los zetas estaban resultando funcionales.

Pero la oferta violenta salió de control. Se mezcló con el narcotráfico. El terror extendió su mano inclemente. Los muertos comenzaron a contarse por cientos.

Y así surgieron grupos contrarios a los zetas. Asociados con los distintos cárteles, se declararon la guerra. Tal vez, la Familia Michoacana, es una de las expresiones más sanguinarias. Pero hubo otras. El miedo se apoderó de las ciudades.

Unos y otros comenzaron matanzas de inocentes, para demostrarse hegemonía en las zonas. El resto ya usted lo conoce. El gobierno federal opta por involucrar al Ejército. Y así interviene en esta guerra, que a la fecha puede llegar a las 30 mil bajas.

En Tlaxcala presumimos de ser el estado con mayores índices de seguridad.

Yo diría que el crimen organizado, el tráfico –de drogas y de indocumentados -, el robo de autos, el robo de tráileres con importantes cargas y la trata de personas, son en pocas palabras los giros de esos negocios, ciertamente en un contexto de equilibrio, que les permite operar de baja a mediana intensidad, pero procurándose un entorno de relativa discreción.

Esos son precisamente los giros que entrarán en la nueva historia de la era marianista del poder. Será la versión tricolor de los pactos con el crimen.

Así que nombres sobre los cuales puede existir la sospecha, de ser operadores de determinados negocios, van a caer.

Hago votos porque no se dé en un contexto de violencia. Me advierto resignado. De los males, el menor…

Creo que llegó a su fin la era de los los Herrera Murga, los Moreno, los Cervantes, los Rojas.

Que así como hubo cambios drásticos en la vida de dos, tristemente recordados (Osorno Lara y compañía), los habrá con los aludidos.

Y habrán de surgir otros.

Y esos reclamarán su parte de la nueva historia prometida.

Ojalá sin violencia.

Lamento reconocer que son un mal necesario.

Pero que no nos lastimen.