Su lucha es por instaurar el absolutismo, es decir la colusión entre autoridades civiles y, religiosas cuyo fin sea lograr lo que a las primeras conviene. Vamos derechito al Medioevo.
En Tlaxcala no hay registro de algún ministro religioso con la voracidad que exhibe el actual obispo católico, Francisco Moreno Barrón. Y cómo no si somos como un campo lleno de frutos sobre el suelo a los que sólo falta recoger. El ex arzobispo de Guaguari advirtió este martes al presentar su muy personal y arbitraria tabla de mandamientos -con los que se permite meter la nariz en asuntos electorales – que no debemos correr el riesgo de caer en el relativismo moral, es decir pragmatismo, o para hacerlo más accesible, la conducta que se asume para sortear el destino de cada cual según la circunstancia que le toca.
Su ambigüedad es exquisita. Niega como buen religioso (al menos en apariencia) ser un desafiante del artículo 130 que, priva a los sacerdotes de la posibilidad de proselitismo por un partido o candidato, pero en cambio, condena en alguno de los once mandamientos de la ley Barrón, el que los aspirantes a autoridades no profesen su fe, el que apoyen las novedosas sociedades de convivencia que permiten el matrimonio entre personas del mismo sexo y en el peor de los casos, cae en la tentación del juicio sumario que ordena la prisión moral a quienes decidan no votar, pues para él, abstenerse del sufragio equivale a un “pecado social”.
Es una maravillosa e incansable máquina combativa de su versión de relativismo moral, haciendo todo lo que pueda para conformar el celestial esquema que para él sería el absolutismo, es decir la colusión entre autoridades civiles y eclesiásticas que permitan a las primeras el entorno más conveniente, mientras las segundas disfrutan del cielo en la tierra por cuanto a prebendas, disfrutan del paraíso que les permitió exterminar mediante la Santa Inquisición a todo aquél con valor para atreverse a discernir.
Moreno Barrón no pudo llegar a mejor lugar para abrir su maleta de artificios y ganar como no lo hace la Bolsa Mexicana de Valores (BMV). Es que una sociedad tan dada a sus desenfrenos demandantes de indulgencias (lista su tarjeta dorada de American Express) tiene la necesidad de un administrador de sus demasías. En su peculiar lenguaje, el gobernador Tulio Hernández Gómez, describió en su momento lo que para su filosofía era el relativismo moral: “tanta democracia nos partió la madre…”
O sea, somos una sociedad llena de excesos que necesita a su mesías –aunque según dicen tenga nexos con la Familia Michoacana – para que venga a mostrarnos el camino para la salvación simulada, pero, con un método (para medrar) perfectamente sincronizado.
Si somos incapaces de conducirnos con ética (discernir en forma independiente y personal sobre bien y mal) entonces qué mejor que obedecer cual corderos a la moral que nos llama el sistema oscurantista y retardatario que se rige bajo la ley Barrón.
Nada más que a los autores de semejante exceso se les olvida que si espiritualmente somos incapaces de aprovechar las libertades que nos otorga el relativismo, es por la información a medias que nos aportan los ministros religiosos que, haciendo gala de dichas ambigüedades, por un lado nos condenan por ser unos imperfectos émulos de Juan Diego, pero por el otro no tienen empacho en devorar nuestra comida, beber nuestro vino y abusar de nuestras mujeres y nuestros hijos.
Entonces, los directamente responsables de la crisis moral (que le pega a ellos porque aplicarla se ubica en su potestad) son tan hábiles que hacen lo imposible por salvar a las almas que ellos mismos dejaron perder. Hoy, por ejemplo no se tocan el corazón para exigir que los futuros gobernantes profesen su fe, o llaman pecadores a quienes decidieron no ejercer su derecho de votar porque nadie sencillamente los convenció. Señores, el reculamiento social a niveles infernales de moralidad por conveniencia se aplica con descaro y desafío al artículo 130 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.
Estoy cierto que la ley Barrón aplica para la feligresía convencida de las parcialidades (incluso adentro) de su creador, pero apelo a la conciencia tlaxcalteca para rechazar semejante exceso. Ni siquiera evoco al amado legado de Benito Juárez García, para llamar a la cordura a los mesías apócrifos, como éste que nos enjareta una tabla con once mandamientos, pero le pido que lea con lupa el inciso “E” del artículo 130 de la Constitución.
Eso sí, es de reconocer la creatividad y lealtades del respetable monseñor don Francisco Moreno Barrón, porque su preocupación por sacarnos del limbo ético en el que nos encontramos es, claro el reflejo de los buenos propósitos de todo ministro de fe. Mas con el mismo reconocimiento a tan admirable personalidad, he de recordarle que el atentar, una tras otra contra nuestra inteligencia, colocándonos en el redil que a él y a sus amigos les conviene, es un verdadero pecado pues, atenta contra la moral que los superiores de él habrían de aplicarle, ya que en un esquema con tales niveles de ventaja, lo más probable es que aborten sus propósitos.
Amén.
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