Cuando se contratan actores para un papel lamentable, se logran necedades como las que muestra el “secretario-presidente” del PAN.

Pese a haber acordado con César Nava que será mediante una encuesta como en el PAN se logre contar con candidato a la gubernatura, los precandidatos a ese puesto deben ahora  enfrentarse a la disonante arenga del débil líder estatal de su partido para ceñirse a un proceso de voto de militantes y adherentes.

Eso me suena a juego arreglado… haces como que te opones a la decisión ya tomada para que este proceso aparente realizarse en un entorno democrático. Si el “secretario general con atribuciones de presidente” tuviese así de legitimidad, su llamado tendría necesariamente eco, pero como se trata de un dirigente consorte sus llamados son como los repiques a misa.

La orden real en este asunto debe ser el apaciguamiento de Adriana Dávila, genuina opositora en todo su derecho de aspirar a la candidatura, y del diputado federal con licencia, Sergio González Hernández, cuyos titubeos entre ser orticista y ser opositor a tal grupo, lo privan a estas alturas de la legitimidad que debía respaldarlo como no logran hacerlo los membretes escritos con letra chiquita en la publicidad impresa colocada en distintos rumbos, haciendo elogio de su papel (¿?) como legislador.

Creo que se impondrá la voluntad de la mayoría de los precandidatos pues no depende de decisiones tomadas por un líder partidista de cartón, sino del encargo del dirigente nacional hecho a su infalible aliado, el único gobernador que apabulla en elecciones a sus opositores, o sea el de Tlaxcala, donde en este momento, lo que huele a PAN tiene que ver con importantes posibilidades de triunfo.

Así que el propio sistema, infalible en estos menesteres según lo relata su historial, alienta voces en desacuerdo para que el inevitable dedazo pueda disfrazarse en las mismas proporciones en que lo hacen los priístas con máscara de panistas. Esto, señores, es una suerte de harakiri controlado, tanto, que al incipiente lidercillo albiazul pueden creerle sus parientes más cercanos, no así el importante colectivo de panistas, dispuestos a acatar la voz de ataque en cuanto la dé el jefe del orticismo.

Con el debido respeto al ex secretario de la Función Pública de Tlaxcala, el papel que se ha prestado a hacer –como un verdadero líder de utilería – lo exhibe tan en el mundo del rastrerismo que, no le caería mal replantearse, incluso en los haberes más básicos de su desempeño.

Por cuanto al sueño guajiro de la émula de Ana Tere (aquí a lado) qué bien sería dirigir su mirada al descuerdo que en una entidad con tradición panista tiene la militancia hacia personajes hundidos en la radical arrogancia que, en términos electorales es sinónimo de fracaso.

Es una utopía que dibuja deseos suicidas generados por la corta edad de miras y aun peor, sustentados en un discurso carente de contenido. Sólo en este pobre escenario podría justificarse un líder partidista con la sosedad de Benjamín Ávila, el ilegítimo reflejo de los excesos que todo lo convirtieron en campo fértil para la labranza personal.

Si estos dos, opuestos a la nueva versión de la cargada, mostrasen un mínimo de sustancia en sus respectivas alocuciones otro gallo les cantara que no fuera el del permanente amago del arrebato en razón de no avanzar debido a su visión muy particular de la derrota, a contemplarla como el paso a seguir, a alentar una oposición sin más razón que el “me toca, me toca y me toca”.