Es horrible abordar el tema de la zozobra en la que sobreviven decenas de familias, rotas por eventos en los que de alguna forma estuvo relacionado el apellido Bayardo.
Morir a tiros como ocurrió ayer con Edgar Bayardo del Villar, es una horrible visión del descompuesto sistema de seguridad que priva en el país. Y muchas voces expresan opiniones no pedidas. Otras, se dedican a maldecir los grandes engaños en medio de los cuales vivimos, como aquello de sacar de la manga la calidad de testigo protegido de la PGR, más como versión de efectos mediáticos en la frivolidad del dinero arrancado con saña a quienes han cometido el pecado de ostentarlo.
¿Por qué la sed de algunos para abrevar en la fuente de los potentados usando el terror?, ¿Por qué romper la paz de las familias como parte de cifras obtenidas de manera fría, calculadora y cruel?, ¿Por qué hemos de ser testigos de la muerte a hierro de quien a este pensamos que utilizó para infligir los más profundos sufrimientos a varios que no lo merecían?
Pero a final de cuentas es una muerte más que, en nada remedia el caos. Es tomar a un ser humano, también con familia y, convertirlo en el mensaje de los buenos que son malos o viceversa, porque en este camino pletórico de espinas quién mete las manos a la lumbre por algún intento de paladín.
Con ligereza pasmosa, Eduardo Medel Quiroz, salió a suponer que pudo ser venganza, porque en este ambiente, quienes conocen la intensidad, tienen muchos encuentros y desencuentros.
O sea, como dice una cosa dice otra, o para ser más precisos, aquí lo realmente cierto es que nada es cierto… eso es profundidad del singular gremio conformado por los ex procuradores.
Alguien me dijo que también habría pasado por el hierro la inseparable mancuerna de Bayardo, el tristemente célebre Eduardo Osorno Lara, pero, al no confirmarlo, solo diré que e su tiempo hicieron mucho daño a los tlaxcaltecas; nos tomaron como laboratorio para incrementar las cuentas bancarias. Hoy, con mucha pena –porque un asesinato siempre genera pena- hay que decir, uno de esos fue callado para siempre, en el esquema piramidal con que funciona el crimen, en la inexplicable relación que este tiene con la autoridad y aun peor, con las canonjías que alguno logra cuando asume como soplón.
Entre ellos, el código de la discreción es invaluable. Ya lo vimos.
Pero qué va a ser de nosotros, los que ni tenemos pistola ni acceso a los millones y establecemos nuestro pecado en el relativo éxito de la empresa. ¿Seguiremos siendo dato de estadística para parar en malas manos y acabar rotos?
Ruego porque no sea así. Porque el secuestro y los que lo planean, las drogas y quienes las distribuyen; los robos y quienes los urden, se vayan de Tlaxcala, de preferencia lo más lejos que se pueda.
Lamento lo ocurrido a Edgar Bayardo. Imagino el sufrimiento de los suyos y no tengo palabras para expresar las dimensiones de esta tragedia, en tanto asesinato y consecuencia de un sistema podrido que entra y sale, sube y baja, según lo demande el hambre de poder de quienes lo protagonizan.
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