Pintas con los logotipos de ambos institutos políticos desataron un fuerte intercambio de metralla mediática entre sus inexpertos y viscerales dirigentes.
Alguien se dijo a sí mismo, ¿qué tal si pintamos en las paredes un idilio entre el PRD y el PRI? Lo hizo… ¡y que se arma!
Así brincó Marco Mena… convoco al mula de Cambrón (bueno no lo dijo así; pero lo pensó), “a que se exprese con civilidad para que no enturbie el clima del proceso electoral con insinuaciones con dolo, mala fe y maña”.
No, y Cambrón qué se iba a quedar callado: “seguramente se trata de una broma de mal gusto y desconozco qué intereses oscuros estén detrás de ese asunto para tergiversar la imagen del PRD, pero no tenemos ninguna intención e interés de aliarnos con ellos (el tricolor)”.
Ahora resulta que los dirigentes de ambos partidos se desprecian mutuamente y eluden los idilios históricos mediante los cuales han tenido sonoras conquistas.
1. ¿Cómo ganó Mariano las elecciones de 2010, si no aliando a su partido el PRI con una parte tan sustancial del PRD (Andalco, Gisela, Narciso) que, ahí sigue operando y haciendo gobierno?
2. ¿Cómo logró Peña Nieto sus reformas estructurales (por las que hoy los recibos de la CFE llegaron como lumbre), si no con el concurso del PRD (y también del PAN) mediante ese histórico pactismo que hizo añicos los principios de cada instituto y los hizo cómplices de la preventa de PEMEX y la CFE?
3. ¿Cómo aprueban en el Congreso esas cuentas públicas más chuecas que un plátano, si no con la complicidad de algunos (no todos) perredistas que dejaron la pobreza y hasta guapos se volvieron?
Está claro que la mancuerna PRI-PRD no es nueva. Tiene rato funcionando, formal o clandestinamente (hoy se dice… de facto).
Entonces que el joven Mena y su colega Cambrón, no nos salgan con que se tienen como asquito, pues primero deberían advertir la cauda de complicidades en las que se han visto involucrados.
Ahora, tienen que aceptar que el autor de las pintas se salió con la suya… les movió el tapete y seguramente en estos momentos hasta la panza le ha de doler de tanta risa.
Esto es un ejemplo de las declaraciones viscerales de dos inexpertos líderes partidistas a quienes sorprendieron mal parados y los hicieron despotricar entre ellos.
Eso sí, nadie puede negar el reciente odio entre tricolores y amarillos, a raíz de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, Guerrero, y el uso del matrimonio Abarca-Pineda como chivos para expiar semejante tragedia.
En respuesta, aparecieron los promocionales perredistas que exaltan los errores recurrentes del gobierno y su partido, exhibiendo al siniestro “vocero de facto” Joaquín López Dóriga, lo que decantó en la censura de esa parte del promocional, a través de la cual queda de manifiesto la verdadera alianza del PRI, con Televisa y ya no con los partidos políticos, ingenuos pactistas, responsables de esta crisis que hoy tiene al dólar rayando los 16 pesos, a la gasolina y el diésel más caros del mundo y a la electricidad como si todos los mexicanos fuésemos millonarios.
De todos modos, PRI a la cabeza
Un interesante análisis de Pascal Beltrán del Río, publicado por Excélsior, da cuenta del importante papel de los gobernadores priístas para conseguir una base superior a los 30 puntos con los que ese partido podría lograr un escandaloso triunfo en la elección del siete de junio próximo.
Pero ojo con Tlaxcala, que en 1998 dio la bienvenida a una alternancia que llegó para quedarse.
Si bien en esos años fue el PRD con el ex priísta Alfonso Sánchez Anaya, el partido que sacó al PRI de la casa de gobierno, para 2004 lo haría el PAN con el también ex priísta Héctor Ortiz Ortiz.
Digamos que en esos dos sexenios el PRI como oposición tuvo una militancia en los parámetros de la dignidad, situación que de plano desapareció cuando el tricolor. “ganó por casualidad” la gubernatura, en 2010, con un candidato bastante mediocre –Mariano- que al llegar al poder, se declaró en guerra permanente con los mismos que en aquella elección votaron por él.
A diferencia de lo que expone Beltrán del Río en Excélsior, la sobreactuación de Mariano para satisfacer sus planes personales y el lastre administrativo de su gobierno, que hoy lo tiene en la mira de la Auditoría Superior de la Federación con más de 377 millones de pesos pésimamente comprobados, saca a Tlaxcala del contexto nacional de los estados gobernados por el tricolor.
Es tan atípico el caso Tlaxcala que, quienes doblegaron al PRI en 1998 y 2004, eran tan priístas como el que más, y solo se dedicaron a adquirir los partidos franquicias mediante los cuales pudieron dar la batalla a su otrora militancia.
Pero hay que ver el comportamiento de los mandatarios priístas, en la mayoría de cuyos estados jamás se ha dado la alternancia. Impulsan candidaturas bien vistas por la militancia, retribuyen a esta por haber recibido el voto y en general evitan lo que en Tlaxcala se ha convertido en una política de terror, dentro y fuera de un PRI al que hoy, con los candidatos que tiene a las tres diputaciones federales lo mismo le ha de dar el triunfo que la derrota.
Ganar la elección significaría limpiar la imagen mariana en su último turno a las urnas (los pasados ha ido de fracaso en fracaso).
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