Dos magistrados en el escándalo: Elsa Cordero, acusada por la juez Rosalba Santacruz, por el daño moral que le causó, y Mario Jiménez, ante una denuncia penal por tráfico de influencias.
Ah, con el inconveniente de los años, bueno del exceso de ellos en personas que ocupan cargos de relevancia. El nuevo presidente del Tribunal Superior de Justicia, Tito Cervantes, bastante cerca de los setenta, vive el desafío de tener logros contundentes en un tiempo realmente corto.
Lo mismo ha de dirigir la mirada al interior de ese poder, donde desbordan escándalos como los enfrentados por los magistrados Elsa Cordero -acusada por la jueza Rosalba Santacruz, quien sin tregua ha solicitado juicio político- y Mario de Jesús Jiménez, denunciado penalmente por presuntamente influir para dar ventajas a una de las partes de un litigio entre particulares.
Sin menos importancia, Cervantes debe revisar el grueso de expedientes que puedan tener a inocentes tras las rejas, o a personas en franco estado de indefensión purgando condenas por faltas menores.
El impacto social no es menor al enterarse de casos como el de la mujer oriunda de Oaxaca, presa por haber abortado tras el maltrato de su cónyuge y expuesta al escarnio de la compleja y pequeña comunidad que debió dejar para ser recluída en un penal.
O el de la persona que perdió la libertad tras pagar con un billete falso de cien pesos.
El nuevo titular del Poder Judicial del estado de Tlaxcala tiene que interiorizarse casuísticamente en aquello que acaba por sobrepoblar los centros de reinserción social, por cierto este, uno de los reclamos más sentidos formulados a Mariano González siendo candidato a la gubernatura.
Qué dificil. Buscar la sana convivencia con un gobernante acostumbrado a introducirse en las instituciones sin pedir permiso, y hasta militante del mismo partido político, el PRI, que actúa de las maneras más extrañas cuando hay influencia de pormedio.
Pero lo tiene que hacer. Y en su sencillez como persona deberá imponerse el tamaño de la responsabilidad y la esperanza que despierta en los tlaxcaltecas.
Ocurre en la víspera de la renovación del Consejo de la Judicatura, y apunta a la erección de un colegiado con absoluta credibilidad y una autoridad incuestionable.
Días demasiado cortos para un funcionario de la tercera edad. Oportunidad de demostrar que es un adulto en plenitud y no el decrépito y manipulable ente como lo muchos lo quisieran ver.
Poco tiempo y muchos retos. Sobre todo el que afecta al tejido social, a los más pobres, a quienes soñarían con recuperar el patrimonio más apreciado: su libertad.
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