En el año de la consolidación, lo que acaso cumple con esa condición es el administrar a la entidad como una miscelánea, condenada a perder, sin mercancía y muy insegura…
Culminaba el tercer año de gobierno, el año de la consolidación. Y se esperaban decenas de cambios. Una real recuperación del rumbo. Pero a estas alturas, los famosos relevos se amorcillaron.
De nueva cuenta, corre ese talento de quien encabeza esta aventura. Hábil para ubicarnos en mediocridad, para no despuntar, al contrario, para embonar con discursos incongruentes en la etapa de retroceso.
Hay una sensible baja en la calidad de vida, aunque no de todos. Los incluidos en la pachanga, los nuevos ricos, los representantes populares, los funcionarios con dos o más casas, ¿esos de qué se quejan? Si acaso de haber perdido la salud sumidos en los excesos.
Hoy vemos, por ejemplo, a un secretario de gobierno casi obligado a tomar el micrófono para hablar del efecto cucaracha en Michoacán. Lo hace pues, sería una vergüenza que ante el desgañitamiento de titular de la Segob, Miguel Ángel Osorio Chong, a diario en los medios, el de acá siguiera con su habitual silencio chicho, entre descortés con empleados y periodistas, pero muy alegre a la hora de hacer recuentos de sus cuitas a lo largo de su productivo furtivismo para atesorar fortuna, afectando lo afectable -como Echeverría lo hizo en su tiempo.
En el sexenio de las guarniciones y las manchigrecas, los vuelos en helicóptero (¿con qué objeto?) y los fastuosos informes ciudadanos, para satisfacer el culto de quien no se quiere manchar los zapatos yendo al Congreso a cumplir con la Constitución, lo que sí hemos alcanzado es una popularidad personal, distanciada enormidades del supuesto compromiso para arreglar los desperfectos dejados por el anterior.
Ni siquiera ha sido más de lo mismo. Hoy nos sobresaltamos al ver a un ejecutivo proponiendo a los empresarios regresar a los estilos del arriba y adelante, y de la administración de la abundancia.
Y aquella oportunidad de despuntar se limitó al papel gerencial para quitar y poner empleados, de acuerdo con sus expedientes personales en cuyo análisis suele invertir su tiempo aquél que debiera encabezar la gran administración que ofrecía, cuando ni los partidos lo fumaban, ni los grupos le levantaban el veto.
Es la etapa de los negocios. Sí, de las constructoras surgidas de la nada a las que se adjudica prácticamente todo. De las comercializadoras con brutales ganancias que por ejemplo a un director -creo que de Pensiones- le dan mesadas ofensivas. Ni qué decir de las compras consolidadas de medicamentos y de las sociedades abusivas entre hospitales de Apizaco y el desmantelado Infantil.
¿La consolidación, de qué?
Creo que de estos novedosos estilos perniciosos con el presupuesto.
Insisto, las comercializadoras, ¡un escándalo realmente nacional!, con todo y venta de protección a los propios funcionarios públicos.
Es el sexenio de dejar hacer y pasar a quienes sin medida y hasta sin militancia partidista hicieron el negocio de su vida con los arranques de cólera del más internacional mandatario (al menos en sus interminables e improductivos viajes).
Las complicidades
Basta mirar la información del día y las interminables lamentaciones de los alcaldes tlaxcaltecas. Heredaron deudas, laudos y hasta los dejaron sin cuadritos en la oficina, como el de Zacatelco, de cuyos cálculos se desprende que a nivel estatal los ayuntamientos habrán de pagar más de dos mil millones de pesos en laudos.
Pero, ¿quién ha puesto manos a la obra?
Son buenos para quejarse pero se acalambran a la hora de judicializar sus locuacidades.
Y por un lado el Órgano de Fiscalización Superior, guarda el más chicho de sus silencios. La Comisión de Fiscalización y su minúsculo negociador perredista hace lo propio.
¿Los alcaldes?, pues en su mayoría vociferan… nada más. Es como una justificación adelantada de que no serán mejores que sus antecesores, que probablemente dejen igual o más deuda a quienes los hereden y que el progreso prometido se diluirá en pachangas, reparto del presupuesto entre regidores y grupos, todo en aras de lograr la estabilidad interna.
Esa es la gran sangría.
Presidentes municipales sin liderazgo entre la espada y la pared, limitados a hacer lo que el cabildo determine, así sea el más cínico latrocinio a cambio de, dejarlos gobernar.
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