Pasar como pobre entre los pobres, comer sus humildes tortillas, pero llevar en la cartera otros planes…


Para eliminar las dudas planteadas por el dirigente estatal del PRD respecto a la supuesta deslealtad del candidato a diputado federal por el tercer distrito, es necesario un profundo ejercicio de transparencia que permita, vía el OFS, establecer posibles vínculos, considerados en el terreno del nepotismo, como causa fundamental para los desencuentros que amenazan con colapsar a las izquierdas tlaxcaltecas.

Quienes se precien de pertenecer a la oposición, de ser la parte social en el sistema de pesos y contrapesos, de anteponer los intereses de las mayorías al negocio que resulta ser el ejercicio impune del poder, tienen que demostrar que les asiste el valor de la honestidad.

Es gravísimo pensar que con la bandera de un activismo de izquierda pudiera alentarse un doblemente despreciable nivel de corrupción y, que a la gente se le esté dando atole con el dedo, haciéndola creer que se está de su lado, cuando en realidad sólo se tendría la oportunidad de acceder al cofre de la abundancia, revestidos como gente del pueblo.

En el ejercicio autocrítico que realiza la conciencia del PRD ya se dieron cuenta que estar en desafío a la ley no los va a llevar a terreno fértil, como sí en cambio les es necesario tocar fondo para poder iniciar un nuevo desempeño, en cuyo entorno sea la transparencia el valor que les permita recuperar la confianza de la gente.

Cuando uno ve la escasa votación a favor del PRD en una zona donde los registros demuestran preferencia por proyectos de izquierda, necesariamente llega a la conclusión de que el pueblo no perdona que sus autoridades ya estén pensando en el próximo peldaño, en lugar de concentrarse en la consecución del encargo por el cual fueron favorecidos por el voto popular.

Entonces uno se pregunta si ser de izquierda o de derecha, en Tlaxcala signifique revestirse de actitudes circunstanciales, según la conveniencia.

Y en el peor de los casos hacerla de activista rojillo, pero acudiendo puntualmente a cobrar una quincena.

Luego, ya con cierta antigüedad en las artes del engaño, ofrecer los servicios cada que se da un proceso electoral para introducirse en un caballo de Troya de petatiux en el mismo corazón de las campañas, encabezadas por cierto, por sujetos proclives al beneficio inmediato, si cabe la justificación de la derrota aduciendo una brutal embestida del gobierno.

Esa es una imperdonable actitud simulatoria. Lastima al pueblo que emocionado elevó al rango de autoridad a quien, pasado un trecho de su administración decidió colocarse la armadura para buscar otras emociones y no concluir el proyecto por el cual, se supone, empeñó la vida el mismo día en que la gente le respondió con su lealtad.

Entre aquella votación y la conseguida el cinco de julio hay un claro contraste. Supongo que en la primera se actuó con la honestidad propia de alguien dispuesto a dar la batalla sin arredro alguno, pese al tamaño del oponente.

Pero en la segunda oportunidad se cuidan otros factores. La conveniencia es el primero de ellos. Hay que procurarse un entorno de bienestar pues, el haber ganado una batalla anterior merece laureles permanentes y acceso perenne a las mejores viandas. Claro, todo esto es la autopremiación a la inteligencia, fuera de seria, capaz de mostrarse como un pobre frente a los pobres, pero sin dejar de procurarse las delicias del poder en cuanto se ha probado que el esfuerzo también merece su recompensa, y la de los que estén cerca de uno.

Digamos que en esto consiste la improvisada carrera política de unos que, muchas lágrimas habrán de derramar cuando intenten regresar e los mismos campos de batalla.

Sí, porque habrán perdido el valor de la honestidad.