Un secretario que demora cuatro meses en entregar un quirófano es igualito a los que permitieron hacinar niños en una bodega. No sirve.
La protesta de trabajadores de la Secretaría de Salud en contra de las actitudes burocráticas de los altos mandos en el organismo es una buena oportunidad para que el secretario, Constantino Quiroz Pérez, el de las risitas burlonas que se convirtieron en súplicas para que no le crucifiquen, se quite los guantes de box.
Desde que llegó al principal escritorio de SESA, el médico Quiroz Pérez, no ha desperdiciado el tiempo para multiplicar enemigos. Tiene a decenas de proveedores haciendo fila como si fuesen limosneros, a pesar de que ya prestaron bienes y servicios, tal y como lo hacían antes, cuando sí les pagaban.
Hoy, sin embargo, son otros tiempos. Se hacen nombramientos paralelos para conservar el poder, se presumen obras que ni siquiera han iniciado, en pocas palabras se privilegia la política del enfrentamiento y se da licencia a funcionarios, altos y de medio cuño, de hacer alianzas perversas, muchas de ellas disfrazadas de romances.
Es decir, la Secretaría de Salud de Tlaxcala vive tiempos de descomposición que presagian el inicio de un inexorable desplome a falta de liderazgo, conocimiento y acertividad.
Entonces, sobreviene el pánico: “no me crucifiquen”, dice un desdibujado secretario a los trabajadores indignados porque parte de esa política del enfrentamiento tiene que ver con disponer de su propio tiempo, claro en forma arbitraria, hasta para entregar obras como el quirófano y la sala de urgencias del Hospital General.
Sabrá que su crucifixión es precedida por cientos de acciones o inacciones delatoras de un sujeto disperso tan, pero tan ajeno al medio en el que ocupa el lugar más alto que fue incapaz de reconocer que el brote de influenza se generó en el municipio de Ixtacuixtla, del cual es originario. Así lo consignó oportunamente un diario local. El señor Constantino prefirió guardar silencio.
Tal vez supuso que el silencio prevalecería cuando al triplicar presupuestos como el las obras del Hospital General y no entregarlas, nadie iba a alzar la voz.
Se equivocó.
Dejar hacer y dejar pasar en un funcionario de su envergadura es demoledor para el Estado.
¿Sabe usted los mecanismos a los que personal de Salud tiene que recurrir para atender pacientes anta la falta de la sala de emergencias y del quirófano del principal nosocomio público de la entidad?
Pues sí, recurren a acciones básicas, como arrancadas de una lóbrega página de la Revoución Industrial, cuando a los enfermos se les apilaba en pasillos, aguardando su muerte como mejor solución ante la falta de medicamentos y de instalaciones.
Lo peor que las instalaciones ahí estaban, “al 99 por ciento”, según lo asegura el medicazo de Ixtacuixtla.
¿Por qué entonces no se ponen a funcionar si han pasado más de 30 semanas de la fecha en que deberían ser entregadas?
Por la indolencia que le asiste.
Tomemos en cuenta que funcionarios así como el señor Quiroz Pérez, hoy son crucificados por haber permitido hacinar niños en la bodega sonorense que a la fecha ha cobrado cuarenta y siete vidas.
Sabe usted, este tipo de funcionarios difícilmente va a ascender a un primer plano. Pertenece al corredor de las macetas, al creciente mundo de los mediocres, al gremio de los indolentes.
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