Si de algo ayudara su promoción personal al PRI, no tendríamos a los candidatos a senadores y diputados federales, tan indignados como se encuentran… el propio Peña Nieto, decidió guardar sana distancia del raro mandatario tlaxcalteca.
Y el IFE acabó por poner un alto al culto a la persona del gobernador de Tlaxcala. Que sus insistentes apariciones sean positivas para su partido, el PRI, hay demasiadas dudas, pero que el órgano electoral merece un reconocimiento por llamar al ejecutivo local a mesurar su hambre de auto divulgación, creo que nadie lo puede negar.
La costumbre de no leer (su origen se remonta a pasar las críticas por alto) ha impedido a quien nos ocupa acariciar la mínima posibilidad de actualización. Se instaló entre los setenta y los ochenta y ahí se quedó, cuando era vigente trazar en los cerros el nombre de algún político del momento, para recordarlo al recorrer alguna de las carreteras que cruzaban al país.
Comenzaría entonces a almacenar ciertas informaciones, de lo priísta a lo grotesco, como aquella suposición de que la gente arde en deseos por ver, tan solo por ver, a sus amados políticos, aunque estos entren en sus casas con las manos vacías, y devoren sus tortillas y acaben con sus humildes reservas.
El contexto competitivo de hoy colocó a ese tipo de políticos en una especie de exhibidor para que su propio partido y las nuevas generaciones con formas muy distintas de ejercer su oficio, los vean con mucha atención para impedirse caer a esos niveles.
Yo creo que esa es la causa por la cual el candidato tricolor a la Presidencia, Enrique Peña Nieto, aplica esa mirada entre piadosa y rechazante al híbrido en que devino el mandatario del cual es indispensable mantener sana distancia como en las provincias se hace con los machos cabríos, a riesgo de ser marcado con su orina cuando se transgrede la línea de advertencia.
No está usted para saberlo, pero la reconvención del IFE ha resultado –según los íntimos de Mariano- una especie de presea a la constante de alzar la voz y los brazos para que alguien –que no sea la comunidad a la que tiene cansada- se fije como cosa novedosa en el quehacer de un personaje realmente pasado de moda.
Cuando los reporteros pidieron al gobernador una explicación sobre las causas de su actitud reprobada por el IFE, este echó la culpa a otro elemento, su vocero Raymundo Vega, uno de los pocos sobrevivientes de la corriente encabezada por el simpático malhablado, Tulio Hernández, con quien el paso de los años ha sido inmisericorde.
Otro, como el viejecito Vega, debe ser el culpable de que fotos y grecas de González aparezcan en veda electoral.
Lo que los señores del IFE ignoran es que en este momento en Tlaxcala está prohibido evidenciar errores del señor mandatario, cuyo derecho a promover su persona, fue ganado a pulso por los años acumulados y las derrotas electorales una tras otra, hasta llegar al día en que por el esfuerzo de muchos (Peña Nieto, Beatriz, Héctor, Alfonso y, tantos más) se convirtió en un gobernador con un desfasamiento de por lo menos treinta años.
Ya entenderá la autoridad electoral el yerro que comete juzgando como si fuese normal a un heredero del echeverrismo, y no por el fondo del discurso… nada más por las guayaberas y las siglas pintadas a contrapelo popular en las paredes, en los postes y hasta en los cerros.
Para su mala fortuna, cuando LEA pisó tierras tlaxcaltecas quedó prendado con la frescura de la activista rojilla de nombre Beatriz Paredes.
Y colocó su diestra sobre la cabeza de esta. Desde entonces la carrera de la Paredes tuvo un ascenso solo comparable con el registrado ante la báscula.
Pero eso no pasó con el que hoy se sobreactúa para que un ente como el IFE le comunique que aún es capaz de generar la creencia de que emana de un priísmo a toda prueba.
Esa posibilidad se vivió hace años… muchos.
Hoy, la falta de lectura en todos los ámbitos lo retrata como un recuerdo aún vivo por procurarse el estatus de la ignorancia, en un mundo a años luz de distancia.
Basta ver el enojo de los candidatos tricolores a senadores y diputados federales, debido al rarísimo activismo de carácter retro, con el cual el señor de la autopromoción, intenta llevar a un estado entero –con todo y su partido- a fechas pasadas y lugares existentes sólo en una memoria obstinada en vivir su momento con tres décadas de atraso.
El silencio chicho
Al concluir el último informe regional (¿?) en el municipio de Tlaxcala, representantes de los medios de comunicación pidieron al gobernador González Zarur, su versión sobre la derrota legal sufrida ante Cemex, por la cual su gobierno ha de indemnizar a su contraparte con 320 millones de pesos y otra elevada cifra por los días en que ha estado parada la obra.
La respuesta dejó más dudas: “es cosa de mi jurídico”.
Como el director jurídico del actual gobierno no ha cobrado fama precisamente por la efectividad de su operación, podríamos entender que la respuesta se dio en el sentido de: “si perdimos ante Cemex, es culpa del director jurídico… a mí ni me pregunten porque yo no tengo la culpa de nada”.
Si no dando la cara fuesen liquidados los más de cuatrocientos millones de pesos que hoy se tienen que pagar a un particular tras una suspensión de obra, pese a que Adriana Moreno, David Lima y Roberto Romano Montealgre, conocían los riesgos a los que se enfrentaba el gobierno de Tlaxcala por apoyar las decisiones arrebatadas que hoy los llevaron al fracaso más caro en sus catorce meses en el poder.
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