Entre los súbditos de la voluntad divina en Tlaxcala, y la tropa… los pobres… los descamisados… hay un trecho muy amplio. Unos hasta se dan el lujo de desdeñar cobros millonarios ¿cuánto ganarán?… los otros ni para comer les alcanza.

Último trecho del gobierno anterior. Una tarde en un café del portal grande de Tlaxcala olvido una maleta con mis herramientas de trabajo. Ni modo, para que se me quite lo atarantado. Pero recuerdo a un bolero aseando mis corridas botas.

No era un bolero cualquiera. Resultó ser policía. Es más, hasta contaba con autorización para trabajar dentro del Palacio de Gobierno, pero cuando se encontraba de servicio solía custodiar la puerta principal de la Casa de Gobierno.

Otros policías, municipales ellos me ayudaron a localizarlo. No es fácil dar con uno de los tres boleros gendarmes de la seguridad tlaxcalteca.


Pero, ¿boleros?

Jamás haría menos el oficio, pero lo encuentro evidencias de autoempleo, sub empleo para ser más precisos. Y como se supone que los policías tendrían un salario digno, pues me causó admiración que en los ratos libres ese agente dispusiese su tiempo a sumar a su ingreso quincenal el producto de algunas boleadas.

Buscar a esta persona me llevó a una de las casas más modestas que he conocido. Eso sí, muy limpia pese a erigirse en un terreno pequeñito, en medio de tierras de labor, por el rumbo de Acuitlapilco.

Ese agente me buscó tanto como yo a él. Le interesaba darme la pequeña maleta con mi cámara, mi grabadora y otros objetos personales.

Fue tan digno ese hombre que, cuando logramos vernos, en la dirección de seguridad pública del municipio, no aceptó una ayuda económica por haber guardado mis cosas.

Hace unos días a ese mismo hombre lo vi pidiendo trabajo en un café. Está desempleado desde el tremendo conflicto que costó  la caída de su primera secretaria de gobierno de esta administración –Anabel Ávalos- y la llegada de Noé Rodríguez Roldán a ese puesto.

Hoy, puedo ver la pésima calificación ciudadana a los policías municipales, estatales y federales que laboran en Tlaxcala. Andan por ahí del cuatro de calificación. Da pena.

No todos son malos. Pero todos, sin excepción, son muy pobres. Hoy también tienen el agravante de la amenaza de ser aplastados si se les relaciona con el movimiento aquél atribuido al ex gobernador Héctor Ortiz.

Qué suerte tuve al toparme con el agente-bolero que le platico porque, creo que cualquiera en la condición tan apremiante de la policía tlaxcalteca habría intentado sacar algún provecho de lo hallado. No todos son así. No pueden ser así. Las deudas los consumen. Las presiones los agobian y la angustia les acompaña, pues tienen compañeros con profundos resentimientos tras la maniobra aquella en la que la Policía Federal vapuleó, humilló y jaló parejo con los uniformados que halló en la Escuela de Policía, fuesen o no parte de la rebelión.

Qué lío, verdad. Verse como vigilante fue devaluando hasta llegar al nivel de cuatro, como los ve un importante sector de la población. Hay desconfianza, temor, incluso sobresalto cuando por alguna causa nos vemos involucrados en un hecho donde tenga que intervenir la policía.

Pero estos son los pobres. Los que portan uniformes que casi brillan de tanto lavar y planchar (y eso que apenas se los dieron).

Pero habría que ver la parte de responsabilidad de otros… sus jefes… de quienes jamás supimos los resultados de los exámenes de confianza aplicados por la Secretaría de Seguridad Pública.

Es curioso, pero esos potentados, jefazos, jefazas y su personal de mucha confianza, viven en una como burbuja donde no les pega el aire de la miseria.

Hasta se dan el lujo de despreciar millones de pesos por demandas iniciadas hace años. ¿Pues cuánto ganarán para hacerle fuchi a dos millones seiscientos y tantos mil pesos?… eso, señores es abundancia… no miseria como en la que sobrevive el agente-bolero, cuyo caso no es el único. Y no precisamente porque haya otros boleros.

Tal vez sean campesinos, comerciantes, ambulantes…

Lo cierto es que ni para ellos, ni para los jefes de ellos la prioridad es esmerarse en la custodia de la vida y patrimonio de los ciudadanos. Ya ve, la encuesta de la SSP los encuentra reprobados.

Aquí la diferencia es que unos ganan de más y los otros no tienen ni para comer. Ambos se dedican a la seguridad, pero créame hay un trecho largo, largo, entre la infame y cínica costumbre de los funcionarios-nuevos ricos de Tlaxcala, y los otros, la tropa, municipales, estatales o federales, viviendo todos los días el infierno de exponer su vida ante los criminales, de mala alma pero con buenas armas.

Al principio, intenté resistirme a los resultados tan miserables de la seguridad en Tlaxcala. Pero viéndolo en perspectiva y considerando el papel de cada uno, me cae que sí… da miedo verse envuelto en una situación donde deba intervenir la policía.

Nomás vea los retenes.