¿Quién puede más, el creciente rencor de una Policía llevada al límite de su desempeño ante criminales despiadados y bien armados, o la subestimación de la autoridad, pretendiendo someter a esa tropa con mandos superiores, tiránicos e inflexibles?

Entre los actos de histeria de Juan Olmedo, hacia sus subordinados –en tiempos de Alfonso Sánchez Anaya y, el mar turbulento en el sexenio de Ortiz (donde el pez grande devoraba al pequeño), prevaleció sin embargo el diálogo con los y las policías, a quienes se echaban a la bolsa con cierta facilidad, dotándolos de nuevos uniformes u otorgándoles algún bono, como anillo al dedo para alivianar la tremenda pobreza de quienes portan las insignias con admirable lealtad, aunque sin un peso en el bolsillo.

Pero en esta administración, la antítesis de aquella intención por, “recomponer el tejido social”, refleja el rumbo equivocado del deseo marianista por considerar subordinados a sus colaboradores.

Por si el gobernador Mariano González Zarur, no se había dado cuenta, las manifestaciones de uniformados, son el ejemplo más claro del tejido social roto.

El amo no tendría porqué adentrarse en escenarios ficticios, de víctimas de gobiernos pasados. Debería ver por el cisma actual, cuya complejidad debe analizarse con toda precisión.

1.- Los dogmas, en tanto tabla de Moisés, quedarían desfasados para seguir rigiendo el comportamiento de los cuerpos del orden, si sus superiores no encarnan la virtud con un desempeño noble, bien intencionado, cristalino y generoso, pues los uniformados son el factor humano para posibilitar el monopolio de la violencia, en manos del Estado.

2.- Todas las mañanas durante el izamiento de la bandera, se vive el momento cumbre de reafirmación de lealtad al país; el concepto de mando superior también por añadidura es aceptado en ese puntual homenaje, cuyo simbolismo es ignorado por muchos y, cuya esencia, trastocada de una forma tan injusta en el caso de los uniformados tlaxcaltecas, que estos bien podrían reclamarlo con una frase inmortal de Sánchez Piedras: “no se puede tratar igual a los desiguales”.

3.- Ese trato lleva al alto mando de la Policía a estirar el resorte social que tiene en sus soldados, hasta el límite, a riesgo de reventarlo. Le exige el cabal desempeño en sus actividades preventivas, pero no estimula ese requerido acto de valor en estos tiempos, de crimen organizado, decapitaciones, narcotráfico y corrupción, como el cáncer que carcome la estructura ósea del Estado.

4.- Ruben Santacruz Caltempa (y seguramente también su antecesor) encarnan ante la tropa el papel de tirano –ordenado por el hacendado al que sirve- para mostrar carácter y maltratar al indio hasta que este ceda al ver rodar la sangre por su escuálida humanidad.

¡Craso error!

Esta instancia, la encargada de cuidar la vida de la población a costa de la propia, es el estrato laboral más sensible, por las condiciones de explotación –por eso, la homologación es una petición fundamentada- a la cual pretenden ser sometidas mediante la inflexibilidad de los jefes, devenidos en remedos hitlerianos para fuetear el rostro de la tropa o, humillar su dignidad hasta los niveles que provocan la rebelión que hoy estamos viendo.

La Policía no cabe en el pseudo programa de una administración laxa.

Quisiera ver uniformados al secretario de los zapes, al xoloescuintle, al subsecretario michoacano remedo del Che, a quien los manda o, a los que medran en el DIF, para que conozcan así, tantito, lo que es el verdadero amor por la Patria, concentrado en la custodia de calles, edificios públicos y privados, automóviles, comercios…

La sospecha de que nuestras arcas son saqueadas para financiar una precampaña presidencial (sí, la de Quiquepeña) acabó de contaminarse el legítimo rencor social de la tropa, en contra de quienes los pretenden sobreexplotar pagándoles lo mismo y, si se puede, quitando pesos a su raquítico ingreso.

Eso no es justo.

Ahora bien, un sindicato de policías es imposible bajo la actual Legislación.

Volviendo al tema de los dogmas, detengámonos a analizar el principio que rige a las fuerzas armadas: lealtad.

Y la lealtad, históricamente se ha contrapuesto a reiterados intentos por conformar un “sindicato del rifle”.

Es impensable e ilegal que la autoridad acepte a sus tropas creando una organización gremial. Ningún pacto laboral sustituye al valor del efectivo, en tanto su palabra empeñada a la Patria para encarcelar a los delincuentes, aun exponiendo su integridad.

En otras palabras, la tropa no podría confiar sus intereses laborales a un sindicato cuyo contrapeso al dogma de lealtad, sea la aceptación del miedo como impedimento para cumplir su encargo a cabalidad.

Pero, podemos apostar al cambio de actitudes de ambas partes bajo el compromiso de respetar la dignidad y los derechos de la tropa, a un mejor nivel de vida, a un ingreso homologado que le permita amar su trabajo como complemento al admirable amor a la Patria, a un estímulo justo, como son las vacaciones, para poder compartir con sus seres queridos un poco del tiempo entregado al Estado en forma generosa.

Si el comportamiento del hacendado gobernador supera la etapa de la subestimación social, o sea de los subordinados, si se percata que en un régimen democrático, él vale lo mismo que el más humilde de los colaboradores de su gobierno, cundirá el beneplácito social, y no nada más en la policía, sino en cada área donde los servidores públicos realizan a diario la versión propia de lealtad hacia el gobierno del cual forman parte.

Esto nos lleva a confrontar dos conceptos: el dogma y su actitud leal de la tropa, y la utopía de lograr un cambio en los desplantes tiránicos de quien gobierna.

Como puede usted ver, la solución al grave conflicto de la Policía Preventiva, puede estar tan cercano como complicado, todo depende de la voluntad de unos, los miembros de esta corporación llena de valores y a la vez de pobreza, y del mando supremo en Tlaxcala para que deje de pichicatear el dinero del Estado, con el propósito de darle un uso canalla.