Ha de pensar el líder que las caricias no pedidas son cálidos regalos a compañeras y compañeros, que han puesto el grito en el cielo en busca de cierto nivel parlamentario, y no los desfiguros de quien ya llegó al extremo de patalear, al no ser convocado a actos de relevancia.
El ambiente en los pasillos del Congreso del Estado, es denso como no hay registro. Será la incongruencia en el desempeño de personajes como el protagónico y laberintoso Héctor Martínez García, una especie de cascada de abundantes infamias chiquitas, lo que salpica por igual a legisladores, a funcionarios y hasta a los enviados del gobernador, ejerciendo el derecho tricolor a meter la nariz donde les plazca, y de preferencia donde mayor daño puedan causar.
Lo que oscurece a Martínez, es su pertenencia a un estrato sicodélico con el sello mexican kitsch, propio de aquellos que insisten en encontrar mérito estético en los desfiguros cotidianos con los cuales, van paso a paso, contribuyendo a la parálisis legislativa disfrazada de lascivas manifestaciones de un afecto inexistente con sus compañeras y compañeros de legislatura.
Martínez, el del encargo beatricista en el timón de la Cámara local no puede con el paquete y ha tenido que patalear ante miradas compasivas , como la de Silvestre Vázquez Guevara, quien hace poco lo tomó del brazo para calmarlo, intentando alertarlo del ridículo que hacía, consiguió apartarlo de una respetable concurrencia plural de diputados.
Al simpático diputado laberintoso le dio en ese momento por reprobar la nula convocatoria a actos realmente importantes –le dolió el brillo de Mildred, la matahari panista- en cierto acto de relevancia media, pero en el cual se requería otros atributos, que no aquellos movimientos ricos en esa inquietud contenida de quienes han de suponerse lindos a la hora en que los demás carecen de opciones y, lo han de soportar.
Yo creo que por eso, personajes como el hoy diputado verde Gregorio Cervantes, no guardan el mínimo respeto a la investidura del líder cameral y, hoy han hecho público precisamente la falta de temple para sostener la batuta.
Ni siquiera lo afligió que al ser materia legal tratada –claro en forma adversa- el laberintoso Martínez le tendió la mano tricolor que hasta guapos y decentes hace ver a quienes han de negociar con la justicia.
A legislaturas anteriores las tildaron de culpables de tal parálisis que, comparados con cualquier asamblea del país, resultaron las más onerosas.
A la actual, además, hay que agregar su naturaleza densa y los desfiguros de su líder en una combinación espantosa cuya vigencia, por ejemplo, da oportunidad a otro tipo de especímenes, de conservar canonjías al tiempo de palomear partidos, casi sentados en un mullido reposet y viendo al estado desmoronarse ante las haciendas, muy de moda en tanto atractivo turístico inducido, como homenaje a los tiempos previos al reparto agrario, de lo que los actuales empoderados, comenzado por el criador de reses bravas, prefieren no acordarse.
Hoy resulta que el empresario de la trácala automotriz, Eloy Berruecos –todo un legislador e integrante a contrapelo de la ley, del Comité de Administración de la legislatura- ha decidido escuchar la seducción tricolor en voz del ex senador Joaquín Cisneros y, dar la espalda a su inventor Rubén Flores Leal ,y a su malogrado proyecto del partido Convergencia.
Qué fácil, verdad. Cambiar de partido como quien lo hace con las tangas.
Por eso acusa este Congreso un aire denso en oficinas y pasillos, en salones y cubículos.
Y pensar que cada metro cuadrado del gélido edificio concentra los intereses de cada rincón de la entidad.
Que al nivel parlamentario esperado, muchas veces se responde con esa lascivia repugnante del diputado Héctor Martínez, quien ha de seguir pensando que los abrazos no pedidos son caricias cálidas, cuando hasta los mismos malagradecidos a quienes impulsó para dejar de ser casos difíciles de la justicia a la tlaxcalteca, tomaran posesión de su humilde cubículo, donde pasarán eternas horas de impunidad, nada más recordando las travesuras previas a la adquisición, peso sobre peso, de la curul que hoy hasta guapos los hace lucir.
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