Qué rápido se acostumbró a la estética de la ciudad y sus cortesanos, y también qué rápido vio el prietito en el arroz de la comida local, donde el lugareño carece del mérito de aquellos con quienes la convivencia es plena, aunque con dinero del estado pueda tratarse, nada más de un evento de alcurnia.
Cuáles serán las causas para que el gobernador de Tlaxcala se asuma como un político encantador en reuniones como la reciente con empresarios, embajadores y otros personajes destacados en los negocios, y en cambio, muestre la otra cara de la moneda cuando se trata de runirse, por ejemplo con el Poder Judicial de Tlaxcala, a cuyos integrantes, en plena cara les expresó su desconfianza respecto al trabajo que desempeñan.
Me pregunto si hará lo mismo durante el informe del rector de la Universidad Autónoma de Tlaxcala, Serafín Ortiz Ortiz.
Veladamente, el mandatario sostiene una lucha sin cuartel contra todo lo que huela a Ortiz. No se había registrado una especie de persecución en contra de empleados, con la mala estrella de haber servido durante el sexenio pasado. Además la hizo acompañar por misivas trágicas en tanto mensaje sobre el aciago destino que depara a ex funcionarios, al toparse con esta nueva administración.
Si así se lo ha propuesto, lleva a Tlaxcala en un cesto para ofrecerlo como simpática artesanía a sus amigos de mundo, pero al retornar a la casa de gobierno, desata esos rencores que se han convertido en sus acompañantes perennes.
No quisiera imaginar que el bienestar marianista radica en una mezcla entre estética y de afectos en cuyo estrechamiento Tlaxcala es como un vistoso tibor.
Mas así lo irradia.
Extravía la brújula quien debiese mostrarse como un robusto puerto al cual asirse para ahuyentar toda suerte de incertidumbre.
Tal vez sin proponérselo remonta su desempeño a las tremendas fiestas de antaño, con todo y pianola y vestidos muy ad hoc con la teja, el mueble de cedro y el olor a importación de Europa.
Allá cuando era ridículo ser un indio que asomase la nariz a través de la ventana del conocimiento. Y ni hablar de derechos. Esos, los descamisados -hoy encarnando la versión de los desempleados recientes- conforman con su fealdad la otra parte que no debería existir para solaz del patrón.
Según puedo apreciarlo, hacen falta ciertos ajustes en este intento por irrumpir en la vida de amigos y otros que nada más son paisanos. Ni enemigos, ni tampoco comparsas… nada más observadores de la construcción de una nueva página en la historia tlaxcalteca del siglo XXI.
No más pianolas y no más cortesanas. Mejor un ejercicio, acaso dificil, de humildad en congruencia con la robusta deuda en contra de quienes menos tienen, o de plano carecen de cualquier bien.
Eso no existe en el diccionario de quienes nacieron en sábanas de seda. Pero al tomar el timón, nos ofrecieron cambiarlas por la sencillez que antes de una elección se convierte en votos. Digamos que operó una tremenda labor seductora. Y tuvo éxito.
Estoy seguro que los personajes locales no tienen la culpa por no tener parecido con Max David, Luis Andrés Holzer o, Juan Carlos Marroquín.
Dueños ellos de apasionantes relatos a propósito de sus inconmensurables fortunas, difieren de los molestos lugareños que tan gordo caen al protagonista.
No puedo aceptar que ese sea el PRI de Sánchez Piedras.
Mas bien, me doy cuenta del uso indiscriminado de frases sanchezpiedristas, pero para cubrir una pretendida casta divina, a la que ni en sus peores momentos podría haber apostado el querido Don Emilio.
Es tiempo de despresurizar el tremendo temperamento del divo, quien muy rápido se acostumbra a lo bueno y, sin medir consecuencia lo lleva al extremo del desprecio. Lo suyos, quienes lo siguen pese al desdén perenne abrigan esperanza que un día iluminará un rayo de democracia a quien fortuitamente irrumpió en una escena propia del siglo XXI y con poco éxito cuando se pinta de color retro.
Que cada quien se defienda, pero a la voz de cambiar la actitud del gobierno, de ponerlo en una caja de cristal y de perseguir a la corrupción con todo el peso de la ley, hoy vivimos un escenario igualito, con familiares en la nómina, funcionarios nefastos en el ámbito de la seguridad y la prometida caja transparente tiende a convertirse en un manto que obnubile cuanto acto, por derecho, deberíamos ver diáfano.
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