Cuando el mandatario estatal pasa horas, días y semanas destrozando currículas en lugar de encarar las necesidades del estado, sencillamente es superado por las necesidades y por las expresiones sociales, ávidas de un liderazgo real.
Es tiempo de que el gobernador de Tlaxcala se dé la oportunidad de reflexionar respecto a sus intenciones reformistas del aparato de gobierno y, las posibilidades de transcurrir su sexenio sin sobresaltos.
Tras una intensa labor de exterminio de todo individuo con la etiqueta de su antecesor, el actual mandatario pasa por alto la tlaxcalidad en un marco de legítimo derecho al desempeño de sus conocimientos como parte del aparato burocrático local.
Claro, Mariano detectó viles excesos, como el de un coordinador de prensa con subordinados al por mayor y hasta incrustados en áreas ajenas.
Más casos en ese contexto detonaron la instalación de la gran guillotina activada en cientos de cabezas, yo diría miles cuya separación violenta los convirtió en compañeros del mismo dolor, dispuestos a reclamar prestaciones y liquidaciones, como parte del gran conflicto laboral a punto de estallar.
Pensar para actuar y no al contrario. Esa debió ser premisa fundamental. Mas no ocurrió y hoy, aquello se encuentra a punto de desbordar en un conflicto con las dimensiones que permiten las alianzas de múltiples grupos de damnificados por este huracán de ira.
Ejercer el poder con semejantes niveles de rencor devendrá en peores niveles que mantener una política pasiva y chicha, como tapadera del cochinero hallado.
Pero enervar a los hatos, sin más cálculo que el limitado alcance de unos ojos de púrpura destellante no solo abortará la original intención desinfectante del rancho, sino que propagará a cada ámbito de la entidad una injusta dosis de rebeldía a la decisión autoritaria de quien a estas alturas debería haberse percatado del terrible fuego con el que juega, siguiendo el mal consejo del temperamento antepuesto.
Finalmente, se trata de una labor de exterminio ante un enemigo inerme pero abundante.
Y en masa, la respuesta a cada acción de quien lleva un frenético paso, corre el riesgo de ocasionar un tumulto, indeseado, inútil y lesivo.
1.- Al poder Legislativo ya llegó el mensaje del autoritarismo. Y este ocasionó la alianza de panistas, perredistas y otros grupos minoritarios. Juntos humillaron al PRI cuando este quiso acaparar áreas. Ahora se saben capaces de operar para derruir iniciativas marianistas con esa compleja justificación… entre benéficas para la hacienda estatal pero con propósitos de exterminio grupal. En ese contexto se halla la desaparición de la Secretaría de Desarrollo Social, para fusionarla con el Copladet, en una maniobra retro que intenta llevarnos a los tiempos de Sánchez Piedras, cuando un gobernador y un secretario, podían mover al estado y hasta darse el lujo de resolver los problemas de este.
2.- Diputados perredistas antepusieron su pensamiento –y no el de la sumisa dirigencia estatal- y comenzaron a manejar la inconveniencia de desaparecer dicha dependencia. Al contrario, habrá que emular a otras entidades donde las estrategias redistributivas a través de ella han permitido un sustancial avance en el quehacer de la autoridad hacia las capas sociales. Esto sería suficiente para motivar a panistas, perredistas y demás, a imponer su mayoría, nada más para demostrar al Ejecutivo que enfrente no tiene a una oposición débil. Conste que en ella se encuentran los orticistas, dispuestos a perder la vida defendiendo su causa, a otros afines y hasta familiares políticos del orticismo, determinados también a vender cara la derrota pues, nada tienen que perder.
Los porqués del mal humor
Invocando al sanchezpiedrismo, Mariano González, pasa interminables horas en el Palacio, acompañado por Carlos Rojas revisando cerros de currículas para detectar el mínimo aroma a orticismo. Y desde luego van a dar al cesto de la basura.
En ello se van horas y horas, días, semanas y, también el sano juicio de quien debiera obligarse a una disciplina productiva, de buen ánimo, creativa. No portadora del rencor y la desconfianza. La empresa, la gran empresa llamada Tlaxcala, hoy se ubica con mucha más altura que aquéllas intenciones cuasi racistas.
No debería el marianismo colocar una especie de código semita en el brazo de aquellos a los que detesta. Bien podría aprovechar sus lealtades sexenales. Pero esa ira que enrojece su mirada lo priva de encaminar sus pasos al necesario liderazgo. Cuida los centavos y destruye el invaluable valor del paisanaje.
Somos un estado tan pequeño que aquellos ajenos a la burocracia en alguna de sus expresiones por humildes que sean, estarán condenados a cosechar su minúscula parcela.
Y créame eso es causa de rencores.
Iguales a los que siente el que ha colocado sobre sus hombros la túnica de verdugo. Nada más que los primeros suman miles.
¿Por qué no compartir esa divisa con quienes tendrían todo el derecho?
¿Por qué levantar barricadas de odio para salvaguardar el botín, si este es temporal?
Acaso atestiguamos un grotesco atragantamiento.
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