Alcaldes que lo mismo podrían ser parte del crimen organizado, con pruebas fehacientes de su quehacer delictivo, enmarcan una trilogía de irresponsabilidad, exceso y cinismo, tan lesivos para Tlaxcala como no lo llega a ser la pobreza, las enfermedades renales o la influenza… así de graves estamos…
A la tremenda crisis política, administrativa y social de Calpulalpan nada más le faltaba el involucramiento de su alcalde, Juan Antonio García Espejel, en el crimen organizado. Resulta que en uno de los cajones de su escritorio almacenaba ciento cincuenta cartuchos de R-15, un eficiente rifle de asalto, con dos características: primero es de los más usados en los tiroteos entre bandas del crimen organizado y luego, manejar este tipo de armas se limita al Ejército.
Las balas halladas al alcalde –suspendido sesenta días por el Congreso – son la punta de un hilo conductor que ha de llevar a la inteligencia tlaxcalteca a localizar desde el arma con la cual se utilizaba, hasta las causas para detentar ese tipo de fusil.
Recordemos. En la región poniente de la entidad, los asaltos a traileros principalmente, aunque los atracadores no discriminan a nadie, son el pan nuestro de cada día.
Sabe, me da escalofrío nada más imaginarme a un alcalde incapaz de comprobar 32 millones de pesos (mdp) y, con pruebas de haberse auto prestado cinco mdp, metido en líos de este tipo. Ojalá me equivoque, pero todo apunta al escándalo más grave ocurrido en este castigado y alejado municipio.
Ahora corresponderá al síndico calpulalpense, añadir a la correspondiente denuncia en contra de García Espejel, por peculado y otras gracias, el acopio de parque para abastecer un rifle sobre el cual se yergue la más incierta cauda de sospechas.
‘Onde anda Sosita
Manuel Sosa Salinas, el todavía alcalde de Tlaxco, es la excentricidad en persona. Hoy se cumplen veintidós días que no se presenta a desempeñar las labores de mandamás en ese ayuntamiento.
Lógico, los integrantes del Cabildo (bueno, la mayoría) decidió destituirlo y se constituyó ayer en la capital tlaxcalteca para gritar su coraje, pues al titular de esa presidencia, nada más le dio una crisis de depre, o tal vez la emprendió a algún destino turístico en cualquier parte del mundo, o lo que usted prefiera, pero ¿por qué no aparece?
Siendo tal vez el hombre más rico de Tlaxco y, uno de los más ricos de la región, la ausencia de Sosa Salinas, me obliga a pensar mal, incluso en un posible secuestro.
Instancias de inteligencia y seguridad tlaxcaltecas, deben mostrarse sensibles ante esta ¿desaparición?, y no descartar ningún escenario mientras no aparezca el próspero hombre de negocios metido a político.
Ahora, si el alejamiento de sus obligaciones obedece a cuestiones fatuas, reciba la más fuerte crítica por la irresponsabilidad mostrada.
Oiga, de veras nos tiene más que preocupados.
Apizaco, la vergüenza
Describir el trienio de Alex Ortiz Zamora, es un asunto penoso. De la importante oportunidad de gobernar a este pujante municipio, al bodrio de político en que devino, me apena confesar a todos ustedes la decepción de los muchos grupos que con su voto le permitieron ocupar en forma inmerecida una silla muy importante.
Entre la pésima administración, en manos de un sujeto que hoy es diputado electo, como el acto más bochornoso de compra de inmunidad, y la inteligencia y seguridad, manejadas con criterios muy parecidos a los que operan bandas del crimen organizado, a esta demarcación nada más le hacía falta ver saqueada su alcaldía porque ahora debe enfrentar una serie de laudos.
Lo más gracioso del señor médico político, es que soñó con ser gobernador de Tlaxcala. Se ufanaba de una relación amistosa super productiva con el secretario de Hacienda, Ernesto Cordero. Y tal vez suponía que era tanto su magnetismo que, el propio presidente Calderón lo habría de ver como un híbrido en el agreste surco del Altiplano.
Cuando uno despierta de la borrachera, lo agobian terribles dolores y un insoportable hedor a vómito. Nada describe mejor a quien mal gobernó al ombligo político y económico de Tlaxcala.
Dinero y poder en manos de alguien como el médico-¿político?, son dinamita.
Qué miedo.
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