Por increible que parezca, en pleno siglo XXI, un mandatario se convierte en promotor de la política de los setenta, cuando comenzamos con las peores devaluaciones y administrábamos la abundancia…

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Sobresalta pero así ocurrió. Al entregar a ITISA el premio a la competitividad 2013, el gobernador Mariano González Zarur, expuso su ilusión de retornar al segundo lustro de los setenta -entre los sexenios de Echeverría y López Portillo- cuando, según sus añoranzas, Tlaxcala lo mismo fabricaba envases para vodka que refacciones para Rolls Royce.

¿Un gobernador del siglo XXI impulsando una política vintage de fomento industrial?

Aunque parezca increíble.

Bueno, el lapso referido engloba al sexenio de Emilio Sánchez Piedras (1974-1981), cuando González Zarur fungió como tesorero del estado -por cierto, dicen que en un marco de desconfianza en su relación con el entonces mandatario.

Le tocaron unos buenos años, los de la administración lopezportillista de la abundancia, tras la tremenda devaluación en el sexenio anterior.

¿Acaso ante el boom nacional, el crecimiento desmesurado de la burocracia y la irrupción de México como el cuarto país productor de crudo, Tlaxcala iba a quedar en el rezago?

Así que vino la intensidad de Sánchez Piedras para atraer recursos. Y los fines justificaron los medios. Llegó de todo, incluso firmas que en otras latitudes habrían sido clausuradas en el acto debido a la contaminación  que generaban o al pésimo trato dado a los trabajadores.

Pero de lo que se trataba era de sacarnos de ese atraso. ¿Se acuerda?, vivíamos como en una película en blanco y negro.

Mas a Mariano le asiste la razón. No hubo otra época mejor de crecimiento.

Nada más que debe tomar en cuenta las estrategias de los presidentes en turno.

Echeverría, por ejemplo, afectó lo afectable y repartió millones de hectáreas a los campesinos.Curioso, verdad, esas acciones se dan a la par del halconazo y de aquél mal recuerdo de 1968, cuando fungía como secretario de Gobernación con Díaz Ordáz.

Tampoco puede omitir que cinco años del sexenio de López Portillo los dedicamos a industrializar al país, confiados en que el precio del petróleo continuaría al alza y que el pleito de los Estados Unidos con los países árabes duraría toda la vida.

Ello nos llevó a cuadruplicar nuestra deuda pública. Y de los 21 mil millones que debíamos con Echeverría, con todo y las devaluaciones, rayamos los 76 mil millones de dólares, allá cuando don José defendía como un perro al peso.

Aquí, tras múltiples filtros nos llegaban los recursos. Nuestra pequeñez geográfica ni se apartó del concierto nacional como tampoco nos permitió destacar. Esa ha sido nuestra condición, conformarnos con el escaso uno por ciento frente a la economía nacional, incluso en materia electoral. Es lo que representamos.

Convocarnos a retornar a esas fechas hace de González Zarur el político evocativo por antonomasia.

Hoy vivimos tiempos de alternancia, algo no pensado en el sexenio de Don José (recuerda el bordio de PAN de entonces) quien fue a las urnas sin competidor alguno.

En cambio, Mariano tuvo que esperar cuatro sexenios para llegar. Probó el sabor de la derrota y, según vemos envejeció como todos, pero su corazón quedó latiendo del 74 al 81.

Mejor sería aceptar que ni ese tiempo, ni los estilos para gobernar de entonces, tienen la mínima oportunidad de regresar.

Hoy estamos inmersos en la globalización. Nos agobia el decrecimiento con Peña Nieto, y también nos afectan los pleitos de nuestro mandatario.

Y en ese contexto, surge la propuesta a los hombres de negocios: regresemos a la aciaga temporada de Echeverría y López Portillo.

Tendría que haber mayor conciencia para plantear semejante cosa.

Es importante actualizarse. Platicar con gobernadores jóvenes. Y escucharlos… no darles la cátedra, porque acaban por reír de nosotros.

Veamos el boom industrial del Bajío. Dirijamos la mirada al Caribe. Sepamos por lo menos el significado básico del compromiso social, porque mire, cuando Mariano afirma ante empresarios que los de su tiempo tenían una vocación social, eso suena a dislate.

Caiptlax, dar puntapiés al pesebre

No son capaces los comisionados. Pero sí, nos dan atole con el dedo de un discurso democrático que ni ellos mismos lo creen. Hacen falta más que palabras para convencer a un pueblo harto de atestiguar complicidades de entes enfundados en el traje de la voluntad popular, pero más humillados ante el ejecutivo que los propios diputados. No todos.