Ah… medio día, de la Hummer plata baja el compañero de parranda, con bebida y botana suficientes como para bajar la cortina de un negocio llamado Tlaxcala, del cuyo manejo depende más de un millón de personas.

Dicen que nunca es tarde para cambiar. Y así falten 117 días al actual régimen;  y así desde el segundo o tercer años del sexenio, el hartazgo se haya hecho presente, es posible tener un buen cierre, para que el cambio de estafeta se dé con un mínimo de dignidad.

No tiene por qué quedar atrás la admirable afición por la lectura. No debería sepultarse el recordar, uno a uno, a los aliados que, en su momento funcionaban con admirable sincronía, al ritmo de los engranes del orticismo.

Un influyente grupo, capaz de ganar el poder en 2004, no debería darse por vencido como lo manifiestan al menos tres de sus principales representantes.

Doce horas de cualquier día. De un Hummer color plata desciende el circunstancial compañero de libación. No puede faltar el tradicional Appleton dorado. Tampoco el ¿exquisito? Buchanans.

Y a esa hora, cuando mucho se puede hacer por Tlaxcala… murió el día (¡!)

Compromisos agendados, se incumplieron. Eventualidades de la naturaleza que fueren, serán atendidos por aquellos con o sin emoción por el servicio público.

No debería ser tan anticipada la agonía del rotundo triunfo de 2004.

De esos tres, el primero culmina la jornada hacia el medio día, estimulado por las bebidas y las viandas que le platiqué aquí arriba.

El segundo, no aparece. Y lo poco que se le ha visto no coincide con la robusta imagen intelectual a la que nos tenía acostumbrados. Ojalá que sus ausencias permitan el marco para resarcir sus graves responsabilidades.

Hay un tercero, incapaz de vencer sus tentaciones saqueadoras. Atenta  con reprobable esmero contra el patrimonio del proyecto que le fue confiado para su administración. Su caso apena.

Insisto. Nunca es tarde para cambiar.

Y estos 117 días son un universo para picar las costillas a las mulas echadas en tantas obras de carácter público que van a quedar inconclusas si no opera la voluntad férrea de aquél obligado a recorrer su obra palmo a palmo, en lugar de dormir la mona tras la auto complacencia como recién adoptado estilo de vida.

Hay que ver el impacto en el aparato que gobierna.

Por ejemplo, ayer martes, durante la fijación de bandos solemnes, la Oficial Mayor de Gobierno, no pudo articular tres palabras sin error, del mensaje para leer en público, como su más importante acción en el puesto.

¿Acaso el estado se derrumba?

¿Es que el desinterés de un comandante por empuñar el sable nos ha de llevar a una dolorosa derrota?

Nada más faltaba la molesta persuasión de Luévano en temas de carácter espumoso para la adopción del verbo plantar (en tanto incumplimiento de una agenda).

Me pregunto, ¿si se terminaron los hielos, será necesario movilizar la fuerza del Estado para reabastecer la cantina?