Los discursos oficiales y los anuncios gubernamentales sirven de poco o nada para contener la inseguridad en un estado de las características de Tlaxcala, donde los habitantes viven con miedo y en la zozobra por los delitos de gran impacto que se comenten y que las autoridades tanto federales, estatales y municipales son incapaces de combatir.

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La postura oficial es que Tlaxcala se ubica como la segunda entidad más pacífica del país y también entre los cinco estados con menor incidencia de delitos, sin embargo los hechos violentos registrados en los últimos días demuestran que el esfuerzo y esmero del gobierno estatal para seguir brindando resultados a la ciudadanía en ese rubro son insuficientes y que los responsables de prevenir y combatir la inseguridad han fracasado.

Si hoy no resulta preocupante y alarmante que en menos de 24 horas se hable de dos ejecuciones, una Yauhquemehcan que involucró a un ex policía federal y a un joven trabajador y otra en el municipio de Españita donde apareció el cuerpo de un hombre con un tiro de gracia, entonces estamos jodidos y mal porque sería minimizar hechos violentos y querer evadir una realidad que dibuja claramente el hundimiento que existe en Tlaxcala en materia de seguridad.

El caso de Yauhquemehcan encendió los focos de alarma al interior de la descabezada Procuraduría General de Justicia en el Estado al comprobar que el ex agente federal y su joven empleado no sólo fueron torturados, sino que cada uno tenía más de siete disparos de arma de fuego, lo que evidenció saña de los hombres que cometieron impunemente esos homicidios que seguramente se sumarán a los innumerables casos sin resolver que cada mes acumula la dependencia encargada de investigar esos hechos y que hoy dice controlar el protagónico subprocurador José Antonio Aquiahuatl Sánchez.

En Tlaxcala era raro que se dieran ese tipo de hechos violentos, pero al parecer hoy es normal y hasta común, como lo es difundir noticias que refieren el desmantelamiento de centros de operación de huachicoleros y la persecución a balazos para detener a delincuentes que intentaron robar un automóvil en la capital del estado, donde curiosamente la delincuencia se ha desbordado y pareciera que tiene carta libre para robar cajeros automáticos y cometer otros delitos sin que tenga temor de ser detenida o perseguida.

Los atracos a camiones de carga se siguen presentando, así como los robos a los vagones del tren por la zona de Huamantla. Las llamadas de extorsión van en aumento y los prósperos empresarios tlaxcaltecas amigos del poder también son víctimas del crimen, como el reciente hecho violento registrado en una de las propiedades del dueño de Providencia, Rafa Torre Mendoza, que dejó un saldo de un vigilante muerto.

Mientras en Tlaxcala se le resta importancia a los hechos violentos y a la presencia del crimen, los Estados Unidos emitieron una alerta de viaje a sus ciudadanos para que extremen precauciones si es que van a visitar a nuestro estado, lo cual evidencia que la seguridad en la entidad atraviesa por su peor momento.

Los meses pasan y la seguridad lejos de mejorar empeora, situación que de mantenerse golpeará más la imagen del gobierno del estado que en los pasados comicios ya comprobó que no goza del respaldo ciudadano, de ahí que es urgente analizar el tema para decidir si la administración requiere un cambio no sólo en el personal, sino en la estrategia si es que hay, porque ésta no se ve por ningún lado.

Imagínese como se encuentra el nivel de inteligencia de la administración estatal que hace unos días el recién llegado secretario de Gobierno, José Aarón Pérez Carro, feliz por su nuevo encargo se dedicó a buscar a los presidentes municipales para pedirles que se sumaron al trabajo de las autoridades estatales y aceptaran la coordinación para entregar mejores resultados.

El choro que Pérez Carro lanzaba a los alcaldes fue el mismo y nunca le cambio ni una coma. Lo malo es que las llamadas se llevaron en absoluto desorden, pues resulta que un edil atendió una noche al lenguaraz ex procurador José Aarón Pérez y a la mañana siguiente recibió la misma llamada con el mismo rollo, lo que evidenció que el secretario de Gobierno sólo actúa por instinto y que ni siquiera prestó atención sobre la persona con la que habló.

Esa es una de las razones que explican porque cuando estuvo al frente de la Procuraduría de Justicia no hizo nada.