En una realidad que al gobierno federal lo que menos le importa es conservar, al menos en Tlaxcala, los inmuebles con un valor histórico, porque ya es común ver que se pierdan construcciones sin que haya alguna consecuencia para nadie.
Está claro que a las autoridades lo que menos les importa es conservar el patrimonio arquitectónico del estado, pues no pasa nada si unos ciudadanos destruyen una capilla o si la negligencia de un propietario provoca que se derrumbe un inmueble de 1886 que por casi 20 años estuvo abandonado.
A finales de julio del 2015 se destruyó la Capilla del Santo Cristo, ubicada en la comunidad de Vicente Guerrero, en San Pablo del Monte. El inmueble constituía un ejemplo de arquitectura tradicional religiosa con antecedentes virreinales. Además, poseía elementos de mampostería en muros y contrafuertes y una bóveda de cañón de corrido y dos torres con campanarios que fueron añadidas en el siglo XIX.
El martes por la noche las lluvias de los últimos días reblandecieron la estructura de un portal con 131 años de antigüedad que terminó por caerse, perdiéndose un inmueble histórico que se ubicaba en la calle principal del municipio de San Pablo Apetatitlán.
En ambos casos la omisión del Instituto Nacional de Antropología e Historia ha sido la constante, pues aunque las autoridades del INAH lamentaron y calificaron como un acto de barbarie la demolición de la capilla, lo cierto es que la denuncia presentada para castigar a los responsables nunca avanzó y por lo tanto esa acción quedó impune.
El inmueble que se perdió en San Pablo Apetatitlán si bien pertenecía a la familia del poderoso manchi empresario Rafael Torre, éste de acuerdo con la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos, debía estar resguardado por el INAH, instancia que en dos décadas permitió que su deterioro avanzara paulatinamente hasta que finalmente se perdió.
El personal del INAH que siempre anda muy dispuesto a molestar a los propietarios de inmuebles ubicados en la capital y que se encuentran en los límites de la zona catalogada como histórica cuando realizan alguna acción de mantenimiento o modificación a sus propiedades, no mostró el mismo interés para proteger una construcción que sí entra dentro de sus responsabilidades.
Quizá el patético delegado del INAH en Tlaxcala, Eduardo Emilio Velázquez Gallegos, optó por no molestar al poderoso empresario, que si algo le sobra es dinero, de ahí que es lamentable que la omisión y la negligencia hubieran coincidido en San Pablo Apetatitlán para terminar con uno de los primeros mesones que se edificaron en el estado.
De qué sirve que el funcionario federal declare que los responsables de la pérdida de ese inmueble son los propietarios, cuando esa edificación ya no existe. Para qué van a servir los dictámenes del INAH si de antemano se sabe que la construcción se cayó ante la falta de mantenimiento. Su postura ante un lamentable suceso es tonta y absurda.
Asusta ver en manos de quién está el cuidado del patrimonio arquitectónico y cultural del estado.
Para terminar, le cuento que el martes en una ceremonia que llevaron a cabo las logias de masones para conmemoran el 145 aniversario luctuoso de Benito Juárez, la secretaría de Gobierno, Anabel Alvarado Varela, dejo una mala impresión entre los asistentes.
Resulta que la funcionaria que anda en abierta campaña para lograr la candidatura de PRI al Senado, llegó usando tenis y vistiendo muy informal, lo cual desentonó con los masones que para ciertos eventos gustan lucir muy pulcros en sus atuendos.
De inmediato se desataron los comentarios.
Oye qué onda con la Secretaria de Gobierno que viene de tenis
Mejor que se presentó en tenis, porque lo suyo es andar en chanclas.
Zas.
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