Qué cara salió la fiesta de triunfo de los priístas en Tlaxcala, la plaza que daban por perdida a final de cuentas se convirtió en la perla de un tricolor vapuleado en junio
El proceso para relevar al gobernador de Tlaxcala ha tenido múltiples aristas, en el seno de una familia, en los grupos afines a los dos bandos de dicha familia y en la influencia que sobre ellos ha tenido el todavía mandatario, Mariano González Zarur.
El tiempo legal transcurre y en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) se disipa la posibilidad de anular el proceso.
El rebase de tope de gastos, esgrimido por el equipo de la perredista Lorena Cuéllar Cisneros, sucumbió primero en el Instituto Nacional de Elecciones (INE). Ayer le pasó lo mismo en el TEPJF.
Claro que eso pega al ánimo de Lorena y sus seguidores.
Pero el tema tiene mucho fondo. No se limita al enfrentamiento de las huestes de Cuéllar Cisneros y la fuerza detrás de Marco Antonio Mena Rodríguez.
Es más, Lorena nunca pensó que Marco, el hermano de su cuñado Fabricio Mena pudiera tener la suficiente fuerza para doblegarla, en las urnas y el conflicto postelectoral.
La lucha no era así de simple. Del lado de Mena, se hallaba Joaquín Cisneros Fernández, aguardando el turno que desde 1998 lo tuvo en ayuno de poder, y en 2012 le volvía a asestar un tremendo golpe, al ser derrotado en la elección federal, ni más ni menos que por su sobrina Lorena Cuéllar, arrastrada por la popularidad de Andrés Manuel López Obrador, aunque la ex priísta asegura que el Peje fue quien se benefició con su convocatoria en Tlaxcala.
El hijo de don Joaquín Cisneros Molina, no se podía dar el lujo de volver a perder. Su pasado, su arrogancia, el concepto que de él tenían los priístas más rancios, estaban en juego.
¿Ser derrotado por su sobrina? De ninguna manera.
Además con Lorena había llegado Beatriz Paredes Rangel, la otrora muchacha de salvaje atractivo, protegida por Emilio Sánchez Piedras y tocada en la frente por el presidente Luis Echeverría Álvarez. La misma que al paso de los años desbordó su humanidad y su amañada forma de sacar provecho de un partido, del cual había surgido pero al que le conocía sus puntos neurálgicos, como para doblegarlo reiteradas veces, pero eso sí siempre hondeando su vapuleado banderín.
En las últimas semanas Lorena atizó el fuego en el tema de la anulación.
Y sus muchos seguidores no dejaron de acariciar esa posibilidad.
Pasaban por alto que al propio PRI, la sorpresa dada gracias a la tozudez de Mariano, la influencia de Joaquín y la disciplina de Marco, le dieron bocanadas de aire, porque en las demás entidades las derrotas se multiplicaron.
Al grado que Manlio Fabio apostaba sendas derrotas, en Tlaxcala y en Veracruz, considerándolos un par de válvulas de alivio. Sin embargo, el Presidente lo traicionó –igual que a la Canciller Claudia Ruiz Massieu, quien explotó ante la visita de Donald Trump, sin siquiera tomarle parecer-, lo exhibió y desde luego, propició su renuncia.
Mientras eso pasaba, en Tlaxcala no perdían tiempo.
El poder saltaba entre el ex presidente del IFE Carlos Ugalde, el propio Mariano, y las constantes incursiones de los enviados de Miguel Ángel Osorio Chong, más desorientados que un balsero cubano que confunde a Yucatán con Miami.
Manlio cayó. Y el PRI cayó. Su derrota fue histórica.
Paradójicamente Tlaxcala la libró.
El estado más pequeño de la República daba un poco de dignidad a un PRI vapuleado por los panistas y víctima de la alianzas entre azules y amarillos.
Entonces una mujer como Lorena no podía estorbar a los intereses de la locomotora destartalada del tricolor.
Tenían que desplazarla a como diera lugar.
A final de cuentas sus alegatos respecto a que Marco Mena gastó hasta cinco millones de pesos más de lo permitido, fueron revertidos.
Hoy el PRD tiene que pagar multas superiores a los 500 mil pesos por errores en la contabilidad de la campaña de Lorena.
Y los ganadores de la contienda, ya se reparten el botín. Puede que Joaquín vuelva a encabezar la fórmula tricolor al Senado, y que Mariana González Foullón –hoy delegada de Sedesol con calzador- ocupe la segunda fórmula.
Si para el PRI de Insurgentes 2016 fue un infierno, para el tricolor de Mariano y Joaquín, es motivo de llamar a los mariachis, pero esta vez no para enmascarar la derrota, sino al contrario.
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