Uno, por alcanzar 4.1 de calificación; otro por declararse inquisidor de medios críticos y el tercero, por pensar que humillándose podría ganar; hoy los tres son un rotundo fracaso.
A Tlaxcala le salió barata la remoción de Cesáreo Santamaría Madrid, Enrique Zempoalteca y Maximino Hernández Pulido, pues era tal el nivel de rechazo que despertaban entre partidos y ciudadanos que, la misma elección, de julio de 2010 estaba en riesgo.
Un consejero presidente con 4.1 de calificación, otro consejero encargado del monitoreo de medios anunciando castigos a comunicadores críticos y el restante, aceptando humillaciones públicas de sus patrocinadores dibujaban a un consejo general parcial, débil, ilegítimo y en consecuencia, espurio.
Ya vendrá la caída de señor Quechol, secretario técnico de la cínica diputada verde, cuyo silencio es prueba de su falta de compromiso con la democracia y el Estado de Derecho.
Así como el estrella de los asesores del gobierno consigue reiterados timos (contratación imaginaria de Plácido Domingo, hotel Fiesta Inn en el estacionamiento del Centro de Convenciones, puerto seco, central de abasto y la interminable carretera a Calpulalpan), en las misas circunstancias uno de los abogados más ineficientes pero con mayor grado de autopromoción, asume la responsabilidad de este fracaso en la conformación del consejo general del IET, aunque para ello disponga de los cheques en blanco que se digne pedir.
Su pésima operación, su deficiente asesoría legal, sus sueños de convertirse en gobernador de Tlaxcala, son a estas fechas, de los auto agravios que la clase política empoderada tiene que ver como su adversario más poderoso.
El enemigo en casa. El factor de derrota que trabaja con el sello del orticismo. El mega abogado que llevó al terreno de la costumbre su humillación. El individuo indispuesto a evaluar su cadena de errores con los costos políticos y económicos más graves a los que se haya enfrentado el orticismo.
¿Qué ocurre con este profesional del Derecho?
Acusa los síntomas del envejecimiento vertiginoso a causa de las obsesiones mal dirigidas que ven justificación en lo abyecto de raíz. En política es pecado mortal tratar de que pase por alto la incompetencia cuando se tiene el medio para vociferar lo contrario.
Hoy, vemos a Cesáreo Santamaría Madrid (el hombre del 4.1) como la estrepitosa caída de una parte importante del orticismo. ¿Acaso el maga abogado con sueños grandes da la cara para asumirse como el directamente responsable de semejante bodrio para la causa a la que sirve?
No.
Lo peor es que no lo acepta. Y al contrario, parece que seguirá la letanía interna relacionada con el culto a la persona de la que hoy pienso que no saldrá, pues el auto elogio para él es como el azúcar para los diabéticos, como la mariguana para los ñeros alivianados que pintan paredes y escuchan rock pesado.
Hace dos días propusimos a Enrique Zempoalteca legitimarse como miembro de un consejo espurio, luego que aquél alardeó con maltratar a los medios y sus reporteros sobre quienes subyaciera la sospecha de parcialidad mediante descalificaciones a los personajes involucrados en el proceso electoral.
Hoy lo vemos como una parte más del rotundo fracaso en que se convirtieron los excesos del orticismo.
El miedo con sobresaliente abundancia. El adelantarse a fraguar estrategias fraudulentas en un escenario extremo.
Y de Maximino Hernández Pulido, la prueba de que no es a través de la postración como puede el hombre conseguir su avance por este pedregoso camino.
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