Quien por gusto fallece, hasta la muerte disfruta

En Tlaxcala estamos muy a tiempo para adelantarnos a otra emergencia como esta, que ya nos costó millones y bajó nuestro ánimo a niveles insospechados, porque nos exhibió en asuntos que suponíamos superados.

Si por un lado nos recomiendan lavarnos las manos con abundante agua y jabón, por el otro deberían darnos los muebles para hacerlo. Ojalá diese usted una visita a comunidades como San Diego Metepec, donde no hay drenaje pese a la existencia de una planta de tratamiento de aguas residuales, ahí como quien deja tirados unos zapatos viejos.

A la limpieza la colocamos en un nicho y hasta nos da por usar tapabocas con leyendas o de tonos hasta obscuros, negros vaya, para vernos realmente formales.

Pero somos incapaces de dirigir la mirada a la parte sur de la entidad, donde cientos de hectáreas de vegetales que han de ser consumidos, se riegan con las contaminadas aguas del río Zahuapan.

Al grado de que cuando los camiones ya están cargados, el cilantro, la cebolla o los betabeles, son hidratados con agua del río. Qué bárbaros, ¿no?… y a esos productos los enviamos a la central de abasto de la Ciudad de México.

Pues hay que tener panza de chilango para sobrevivir en este wild proveedor.

Datos facilitados por dependencias dedicadas al cuidado del medio ambiente sostienen que el Zahuapan, al pasar el centro del estado, más o menos por donde se ubica la presa derivadora de Panotla, es tan tóxico que se convierte en un grave riesgo sanitario.

A este caudal se incorpora el agua sin tratar de casi treinta municipios, así parecidos a la comunidad de Metepec, donde hay la planta tratadora, lo que no hay es voluntad de las autoridades para dejar de desviar la lana a las campañas y abocarse a cumplir con su obligación… ya ve la cara que ponen cuando se presentan las emergencias.

Datos llevados y traídos por organizaciones como la Fundación Fray Julián Garcés, documentan el peligroso contenido de tóxicos y otro tipo de contaminantes que dan como resultado raras enfermedades en la gente de este lado de Tlaxcala.

Pero ahorita es tiempo de fijar nuestros ojos en los funcionarios con tapabocas, para que hablen de influenza.

No para ver una de tantas vertientes que debieran llevarnos a un efectivo análisis del comportamiento del Estado en tanto proveedor de la salud como una de sus obligaciones con la población.

Me gustaría que usted, así como lo hago con frecuencia, percibiera el profundo olor ácido que emana de la planta de Liconsa en Tetlatlahuca.
Ojalá pudiera ver las vacas de tres ojos (es broma) con elevada producción en San Damián Texoloc, cuyos propietarios aseguran que no consumen otra agua más que la del Zahuapan, “por los contenidos quién sabe de qué, pero que les rete gustan…”

Esas, señores, esas también son emergencias, pero ahora hay que celebrar la llegada de tapabocas propios para rostros con ojos de Bruce Lee, que por el momento nos hacen personajes rápidos y furiosos para reaccionar ante la indignación de personas como los deudos de la maestra que falleció en Papalotla en condiciones tan poco claras que pocos dan crédito a la teoría cordobesca de la influenza humana.

Lo invito al hospital de Tzompantepec, para que nos digan las causas por las que la planta tratadora de aguas residuales de aquí, funciona con semejante irregularidad. Preguntamos al administrador del Hospital Infantil de Tlaxcala, de dónde va a sacar 500 mil chamacos para atenderlos y al personal médico para recibirlos y al administrativo para pagarles.

Oiga, quitémonos el tapabocas que cubre nuestra mirada y nos hace regresar a los tiempos en que la eficiente Beatriz Paredes fungiendo como gobernadora, aseguraba que vivíamos en una como isla de la fantasía.