Pese a sus elevados niveles de impopularidad al Presidente no le importó paralizar la región para montar un escenario de progreso nacional en un estado penosamente agraviado.
Pasar por alto la calificación reprobatoria que le otorga el pueblo: 5, y el 3.5 que de él opinan los líderes mexicanos, coloca al presidente Enrique Peña Nieto, en el marco de una inconveniente ambigüedad. En campaña, ayudado por su cómplice Televisa, remontaba escenarios de impopularidad, inquieto por alcanzar y rebasar a su adversario, Andrés Manuel López Obrador.
Hoy, enmendada de fondo la Constitución y con una economía francamente a la baja, a Peña Nieto no le aflige, “colgarse medallitas ni buscar logros personales”.
Bueno, se trata de la calificación otorgada por el pueblo, el cual padece aciertos o rotundos errores del salinismo renovado, capaz hoy de cerrarse a esa reprobación que podría ser mayoritaria, de poner al país y sus bienes, al servicio y cartera de los voraces monstruos, que ya aguardaban esta oportunidad. Y la aprovecharon.
En ese empeño, algo salió mal. El precio del barril de petróleo se desplomó. Nuestros números alegres que nos llevarían a ser una nación rica, se fueron al infierno.
Hoy, PAN y PRD no cesan en condenar la conducción peñista que, aludiendo a AMLO, su rival político, “nos tienen al borde del despeñadero”.
Ayer, esos partidos aceptaron sentarse al reparto de una riqueza engañosa, el Pacto por México, responsable de la pérdida de identidad de los otrora representantes de la Izquierda y la Derecha, respectivamente. Todos se fundieron en un abrazo reformador que hoy nos tiene empobrecidos e inconformes.
Mariano siempre tuvo la razón
Esa debe ser la idea del soberbio candidato a estadista que, en campaña se asumió populista y en cuanto las circunstancias y la suerte, le permitieron asumir la gubernatura, a todos los desconoció, comenzando por su partido y hasta su familia.
El tiempo y el presupuesto, lo hicieron cambiar de opinión. Y de la caja de cristal ofrecida al inicio de su sexenio nos ha llevado al estado de los litigios, generalmente perdidos, pero por los cuales se han gastado millones, se ha distraído la atención de quien debió aprovechar el turno al poder para inmortalizarse como un factor positivo y no como lo que ha conseguido ser.
La metáfora del libramiento
Recorrer esta obra en Tlaxcala así, desencajado y taciturno, ha sido uno de los eventos de más nostalgia del peñismo.
Ahora resulta que su viejo anfitrión, Mariano, lo recibió contento y satisfecho de poder inaugurar dos obras carreteras, el libramiento y la nueva autopista a Puebla, que le fueron legadas por su antecesor Héctor Ortiz Ortiz, al que ha querido encarcelar y no ha podido.
Con un poco de más sagacidad, Mariano habría hecho lo propio con La Plaza Bicentenario y la Central de Abasto. ¡Se habría colocado las medallitas!, pero decidió que ambos eran mecanismos suficientes para dar su merecido a quien curiosamente compartió con él aquellos años de beatricismo en la Liga de Comunidades Agrarias y Sindicatos Campesinos (y también con Alfonso Sánchez Anaya, y hasta con Joaquín Cisneros).
Si Peña reprobó…
Al Presidente, sus críticos lo trataron realmente mal. Lo reprobaron.
A Mariano le podría ir peor, pues a él ni lo conocen. Bueno, últimamente con la oportunidad de presidir la Conago ha tenido un poco de reflector nacional e internacional.
Pero él –bueno así lo piensa- ya pasó a la historia. Ya fue gobernador cuadre o no al pueblo. Algunos piensan que se enriqueció. Otros, que hizo daño, y permitió a otros hacer más daño. Pero eso lo va a decidir un pueblo, tal vez agraviado por la embestida marianista que, ni caja de cristal y progreso, bueno…
Los grandes aparatos
Con semejante nivel de antipatía, personajes como el Presidente o Mariano, su anfitrión, solo pueden aparecer en público, o paralizando regiones completas (ayer jueves 26 de marzo esto fue un caos), o aprovechando al medio que tiene para él a un López Dóriga, a Adela, si se trata de arañar al Peje.
En medio de semejante aparato, intimidatorio y aplastante, lo mismo desairaron diputados que permitieron el lucimiento de personajes un poco desgastados. Pudimos ver a Marianito haciéndola de edecán, a lo mejor otra vez buscando chamba en el gobierno federal.
Eso sí, más delgado, y con la personalidad de la cual lo dota su incipiente calvita franciscana, prematura, ¿acaso por algún exceso?
Seis meses para cansar al estado
Enigmático, como conejo espantado apareció el nuevo director del Cobat, David Flores Leal. Primero para exculpar a Josefina Espinoza Cuéllar y la supuesta quemazón de las pruebas (¿?), y también para jurar por esta que él nada tiene que ver en las posibles cochinadas que la contraloría del ejecutivo pueda detectar a la hoy sonriente delegada de Conafe.
Esta es nuestra clase política. Unos se arropan a otros. Y los otros se pitorrean del pueblo.
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