Y como hace una semana ese magistrado acudió al llamado hecho desde Palacio de Gobierno, pues a uno no le queda de otra que ser un malpensado.
A propósito de ubicaciones estratégicas, en Tlaxcala se dio un caso que de veras llama la atención, el controvertido operador electoral del marianismo, un tal Espinosa Ponce, rentó el hotel que se ubica frente a la Sala Electoral Administrativa, a cargo del magistrado Pedro Molina.
Digo, si hace unos días no hubiera acudido dicho ex orticista a una reunión en Palacio de Gobierno (creo que a recibir instrucciones), lo de la llegada del representante del marianismo ante el Consejo de la Judicatura al Zurbarán (así se llama el hotel que le platico) no sería tan llamativo.
Sobre todo ahora, que el solitario magistrado se encuentra en plena campaña, de información, de los resolutivos ante la bola de impugnaciones recibidas.
Uno esperaría la sesuda deliberación de varios expertos en materia electoral, pero ya ve, en este sexenio nos tocó la obra Los monólogos… del señor Molina, como quien dice un monopolio legal, que ve lejos lejos, toda posiblidad colegiada y por ende, no entiende de la expectativa democrática.
Esto es una conducta de rancho… ya veo a mister Espinoza gritando de ventana a ventana a mister Molina: «que dice el patrón que a julano de plano lo aburras pa que se deceicione y se vaya pasurancho».
Clorobencenos
El asunto no es nuevo. Esta empresa, repudiada en cualquier comunidad responsable de la salud de sus pobladores, llegó a Tlaxcala, a la desértica zona de El Cármen Tequexquitla, para dar empleos en los momentos en que nuestro estado era pobre pobre.
Después llegaron otras firmas de muerte, como Dow y, ante la complacencia de una autoridad desesperada por paliar el hambre aquí, pues se hizo de la vista gorda para seguirles dando chance de operar.
Al paso de los años, los empleos no crecieron pero sí la contaminación. Nuestro suelo ha ido muriendo. En las represas mueren los peces y, lo peor, a la gente le detectaron distintos tipos de cánceres a causa de la exposición involuntaria a los malos olores y al confinamiento de residuos tóxicos, ¡a lado de las milpas!
Jesús Emmanuelle Romero Escobedo, es el nuevo delegado de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa). Su falta de sensibilidad con la gente es de mencionar. No le ha costado trabajo asumirse capataz del sistema autoritario de rancho que aquí rige.
Ante el descontento social por el perjuicio que significa Clorobencenos, el funcionario federal aplica la política del armadillo. Le es más fácil rechazar a la gente que reaccionar al análisis que ofrece sobradas razones para que dicha planta sea desmantelada, no sin antes sanear el extenso predio que ocupa y un entorno impresionante.
Emmanuelle no se opone a reñir con un pueblo entero para defender una empresa de muerte. Sin saberlo se ubica en los años cincuenta, cuando este tipo de factorías nos hacían falta. Mucho tiempo nos engañaron. Hoy se deben ir.
Y el delegado de Profepa no debería fungir como maso del marianismo, empeñado en confrontarse con los pobres, dispuesto a seguirlos viendo como los esclavos sin derecho a opinar.
Raro, verdad. Como no lo hizo con Nestlé, sí en cambio lo procura con Clorobencenos. La firma suiza se fue por las desatenciones del sector oficial. La otra, quiere seguirnos envenenando. Se justifica con unos cuantos empleos, demasiado caros para nuestra salud. Ojalá lo entienda el señor Emmanuelle.
¿Y la cultura?
Ahora resulta que el gobierno también tenía su sentencia de un juzgado federal para que le fuese entregada la Plaza Bicentenario. Lo da a conocer tan pronto la Universidad Autónoma de Tlaxcala (UAT) lo hizo con el amparo concedido en su calidad de legítimo comodatario de ese inmueble.
La verdad, a los tlaxcaltecas nos es irrelevante si en el caso de la Plaza Bicentenario la razón legal asiste a uno u otro grupo. Nos interesa que lo terminen.
Mire que con los millones gastados en estériles peleas, ya habríamos tenido interminables temporadas culturales, ¿a cuántos Plácidos Domingo ya habríamos traído?, acaso no merecemos tener acceso a los mejores espectáculos del mundo.
Pero hemos preferido tirar el dinero al caño. Regalarlo a insaciables despachos externos que, no tiene usted idea cómo han progresado.
A costa de nuestro retroceso.
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