Los dos grupos, marianistas y orticistas disputan la plaza como en otros estados lo hacen zetas contra familia michoacana.

Once meses después del manotazo a dieciséis notarios armados por Héctor Ortiz, el gobierno de Mariano González Zarur, ha tenido que ceder por indicación de la Justicia Federal, en una de las peores pifias del equipo legal, removido por cierto a funciones más a su alcance.

Se supone que hoy mismo serían devueltos los libros para que nueve de estos fedatarios reabran sus despachos y vuelvan a llamar a la clientela.

Pero el daño está hecho. En un año ocurrieron muchas cosas. La peor de ellas fue la invasión de otros notarios, hidalguenses, poblanos y mexiquenses a tierras tlaxcaltecas, ante el pésimo servicio de aquellos que se creyeron dueños de la plaza gracias a los favores del brazo fuerte en el estado.

Este comportamiento tiene un grave parecido al de los carteles en abierta disputa de territorios. Aquí la ley pasó por el arco del triunfo, pero los nuevos adquirentes de la plaza carecieron del armamento suficiente para echar a sus adversarios.

A río revuelto, ganancia de varios notarios fuereños, cuyos grandes despachos y atractivos precios fueron preferidos por sobre el abusivo comportamiento de los viejos locales, acostumbrados a encender con billetes de mil pesos sus cigarrillos y a trasladarse en limusinas.

Creían posible revivir los tiempos en que a Tlaxcala la poseían unas cuantas familias. Pero se enfrentaron a la dinámica de un nuevo siglo, como cubetada de agua fría les cayó la irrupción de competidores a los cuales no habían advertido cuando celebraban la exclusividad en el trámite y venta de servicios.

Ni los viejos ni los nuevos notarios son mejores.

Tienen tomada a Tlaxcala a través de sus grupos de poder.

Si acaso la diferencia entre ambos consiste en que los más viejos son, obesos personajes de una corte virtual cuyos torpes movimientos encarecieron los precios de sus servicios.

Nadie ganó en este pleito. Perdieron aquellos cuyos trámites quedaron a medias, o sea, quienes sí resultaron dañados en su patrimonio fueron los clientes de unos y otros. De los nuevos notarios, por haber quedado truncos sus trámites. Y de los viejos, por la asquerosa demora a causa del amontonamiento de expedientes, caros, lentos, ineficientes.

Así es la política notarial en Tlaxcala.

Atractiva para firmas ajenas, atentas a los odios grupales que despedazan al estado.

El PAN se diluye en el Congreso

Treinta votos avalando la propuesta del grupo priísta en el Legislativo para quedarse con la mesa directiva retrata la crisis albiazul, cuyos integrantes votaron contra ellos mismos.

Tan mal les fue en la elección de julio que la maldición los acompaña hasta en el reparto de las posiciones de poder en el Congreso.

¿Qué pasa con los panistas?

Ni siquiera son capaces de soportarse entre ellos.

Mucho menos de apoyarse. Y aquí, donde debiera verse el liderazgo de sus dirigentes, domina la división.

¿El resultado?

PRI, PRD, chiquillada y una parte vital del propio PAN, haciendo el caldo gordo a la agenda del ejecutivo, quien ha hecho del embute asambleísta un estilo de gobernar. Claro, ayudado por el fratricidio blanquiazul.

Pendientes de su aprobación aguardan pacientemente las iniciativas de leyes de adultos mayores, de personas con discapacidad y de desarrollo rural sustentable.

Y ahora que los panistas no acaban de abrir los ojos tras la prolongada siesta que suelen dormir los partidos perdedores, se encuentran con que otros les comieron el mandado. Peor aún, ellos mismos se traicionaron.

¿No les dará pena?

Yo creo que no.