Hoy ambos partidos sufren la consecuencia de las pésimas decisiones internas… sorprendentemente aquí, AMLO capta esos desencuentros.
La elección presidencial pasó a segundo término en Tlaxcala. El encono entre marianistas y orticistas se ha encargado de poner la nota negativa a este proceso, con abundantes acusaciones cuyo objetivo es afianzar dos de las tres senadurías en disputa.
Dos viejos colegas cenecistas, uno, el ex gobernador Héctor Ortiz Ortiz, utiliza el emblema del PAN, mientras, Joaquín Cisneros Fernández, se conduce dentro de los viejos estilos del tricolor, sumiso al interés superior, aunque controvertidamente pasivo a la hora de rencontrarse con los grupos que finalmente serán capaces de generar el llamado voto verde del PRI.
La diferencia entre ambos es que el panista ocupa la segunda fórmula.
El ex mandatario rema contracorriente, pues de no conseguir una votación superior a la de su contraparte en el poder, verá frustrada su aspiración de contar con fuero y, las posibilidades no solo de sobrellevar las embestidas del actual mandatario, sino al contrario: asumirse como activista desde la Cámara Alta para no dar tregua a Mariano.
Este acomodo de las fórmulas trajo consigo particularidades interesantes:
1.- El priísta Cisneros se sabe con altas probabilidades de triunfo, las mismas que le generan animadversión en numerosas peñas tricolores cuyos integrantes malven esa ventaja que cerró la posibilidad a incontables tiradores. A otros les choca su inmensa fortuna. Y otro sector creciente ve en su candidatura signos de misoginia, en contra de su propia sobrina Lorena Cuéllar Cisneros, a quien él y su mecenas, Mariano, cerraron toda posibilidad de contender en su partido.
2.- Ese nivel de ventaja decantó a Joaquín hacia una arrogante inacción que se manifiesta de dos formas: atacando a Ortiz en sus escasas apariciones y, desempeñándose en un contexto de confianza plena a la brega de su compañera de fórmula, Anabel Ávalos Zempoalteca, en cuya espalda prácticamente se halla el éxito o fracaso del PRI en la elección se senadores y hasta el cómodo arribo del apacible recomendado de Mariano.
3.- En el PAN, una vulgar jugada mapacheril chamaqueó a los operadores orticistas el día de la votación para definir posiciones en la fórmula y, reservó para Adriana Dávila Fernández la primera posición. En otras palabras, el probable fracaso orticista en el Senado se fraguó desde aquél domingo en que militantes y adherentes decidieron la composición de su dupla a la Cámara Alta.
4.- Desde entonces la labor de Ortiz es a contrapelo. Sumemos la creciente animadversión de sus múltiples adversarios a quienes no les fue bien durante su mandato, y por si fuera poco la obsesión del actual gobernador por destruirlo políticamente hasta verlo tras las rejas.
5.- Así que Ortiz, en el liderazgo de los “académicos”, no ha visto tregua de parte de su gran enemigo Mariano, y ha hecho parte de su discurso proselitista una serie de hirientes calificaciones a los mediocres alcances del gobierno estatal y sus asesores en crisis (los buenos porque no les paga y los malos porque no dan una).
El encono
Sin posibilidad de acuerdo alguno de civilidad, marianistas y orticistas se culpan mutuamente por la descomposición social a la que han llevado sus constantes escaramuzas.
Deberían ser conscientes que sus odios personales sientan el precedente de un estado convulso, donde los improperios a Mariano o a Héctor, se dan en cascada y, hasta se han convertido en tema de desencuentros familiares.
Una terrible necesidad de equilibrio grupal se agolpó a través del odio, y se apresta a la probable asunción de Adriana Dávila ó Joaquín Cisneros, al Senado.
Estos dos, en primera fórmula, frotan sus manos y hacen planes para volver a contender por la gubernatura de Tlaxcala. Pasan por alto vejez (en el caso de Joaquín) e impopularidad si hablamos de la panista.
Encuestas como Mitofsky ubican a Tlaxcala en una zona extraordinaria pues, pese a existir aquí una administración tricolor, no deja de haber panistas en abundancia… bueno, los menos panistas por convicción y la abrumadora mayoría por conveniencia.
Digamos que Tlaxcala sería un poco al PAN, lo que el DF al PRD. Es decir, aquí no podríamos hablar de del promedio nacional de Enrique Peña Nieto, con 38 unidades contra 21 de AMLO y 20 de Josefina Vázquez Mota (según datos de la empresa de Roy Campos).
Se supone que Josefina tendría un mejor trato de los electores. Para sorpresa nuestra, es López Obrador quien se ha convertido en franco opositor de Peña Nieto.
Esto es lo que nos hace únicos en la República.
Citemos esta información fresca de Mitofsky, refiriéndose a la Ciudad de México:
“Vemos que mientras en el país EPN lleva la ventaja con 38%, 17 puntos más que AMLO, en el DF la situación es inversa ya que AMLO tiene 42%, 12 puntos más que EPN y dejando a JVM con apenas 7% en esta entidad”.
Baste decir que la posición alcanzada por la ex priísta Lorena Cuéllar Cisneros, hoy candidata de las izquierdas al Senado, no satisfizo la expectativa, primero por su aparatosa salida del PRI y luego por las altas cifras de López Obrador.
En resumen
De poco ha servido al marianismo pertenecer al partido gobernante ya que su estrategia se basa en decisiones viscerales y no en análisis concienzudos.
El PAN cometería el error de su vida al mandar a Ortiz, su mecenas durante todo el sexenio pasado, al segundo lugar de su fórmula.
Así que PAN y PRI, se han dedicado a intercambiar ofensas, sabedores de las desventajas a las que se enfrentan por la pésima operación pre electoral.
Lo que sí le anticipamos derivado de esta lectura, es que habrá un interesante voto diferenciado.
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