Hasta hoy, nadie le ha pedido hacer de Tlaxcala un Manhattan, pero no pierde ocasión en  reclamarlo ofensivamente… entonces activa un tumultuario voto de castigo.

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Tiene que reconocer que su tozudez no se hermana con una pretendida eficiencia y que nadie le pidió hacer a Tlaxcala como Nueva Orleans.

Y también ha de pensar que el voto de castigo priísta es una equivocación colectiva que contradice su muy atractiva oferta política, una asombrosa constante de contradicción, donde ha de entenderse lo contrario, dicho en un contexto de resentimientos que, aquí entre nos nada tienen que ver con el sentir de un pueblo decepcionado del pavorreal  y sus arrogancias.

¿El pueblo se equivoca?, ¿votando contra este… proyecto?, ¿y no será al revés?, ¿nuestra autoestima había caído tan bajo?, ¿en el orticismo, con Sánchez Anaya, vamos hasta con el impopular Álvarez Lima?, ¿Pensamos que un nuevo Tulio había llegado y nos llevamos una terrible decepción?

Así de escasa era la variedad en aquél 2010, cuando la perredista Minerva se hizo chiquita y cometió el peor error, pensando que postrándose a los pies de la panista (¡!) le permitiría hacer cosas grandes.

Y por casualidad un candidato, nada mejor que sus adversarias pudo obtener el beneficio de las cantidades en las urnas. No muchas, pero las suficientes para ver que en ese triunfo, de rebote, era fácil renunciar a compromisos y con el tiempo hasta proclamarse sin padre, sin madre y sin partido político.

Han sido tres ejercicios de retroceso. Al cuarto lo llaman la consolidación. ¿De qué? Seguramente de estos reproches…  “a mis paisanos les encanta que los candidatos les prometan”, lo dijo el gobernante que habla y habla y habla, y con frecuencia es incapaz de frenar sus locuacidades que invariablemente se mezclan con reproches y acaban con expresiones ofensivas, sarcásticas y despreciativas.

¿A quién le importa su tozudez?

El estado no es mejor gracias a ellas. Y si así ha reprimido a los suyos, no será a cuenta de la dignidad popular que esta cascada de autoelogios vituperantes avance medio centímetro en la conciencia colectiva.

Se ha vuelto un ejemplo nacional de cómo no debe gobernarse.

El secretario Osorio Chong, por ejemplo, apuró divertidamente a gobernadores y otros funcionarios del gobierno de la República, hace poquito cuando los trabajos zonales de seguridad tuvieron como anfitrión al señor con el que hay que andar con mucho cuidado.

Este sábado, una vez más se dijo avergonzado de las preguntas que los medios le formulan.

Seguramente es mutuo. Porque no conozco a alguien que me aporte más de tres razones para sentir orgullo de su gobernador. Creo que a un grupo creciente le da vergüenza tener semejante gobernador.

Pero lo calla. Mejor lo expresa en las urnas.

Entonces, ese señor les reclama ir con el canto de las sirenas. Equivocarse una vez más eligiendo candidatos de alternancia.

Y no se percata del tremendo bloque de lodo seco en que se ha convertido. Y también maldice porque la gente no lo adora. ¿Cómo puede quererse a alguien que se la pasa despreciando a diestra y siniestra?

Me da vergüenza tener un mandatario con estas hechuras. Y lo conmino a que se haga a un lado en lugar de pasársela reclamando como consorte insatisfecho, como maniquí lleno de polilla, ¿bueno para qué?

Para nada.