Se ha llegado a especular a tal grado sobre el desencuentro entre los dos senadores perredistas de Tlaxcala que, hasta temas personales se utilizan en esta guerra. * El dislocado incremento del pasaje y su amañado manejo.
Dos versiones de perredismo dos, rompieron lanzas tras la catástrofe del cuatro de julio. La primera en soltar metralla es comandada por el senador Alfonso Sánchez Anaya, quien en particular además celebra el triunfo de “Marianito” (así llama a González Zarur), conserva pura (y así lo reza) su vocación pejista.
Enfrente, Minerva Hernández Ramos, decidió reaparecer. Y aunque prefiere no decirnos que pactar con Manuel Camacho y su DIA –vía el chucho mayor – ve en Marcelo Ebrard Casuaubón, la causa por la que apuesta aliarse en el mediano plazo con el PAN de Felipe Calderón –el mismo que la hundió en los pasados comicios- formar parte de un gran frente, cuyo principal reto es oponerse al retorno del PRI a la Presidencia.
Fans de AMLO e incondicionales de Marcelo, dibujan entonces una lucha sin tregua y la llevan a la parcela local, aprovechando cualquier oportunidad para picar sus ojos o, asestar puntapiés tantas veces como puedan.
Pese a haber sido equipo en aquél gobierno derrocador del PRI (1998-2004) con el tiempo tomaron caminos distintos. Hoy no se apetecen.
Eso sí, ASA les demostró hasta dónde tiene fuerza para perjudicarlos. Misógino, lo llama Abel Hernández, en su primera colaboración publicada por e-consulta.
Ambas causas, AMLO y Marcelo, habrá que colocarlas en perspectiva.
Yo creo que perfilan una elección en tercios (con Manlio, Peña Nieto o Beatriz por el PRI), ante una evidente ventaja del guapito gobernador del edomex en las pantallas de Televisa y con el beneplácito de Carlos Salinas de Gortari.
El tabasqueño y la pureza de sus planteamientos buscan la transformación de fondo. Desafían al actual sistema, pero dispone de una estructura finita en extremo, la del Partido del Trabajo (PT) apoyada por individualidades de la talla del “senador güerito de rancho”, y otros entes auténticos de la izquierda con riesgo de anidar en la utopía.
El carnal Marcelo, bajo el ajedrez planteado por Manuel Camacho Solís, probó en Puebla y Sinaloa –creo que Oaxaca plantea otra circunstancia – que la alianza contra natura con el enemigo histórico del perredismo (el PAN) posibilita triunfos bajo la premisa del momento: “aiga sido como aiga sido”.
Es una forma de aprovechar el pánico de Calderón al desahucio de Los Pinos, planteando alternativas complejas que ya pudieron coronarse en aquellas entidades federativas y, estuvieron a punto de hacerlo en Hidalgo, Veracruz y Durango.
Así que el golpeteo entre ASA y Minerva, no es sino la prueba de que ambos enfocan sus energías a proyectos tan distintos que les ha de ir la vida en apoyarlos.
Minerva sucumbiría a la causa de Adriana, (la panista del aiga sido) sólo a través del ofrecimiento de una excelente cartera en la campaña de Ebrard.
Y ASA, pues no veo quien le pueda desplazar de la representación pejista, ganada a pulso con un activismo fuera de discusión.
Y al ser apremiante una causa para Minerva en el ejercicio de reaparecer tras su fracaso electoral, pues qué mejor que aprovechar la oportunidad de vapulear al gobernador en funciones, Héctor Ortiz, el peor dice ella, no sé si como una afirmación por contar con las pruebas, ó, como elemento persuasivo para la conciencia colectiva, ávida de culpar a alguien por las deterioradas condiciones económicas y sociales a las cuales nos crecemos.
El incremento amañado del pasaje
El devaluado legislador priísta, Arnulfo Arévalo, se sumó a la consigna de ciertos transportistas por elevar el costo del pasaje, de 4.50 a 7.50 pesos, como si la economía del pueblo fuese el juego mediante el cual puede bromear con su improductividad.
Resulta que a instancias de Rubén Darío Domínguez –marianista de súbito tras prolongado besamiento de pies al actual régimen – comenzó a manejarse este despropósito en la tarifa mínima del transporte, para detonarla antes que Mariano González Zarur, asuma como gobernador, el 15 de enero de 2011.
Así, él llegaría sin el reto de retener el descontento social por el incremento, que busca ser –obvio- muy superior a lo que la lógica demanda, aunque no en las proporciones dislocadas y estúpidas con las que malamente lo pretende el singular transportista, cuyo historial a cualquiera pone chinito.
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