Cada vez veo sonrisas entre cínicas y diabólicas, que sólo aguardan la asunción de Mariano, para desbordarse como la plaga que fueron y que para desgracia de todos, retoñó…


Lo que menos conviene al gobernador electo, Mariano González Zarur, y desde luego al pueblo de Tlaxcala, es el resurgimiento del negro episodio encabezado por “pesetas” y “gavilanes”; si en su momento la violencia aterrorizó a familias totalmente ajenas a los conflictos y pasiones de dichas pandillas, hoy, con el fantasma del crimen organizado y con la tremenda soberbia priísta desatada, no deben aguardarnos tiempos aciagos de estilos de gobernar que ya se habían ido, pero por alguna causa, regresaron.

El mal gusto de Mariano, utilizado días después de su triunfo en las urnas, anunciando el retorno del PRI de antes, comenzó a tener sus consecuencias.

Por supuesto que el PRI de antes se identifica con Rubén Flores Leal, quien fue presidente del Comité Directivo Estatal (CDE) del tricolor en tiempos de José Antonio Álvarez Lima.

Y ese mismo personaje envió a incondicionales suyos encabezados por Guillermo Ruiz Salas (qué lamentable ver a todo un académico en este trance) a lanzar huevos, no sin antes proferir las peores ofensas a dos ingenuos y desafiantes dirigentes de Convergencia, Martha Tagle Martínez, vicepresidenta de la Cuarta Circunscripción, y Adrián Wences Carrasco, delegado nacional de ese instituto político en la entidad.

¿Acaso ignoraban el peligro que sus vidas corrían en Tlaxcala, viniendo aquí tratando de humillar con su expulsión de Convergencia, a un sujeto sobre el cual se cierne un expediente sustraído de las mismas entrañas del infierno?

Ser blanco de una metralla de cascarones y su contenido les salió realmente barato.

Este par, lo que debería hacer es denunciar a sus superiores por usarlos como señuelos para medir el odio que desbordó en Tlaxcala por el bodrio que resultó Minerva Hernández Ramos, al echarse a los pies de Adriana Dávila Fernández, como resultado del reparto anticipado del país, devenido en el botín que aparecía en nuestros más temibles pesadillas.

Mira nada más lo que Tlaxcala difunde de su comportamiento: huevos en la humanidad de dos aventureros auto llamados dirigentes.

Y conste que hablamos de la misma entidad federativa a la cual el gobernador electo, Mariano González Zarur, piensa detonar trayendo las inversiones privadas (esto lo dice como curándose en salud por si Calderón bloquea la inversión gubernamental).

Ya imagino a los inversionistas: “-oye, vamos a Tlaxcala… un tal Mariano anda promoviendo a su estado”. “-¿Vamos, estas loco, y si nos agrede a huevazos la pandilla de las pesetas?”.

El silencio de Mariano hasta este momento confirma que su autocomplaciente impunidad para, hacer y deshacer en este inédito esquema paralelo de gobierno, de ninguna manera es invulnerable… cae por su propio peso.

Sabe, con creciente frecuencia advierto parvadas de priístas, legítimos, arrepentidos y advenedizos, sentados a las mesas de cafés y otros sitios, creando cualquier escenario, pacífico o violento, pero eso sí, con la misma sonrisa que a Rubén Flores Leal, lo acompañaba cuando por un teléfono celular, un propio le describía, paso a paso el bizarro espectáculo de los muchos huevos lanzados sobre un par de patiños, desorientados y formidables –a partir de este lunes – promotores de la convencía pacífica que se vive en Tlaxcala (ajá).

A poco no ha visto a Fermín Sánchez Varela (y equipo que lo acompaña); a Mariano Andalco y a Felipe Sánchez Lima, actuando como si de veras fuesen perredistas y no peones de Mariano; al mismo Alfonso Sánchez Anaya, saboreando el hundimiento de la pequeña embarcación en la que Minerva (primero su pupila y después su adversaria) se convirtió, como parte de la izquierda fingida.

Hago votos porque González Zarur, abra los ojos y vea el entorno de terror que él mismo fomentó, en la búsqueda de armas para vencer a sus oponentes.

Ojalá ponga en su lugar a la peseta. Y así como solía actuar “el PRI de antes”, pues que lo bote de la entidad, porque lo que menos nos falta es una especie de jefe de la mafia al cual el propio mandatario le tenga que vivir agradecido por prodigarle su protección y, cuando fuere necesario, propinar una madriza a quien se atreva a confrontarlo.

Ese, compañero Mariano, no es el cambio que Tlaxcala necesita.