Ya pasaron tres semanas de la jornada, pero el gobernador electo vive una permanente campaña de proselitismo; en cambio, temas como el presupuestal, avizoran frustraciones pues en la gestión nada tiene que ver, “el PRI de antes”.
A Mariano González Zarur, gobernador electo de Tlaxcala, le aguarda una larga temporada para mantener vigente su imagen, ante la necesidad suya de protagonismo. La acción podría realizarse o no. Y nada relevante ocurriría, porque presenciarla me traslada a la etapa de campaña.
Ahora, con hechos, producto de acuerdos con quienes en su momento fueron adversarios o, simplemente no comulgaron con este proyecto, el estado aguarda para los tan anunciados cambios, en tanto formidables escenarios congruentes con, “el retorno del viejo PRI”.
De manera institucional ya hubo contacto, con el presidente Felipe Calderón Hinojosa, y con el gobernador Héctor Ortiz Ortiz. Resultado de ambos, el discurso cambió. Y en decenas de actos considerados como agradecimiento del antes candidato y hoy mandatario electo, se busca con afán algún tema que refresque al monólogo construido, por cierto, con la vieja escuela tricolor, de un culto a la persona que evidencia desde penosas distracciones, hasta temas que por su insistencia pueden caer en la frivolidad.
Este es el tiempo de la construcción de un gran gobierno, pero la circunstancia es distinta a aquél régimen de Sánchez Piedras, al cual el gobernador electo insiste en reproducir, como si hoy no existiera el Congreso de la Unión y, una compleja estructura administrativa, a las cuales debe atender, al tiempo de dejar atrás la premisa aquella de su padre político, en el sentido que a Tlaxcala no se le puede dar trato de iguales, y con ello reconocernos como una entidad en desventaja.
Lo grave es que situaciones desventajosas provienen de la soberbia de un personaje no dispuesto a despojarse de grandes cantidades de auto elogios, y sustituirlas por agilidad indispensable que nos aleje de le muy probable inconformidad, porque a Tlaxcala no se le dé el trato merecido en el ámbito presupuestal.
Van a cumplirse tres semanas y, no vemos que el gobernador electo conforme un equipo sólido con los diputados federales de Tlaxcala –salvo Perla López, tan menudita a la hora de la gestión – en cambio, se dan largas sesiones de una inexplicable campaña, pese a que la elección ya pasó, y a que las autoridades electorales ya dieron su veredicto.
Escuchamos ofertas genéricas, pláticas imprecisas, románticas historias de un tricolor que dejó de gobernar, por la voluntad de los electores, porque sus integrantes pasan la mitad de su vida en la cubeta de los cangrejos, impidiendo el progreso de sus iguales.
Eso no es un cambio
No hemos escuchado un verdadero compromiso de honestidad. No vemos la creación de aquella contraloría en verdad independiente del poder ejecutivo, ante la cual las cuentas sean realmente claras.
¿Cómo le hará el nuevo con la obra inconclusa del que se va?
¿Supone acaso que como en tiempos de Sánchez Piedras, las cosas se arreglan con una visita al señor presidente?
El triunfo de Mariano es inobjetable. Pero su actualización urge.
Y por lo pronto, no sería nada incómodo que con el verdadero activismo ante cada instancia que se requiera, el indiscutible mandatario nos diese un poco de certidumbre, hablándonos de logros concretos en materia presupuestal, y dejar para mejor momento el tema ese de viejo priísmo de regreso al poder, tema aquí entre nos de pésimo gusto.
El riesgo de ir a Chiautempan
Hasta donde tenemos información, la presencia del gobernador Héctor Ortiz en Santa Ana Chiautempan, para inaugurar la feria entró en una fase de análisis muy serio, pues comerciantes y transportistas resultan, a estas alturas, impredecibles, pese a la presencia de decenas de granaderos.
El alcalde perredista-panista de este municipio, Alberto Flores Guevara, cede, permite, concesiona, y ha de suponer que en medio de sus particulares titubeos, merece la presencia de las autoridades estatales.
La feria en esta demarcación se convirtió en cíclica oportunidad para que irresponsables líderes cobren viejas facturas por reafirmarse como los grandes vividores del raquítico presupuesto municipal, a costa de una constante extorsión. Desde cerrar calles hasta gritar verdades al malquerido perredista-panista, hunden a este polo turístico y artesanal en las catacumbas del caos, investidas – en pleno siglo XXI – de un desbordado fanatismo religioso y una conducta política que sólo entienden los que la protagonizan.
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