Los proyectos políticos que se disputan la gubernatura suelen ver al elector como un asunto tratado, optan por olvidar atropellos y proponen nuevas tiranías, pero sin que el pueblo llegue a notarlo… eso creen.

Los dirigentes del PRI y del PAN intercambian metralla, seguros cada cual, de poseer los mecanismos para cantar victoria este cuatro de julio, en las doce gubernaturas –dice Beatriz Paredes, presidenta del PRI- pero, César Nava, el líder panista le esgrime como un exceso regresar a los tiempos en los cuales el echeverrismo posibilitaba los carros completos, según lo expresó en Pachuca, a lado de la malhablada pero popular Xóchitl Gálvez, candidata de la coalición Hidalgo nos une.

Las élites mandantes de los dos ejércitos están concentradas en sentar las bases del desafío magnánimo: la elección presidencial en 2012. Por tanto, el mayor número de triunfos en julio próximo es vital para ambas fuerzas, pues se trata de las renovadas estructuras en cuya mira se encuentran Los Pinos. Unos, los priístas, suman triunfos electorales en la misma proporción que los otros, los panistas –respaldados ahora por sus aliados los perredistas – ven disminuir su bandeja de éxitos.

En Tlaxcala, el PAN y sus aliados deberían reconocer que algo falla en el engranaje. No es congruente el aparato que moviliza a cientos, miles de simpatizantes, con las tendencias electorales que ubican a su candidata en empete técnico con el abanderado del PRI, Mariano González.

De atropellos con consecuencias irreparables, y vulgaridades –como aquél desliz de los huevos ante la mirada sorprendida e incrédula de Josefina Vázquez Mota – resulta contranatura el mecanismo original con el cual trata de venderse una imagen, insisto, incongruente pues, la campaña parte –y así lo difunde – de los orígenes humildísimos de quien apelando a la conmiseración narra en segundos, el encomiable esfuerzo de su progenitora en la labor doméstica, como la admirable condición de criar a una descendencia más que triunfadora.

Y en esos afanes llego a pensar que la interesada intenta mantener encendida la flama de la lástima en el altar de su patrocinador para obtener de él la solidaridad ante un mundo pletórico de enemigos, creados por la primera y compartidos con el segundo.

Bajo ese principio, esperaría de la candidata, un mensaje con tal acierto que a las masas, acarreadas para escucharle, no les quedara más que vitorear su alianza incondicional ante semejante prospecto de estadista, metida de lleno en el renuevo generacional como una verdadera circunstancia y, no como un logro del portentoso magnetismo, actualmente en un imaginario ni siquiera colectivo, sino de una élite a la cual le urge reformatear su disco duro si su deseo no es llegar al gobierno en una condición más que débil, con una fuerza acotada a tales extremos que su paso por Casa Tlaxcala, dependería lo mismo de la poderosa mano que la sostenga, que de aquellos aliados a fuerzas, dispuestos a desconocerla en la primera oportunidad.

El otro bando

Y es precisamente el factor cuantitativo lo que a Tlaxcala con frecuencia lo coloca en las mesas de negociación, pese a lo amargo que esto resulta para su clase política.

Ello implica que el candidato, con todo y la fuerza que manifiesta a través de no cometer los mismos errores de hace seis años, debe vivir bajo el convencimiento de que cualquier popularidad alcanzada es relativa cuando en diez minutos se decide el futuro de una entidad. ¿Y la campaña?, ¿Y el esfuerzo?, ¿Y las ilusiones? Pues todo ello está envuelto en un indeseable paquete de circunstancias capaz de pasar por alto a la voluntad ciudadana.

Por eso es menester que la firmeza esgrimida como condición para el cambio, logre abatir los temblores de una siniestra, evidencia de la pérdida del control y, causa primordial de sus adversarios para alegar que un eventual dominio tricolor equivale a los tiempos del echeverrismo, omnímodo e intolerante, absoluto y cruel. Qué  casualidad, verdad… la relación de estas cuatro características de los tiempos idos de la aplanadora, con la propuesta de “firmeza”, como mensaje dirigido a la élite en el poder, pero que socialmente puede ser interpretada como el anuncio de la nueva tiranía.

Los electores

Uno y otro bandos debieran priorizar a las capas sociales que los escuchan y no a los principios en los cuales basan sus muy particulares ofertas para convencer a la voluntad popular.

Escuchar las razones de Beatriz mediante las cuales augura la gloria a su partido este cuatro de julio, requiere el equilibrio que le significa la alocución de César, trayendo a la mesa que en un país como el nuestro, no todos jalan para el mismo lado.

Respeto, es lo que merecen los seres de a pié cuyo voto significa la llegada de uno u otro a Casa Tlaxcala. Ni atropellos con muertes incidentales, ni amenazas de nuevas tiranías. Curioso, ambas, arropadas en suaves paños que se describen como propuestas democráticas de avanzada.

Caray.