Cohetones, vino, dinero, y la fé, es eso la fé?
La revolución que consigo trajo el obispo Don Francisco Moreno Barrón, a inercias y derechos ganados en afanes arbitrarios debería reactivarse para poner orden a las desproporcionadas pachangas en que se convierten las festividades religiosas.
Cuando ministros suponían ser insustituibles, don Francisco los reafirmó en el bosque de sumisión del que su antidemocrático apostolado los tiene confinados. Y de veras no tienen alternativa.
Saben bien los sacerdotes oprimir los botones para despertar las más raras reacciones de fanatismo que en cada barrio se subdividen en comisiones.
Y la comisión para reunir bebidas trabaja con denuedo, logrando que tal o cual celebración tome tintes de caótica cantina. Hay otras comisiones, para pagar a la orquesta de viento, para dar mantenimiento a las capillas y parroquias, para acopiar valientes donadores de alimentos.
Pero una comisión ominosa se dedica a reunir fondos para comprar cohetones, castillos, bombas y todos los productos estruendosos que usted se puede imaginar y que hacen de las fiestas patronales una evocación de los combates revolucionarios que fue perdiendo la gracia y se ha convertido en una molesta acción que arriesga a todos y da ganancias a unos cuantos.
Gana el comisionado que se dedica a andar las calles de pueblos, colonias y cabeceras, solicitando a nombre del santo tal o cual, una cantidad determinada para comprar los cohetes y cohetones, y así la fiesta se luzca de veras.
Gana el párroco, porque haciendo presión sobre los comisionados, consigue que estos, activistas incondicionales en el nombre de Dios, compitan entre ellos para traer llena la charola y, si se puede tomar un poco, porque el que al altar sirve del altar come, así lo dicen ellos los comisionados.
Gana el tendero porque habrá de vender tantas botellas de vino como le es posible consumir a un pueblo dispuesto a evadir una lacerante realidad, si para ello cuentan con la justificación divina. Y de dársela se encarga el párroco, cada que lo considere necesario, en la misa, en la mesa, en la oficina.
Perdemos todos. Porque se nos despierta la proclividad a la clandestinidad. Y ahí tiene usted a los comisionados, viajando en combi con bultos de cientos de cohetones, en una actitud retadora porque tras su actuar se halla el buen decir –buen es una simple expresión – de los ministros de la fe que, los empujan cometer las más indescriptibles acciones.
Si una voluntad superior como la del jerarca católico en Tlaxcala se alzara con la autoridad que le es característica, otro gallo nos cantara. Y las comisiones para reunir esto o lo otro no tendrían por qué desaparecer.
Pero, que le parece si los grupos estos se dedican a difundir actividades relacionadas con la religión y la salud, la religión y el medio ambiente, la religión y la seguridad, digo, solo por citar algunas que serían necesarias y bienvenidas.
Cuando el prelado deje de presionar a los maleables y alcoholizados comisionados, la espiritualidad que ejerce la Iglesia Católica dejará de preocuparse por el avance de lo que se da en llamar sectas.
Hoy, tiempo en que las vocaciones están en crisis, también veo que la verdadera crisis es el relajamiento de quienes manejan a las multitudes en las comunidades.
Pero no se mandan solos. Y quien se encuentra a la cabeza de ellos, su excelencia Don Francisco Moreno Barrón, no debería dudar ni un ápice en poner orden a esta degenerada costumbre que mezcla alcohol con pólvora y se adereza con poder.
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