Tras sus escandalosas intervenciones públicas debe padecer fuertes resacas a causa de ese mareo permanente. * Los llamados a la cordialidad… los responsables para que esta sea real.

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Piedad es lo que claman en el PRI a causa del, ya nomás por unos días, alcalde de Tlaxcala, Pedro Pérez Lira.

Dilapidó la oportunidad de su vida política.

Tradicionalmente el cargo de alcalde de la capital tlaxcalteca era el trampolín para ascender a puestos más importantes. Lorena Cuéllar pasó de alcaldesa a diputada y luego a senadora, su tio Joaquín Cisneros, dos veces presidente municipal, detonó la imagen de una capital limpia y ordenada y, Héctor Ortiz, lo aprovechó para hacerse gobernador.

Pero el caso de Pérez Lira es atípico, mezcla de expresiones impensadas y arrogantes posturas que no exhiben más que un fuerte e injustificado complejo de superioridad.

Tras rendir un informe donde se aceptó incapaz de reordenar al transporte público y al importante tianguis sabatino, Pedro más bien narró su transformación conductual, remantando con una conferencia de prensa, tras la cual yo creo que lo afecta una especie de resaca verbal, tan socorrida en los boquiflojos y en los mentirosos, al perderse inevitablemente en el laberinto de sus alocuciones.

Es cierto, el alcalde de una capital detenta poder, convocatoria… sus opiniones pueden ser valiosas. Pero dejado de la mano de asesores honestos, cuando Peter levanta la vista se ha despeñado en una montaña de ridiculeces.

Con todo y esos traspiés, nos ha anunciado que verá a sus contactos superiores para convertirse, más o menos en el salvador de su partido. ¿Cómo?, pues haciéndose candidato.

Nada más que hoy ya no lo protege Lorena Cuéllar. Tampoco tuvo la cautela de venderse al ejecutivo como un hombre hábil y sereno. Al contrario, cuantas veces pudo la emprendió contra sí mismo. Y nadie es tan fuerte como para aguantar semejante castigo.

Sí, labró su nombre, pero no en letras de oro… sino todo lo contrario.

Intenta ignorar que dentro y fuera de Tlaxcala lo consideran un caso especial de análisis, de cómo no debe comportarse un político.

¿Por qué no publicar un folleto, con una serie de advertencias para potenciales autoridades? Tiene un mundo de material solamente adentrándose en su desempeño.

Sería un éxito.

La casa en orden, ¿de veras?

Ha llegado el momento en que la pendiente del poder, amaina de manera natural.

Los llamados a la cordialidad deberían ser parte de la constante conversación entre el ejecutivo tlaxcalteca y aquellos que se dicen sus asesores.

¿Para qué es el poder? ¿para sumar, o para dividir?… bueno, hay argumentos para ambas posturas, pero el tiempo se acaba el estado no despega.

Una vulgar copia del intento de derruir el paso a desnivel de Chiautempan acaba de darse, llamando maldito al auditorio de la Plaza Bicentenario. Maldito porque una joven murió ahí.

Qué más diera el responsable de la obra, en el gobierno anterior, y por cierto, en el actual.

Roberto Romano es uno de los casos emergentes de aplicación de la ley, pues de residente de obra en la Plaza del Bicentenario, hay evidencias que nos permiten afirmar que juega un papel innegable en el saqueo de la misma, aunque ya como secretario de obras.

Ojalá lo derruyeran y acabaran con la especulación.

Antes, deben dar cuenta de los materiales perdidos, el vulgar saqueo y el pleito ratero que parte de dos palabritas repetidas por los pregoneros de la circunstancia: edificio maldito.

Corregir esos deslices es parte de la cordialidad convocada.

Maldito o no, es una obra saqueada. Hay un responsable y tiene que dar la cara.

Más o menos pasó algo parecido en Huamantla, donde el mismo, «secretario», ordenó el incendio de un hospital, de tal forma que pudiese volver a presupuestar una millonaria instalación eléctrica.

Más o menos el señor Romano tiene la misma responsabilidad en el juicio perdido contra los inversionistas de la suspendida Central de Abasto de Tlaxcala.

Como pueden ustedes ver, el llamado a la cordialidad debe acompañarse de aplicación de la justicia en un justo ejercicio autocrítico.

Tener al enemigo en casa y dejarlo crecer, ¿saben’, no es cordial.