PRI y PAN resolvieron a priori el pendiente de las candidaturas al Senado. Ambos presentan a dos dinos, acompañados por sendas políticas de nueva generación, y también ambos están seguros de un sonoro triunfo.
Corregir los errores del pasado parece ser el reto para el ex senador Joaquín Cisneros Fernández, quien en su momento no pudo echar mano de un factor persuasivo como Enrique Peña Nieto lo fue con Beatriz Paredes Rangel, para cerrar el círculo de la invulnerabilidad, tal como ocurrió el pasado cotejo de julio, cuando Mariano González Zarur, se alzó con el triunfo.
No resulta ocioso advertir la perspectiva del longevo priísta: contender nuevamente en 2016 por el gobierno de Tlaxcala. Para entonces contará con 76 años de edad.
Si bien es una aspiración legítima también es un reto mayúsculo, demandante de una pauta sostenida en la satisfacción del colectivo, cierto, proclive a impulsar a la sangre joven como un concepto de cambio ante el escaso trecho logrado por el elemento generacional actualmente en el poder.
Algo muy importante tiene de su lado: el autocontrol. Un proceder sujeto a los ajustes en el marco del pragmatismo necesario para superar el esquema autoritario con el inminente retorno del PRI al protagonismo.
Una muestra de esa voluntad ha sido la apertura para nutrir con sus planes al espacio cibernético de la información. Es un progreso entre las incontables adaptaciones en esta etapa, en la cual al parecer culminó el ayuno de poder.
Varios son los priístas que lograron remontar el fracaso electoral en una segunda oportunidad. Mariano González es uno de ellos. Buscó casi a niveles obsesivos la candidatura.
La consiguió de nueva cuenta, tras el lapso de mayor castigo en su carrera. Y la soledad fue su heraldo por meses, al grado de pensar en la renuncia a su partido, en aquellas interminables jornadas para sumar voluntades de una en una, hasta reparar –con el concurso de Peña- el momento que tenía roto al Revolucionario Institucional en Tlaxcala, es decir el abierto desencuentro con el arraigado beatricismo.
Joaquín no tiene la mejor relación con la hoy aspirante a gobernar la Ciudad de México. Pero a sus setenta años tiene como un pendiente de obligado cumplimiento de un marco de unidad, si es que sus empeños son tan firmes.
Tan cerca y al mismo tiempo tan lejos. Así es su relación con su sobrina, Lorena Cuéllar Cisneros, cuyas abiertas aspiraciones al mismo cargo colocan al priísta en un brete. No es fácil superar el alejamiento de su familiar, como tampoco lo es aminorar sus ímpetus en su plena tercera edad.
El apunte vale, por la interlocución que Lorena significa del actuar beatricista. Hoy es imposible ganar todo, como tampoco las derrotas son rotundas. Hay una correlación casi estadística donde las décimas de punto, y a veces centésimas, definen el arribo al poder.
Pero la enmienda sanguínea se torna tan improbable como en esa proporción somos testigos de la llevada y traída lucha generacional. Este es un ejemplo bien claro que, además se adereza con el mismo apellido e idéntico origen.
También conviene apuntar que hace poco, la diputada local apostó su carrera a un nuevo priísmo, alejado del arcaico cimiento.
Y la claridez de Lorena para demandar cumplimiento de pactos –de él resultó Mariano candidato- parece la imposibilidad para una diálogo del cual resulte un nuevo convenio satisfactorio para ambos.
Hoy, es el tiempo de Joaquín. La feria-campaña a su disposición es aprovechada en forma sobresaliente.
Tanto, que ocupará un amplio espacio en el primer informe de gobierno, pues sin exageraciones es el único logro tangible de esta nueva administración.
El corto plazo señala la disputa por la candidatura al Senado. Joaquín haciendo fórmula con Anabel Ávalos Zempoalteca, la incansable y leal marianista con los altibajos a los que le ha llevado la bipolaridad de su amigo-jefe, el gobernador.
La dupla toma forma. Uno en el papel de anfitrión, recuperando a la gran fiesta de los tlaxcaltecas. La otra, tejiendo fino en la secretaría general del PRI.
Es la nueva historia propuesta por el mandatario ganadero. Pasa por alto acuerdos o pactos del pasado. Así es su estilo de operar.
Enfrente, el ex mandatario Héctor Ortiz Ortiz –por cierto, malquerido por Joaquín- ha comenzado una gira por todo el estado, con Adriana Dávila Fernández, como virtual compañera de fórmula, también al Senado.
Cisneros lo acusa de haber saqueado las arcas de Tlaxcala y hasta lo emplaza a esconderse para gastar la fortuna conseguida en mala forma. Es su forma de juzgarlo. Ha de contar con las pruebas.
Ambos cuentan con una representante de nueva generación en la política.
Y aunque falta ver la reacción de Ortiz a las descalificaciones, digamos que PRI y PAN tienen definido a priori el asunto que formalizarán con el método que les asista.
¿Y la campaña contra los delegados?
Hay quien condena los altibajos marianistas. Hoy desata candela contra los delegados federales, los acusa de inútiles y de ejercer una política de clientelismo y al día siguiente, alardea de una tremenda coordinación, como mueca afable para pedirles más apoyo.
Ha de ser porque más de 94 por ciento de los recursos del presupuesto, pues vienen de la federación. Y pelearse con el señor de los centavos equivale a reñir con el que te sirve la comida. Así que no le quedó de otra más que recular.
A eso hoy lo llamamos marianismo. Ya habrá oportunidad de abordar la amplia gama de marianismos.
Y si a ellos los acompañas con la inutilidad de un vocero de utilería, verás que el efecto retro está garantizado.
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