¿Quién gana con el atropello colectivo a los notarios?, al parecer todos pierden, comenzando por la iniciativa privada en cientos de trámites malogrados. Lo más doloroso es que el estado pierde la oportunidad de un gobierno sabio y prudente.

Si la suspensión de las patentes notariales orticistas prospera en los tribunales federales, como ocurrió en el fuero local, o si no sucede así, lo actual es un clima de confrontación que al mismo gobernador Mariano González Zarur, le llevó a una última reflexión: “lo someteremos al análisis”.

Por sí, esa frase contiene el avistamiento real de quien ha puesto de puntas a los grupos más poderosos de Tlaxcala.

En esta guerra no habrá triunfadores rotundos, como tampoco perdedores absolutos.

De la férrea voluntad marianista para menguar la presencia de su antecesor sobrevino la desconfianza como denominador común en fechas impropias para la disputa que de súbito ha frenado cientos de trámites al margen de uno u otro adversarios, sino a la iniciativa privada, hoy por hoy, confundida y perjudicada en sus intereses, parte fundamental de la economía local.

La estrategia pudo ser casuística.

Si del colectivo de notarios una porción es vulnerable y configuraba una problemática, uno a uno tal vez hasta llegar a la totalidad habrían caído por su propio peso.

Atacar a una masa sin calcular la solidez del ejército legal utilizado en la acometida, causará heridas a ambos bandos, dueños de un legítimo derecho: su tlaxcalidad.

Sin el deseo de calificativos a priori, en la misma proporción de la desconfianza de terceros, existe un concepto que salpica insidia sin control: la precipitación.

Ha faltado serenidad para comprometer en una lucha sin cuartel a ciudadanos del mismo origen.

Bajo ninguna doctrina será bien visto alentar a unos para ir a la yugular de otros, sin que estos últimos reaccionen como bestias acorraladas.

Al oponente se le diezma con éxito cuando se ha asegurado la efectividad de las armas utilizadas. Y aquí hay una innegable porción de aventura para ver qué sale tras la arenga a la batalla con generales en condiciones de medianía, algunos endebles y otros, convencidos mediante el arte del temor.

Hay la creencia fundamentada de que una voluntad suprema conseguiría la sentencia fatal que se acató usando el método del amedrentamiento como recurso cortoplacista para conseguir la preciada decisión en circunstancias harto riesgosas si es que se buscaban resultados fatales.

El ejercicio del poder nada debería tener de apuesta al todo por el todo. No es un palenque y tampoco una corrida de toros.

En aquellas suertes algunos juegan hasta su vida y su patrimonio, pero cuando el veliz compromete intereses superiores, cabe aquél llamado hecho hace poco, ese que buscaba la reconciliación.

Varios son los fenómenos generados en este ambiente nada propicio.

Primero la intolerancia, bajo una mirada de pragmatismo atemorizante e inédito, donde los medios devalúan su naturaleza porque buscan obsesivos un resultado que no advierte las pérdidas en el terreno propio.

Luego la desconfianza, de aquellos sin vela en el entierro, cuya protesta esa sí de largo plazo y alcance, no nos llevan a un puerto seguro donde pueda hablarse de mejorar la calidad de vida.

Una obsesión, que no encuadra en algún escenario con la mínima lógica de un príncipe en pos de la admiración de sus súbditos, pues el arrebato puede incluso llevar al afectado a dolorosas pérdidas en el principado que se obtuvo con el concurso de varios ejércitos, convencidos circunstancialmente de participar en una lucha que terminó por no ser la propia.

Y para nosotros, el peor escenario: un terror pretendido.

Válganos decir, aquí en confianza que podemos tener evidencia de un plan urdido a través de acusaciones formalizadas ante el Ministerio Público para acallar, por medio de la autómata Alicia Fragoso con la ley a su modo en una mano y un pesado mazo en la otra, como una más, la peor amenaza en contra de este medio digital, por el atrevimiento a cubrir estas informaciones sin una línea ordenada por los espantosos funcionarios que ya quisieran ver esta redacción tras las rejas.

Como puede usted ver, muchos perdemos en esta batalla de la sinrazón.

Pierde el ciudadano su derecho a un mejor nivel de vida. Pierde el estado la posibilidad de un gobierno sabio y prudente. Y como veo las cosas, también pierde esa voluntad suprema en conflicto consigo mismo porque las cosas no salen como las ha llegado a idealizar.