La gente con credencial de elector se cansó de los gobiernos con el sello de la riqueza y, optó por los académicos. Estos cedieron a la tentación de los excesos y permitieron el retorno de los ricos al poder. Este es el reto del ganadero para alcanzar un auténtico liderazgo.
Con una ligera tardanza, pero se dio. El inminente jefe del ejecutivo local por fin se decidió a hacer equipo con el hegemónico grupo beatricista de la nueva legislatura, encabezado por el laberintoso Héctor Martínez García.
Sin duda es un importante signo de equilibrio en el temperamento de Mariano González, quien con esta manifestación también asoma la posibilidad de que su régimen deje de ver al autoritarismo y la intolerancia como las letras pequeñas de aquél contrato electoral promovido con la premisa: “con firmeza…”
Si algo se reconoce al sexenio en agonía, es el reparto del poder entre los múltiples grupos o liderazgos, dueños de su correspondiente surco en la compleja parcela de la cual, siempre se cacareó estabilidad política.
Cierto. No se registraron movimientos tan graves como aquél levantamiento del magisterio en tiempos de Antonio Álvarez Lima, o lapsos de angustia semejantes a la temporada de secuestros ocurridos bajo el mandato del perredista Alfonso Sánchez Anaya.
De entrada, Mariano vendió de sí una imagen de fortaleza. El distanciamiento hacia todos los sectores, sin embargo, tergiversó el poderío ganado tras los contundentes resultados del cuatro de julio anterior.
Se trataba de mantener a raya al hervidero desesperado por ver un poco de luz, luego de la operación previa a los comicios.
Como aquí, no triunfa una facción, sino la unión de múltiples expresiones con presencia en cada partido político, se ubica en un exceso la advertencia de González Zarur, la supuesta muerte de la política grupal para poder conducir este barco.
Digamos que los grupos modificaron su estado de ánimo y le otorgaron su voto de confianza. Por lo tanto, premisas desafiantes como la expuesta ante el líder del nuevo grupo parlamentario priísta observarían un rumbo errático ante la pluralidad que permitió el encumbramiento del ganadero.
Bien valdría a estas alturas una intensa campaña de enmienda con aquellos afectados por el olvido temporal de su candidato ganador y en el peor de los casos, por los aludidos con críticas más allá de los sanos límites de la convivencia.
Si González deja de ver a los sectores con la lente de los hacendados, puede alcanzar el liderazgo ideal.
Debe aceptar que desde la perspectiva social, su triunfo significa el regreso de los ricos al poder. Estos, por las circunstancias del pasado proceso electoral, vencieron a los académicos, cuya vigencia, con Héctor Ortiz, se generó precisamente por el hartazgo que las mismas familias causaron en un colectivo atrapado en la falta de progreso.
Con el tiempo, ello devino en un cacicazgo de académicos, ganando elecciones intermedias, incluso con desplantes de poder, manifiestos de la pérdida de la humildad como principio rector de quienes tuvieron la gran oportunidad de transformar a la entidad, pero cedieron ante los excesos.
Si Mariano deja de tomar nota de estos apuntes, con velocidad de vértigo se verá inundado por actos de arrogante encuadre. Sumados al rencor social por las crisis perennes entraría en una etapa de peligrosa inestabilidad. No debería olvidarlo.
Determinado como está a inscribir su nombre con letras de oro en la conciencia tlaxcalteca, el ganadero gobernador debería dejar su ubicación en la barrera de la plaza y pasarse con sus amigos los pobres, a la zona de sol.
Estoy seguro que en el corto plazo, su corte, encabezada por el agradable Marianito, lo habrá de seguir, con una nueva capacidad de ubicuidad.
No sólo en términos territoriales.
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