Desde junio decidió colgar los hábitos; ¿dónde quedaron influencia, perversidad y liderazgo?, yo creo que enterradas en el cementerio de la depravación.
El obispo de Tlaxcala, Francisco Moreno Barrón, tiene la obligación de hacer suya la premisa expresada por el Papa Benedicto XVI, respecto a ministros católicos involucrados en actos de abuso a menores.
Anteayer, antes de iniciar un histórico viaje a la Gran Bretaña, Joseph Ratzinger, reconoció que la Iglesia Católica en su conjunto, es decir, los obispos y el Vaticano, no han sido suficientemente vigilantes, veloces y decisivos a la hora de afrontar los casos de abusos sexuales a menores, en los que sacerdotes católicos fueron responsables.
El mayor escándalo de abuso sexual del que Tlaxcala tenga memoria, se gesta en el municipio de El Carmen Tequexquitla.
Es el resultado de una denuncia por violación interpuesta en contra del cura José Rojas Valadez, por los padres de un menor de diez años ante la Procuraduría General de Justicia de Tlaxcala (PGJET).
Más de veinte años frente a la parroquia de El Carmen en este municipio, dieron a Rojas Valadez, un poder raro, impune, temible.
Testimonios recogidos dentro y fuera de dicha demarcación dibujan a Rojas como un hábil pseudo profeta a quien podrían detectarse peligrosas patologías no sólo relacionadas con la pederastia, sino con otra suerte de perversiones, en demérito de la institución a la cual numerosas generaciones han sido ciegamente leales.
Las mismas autoridades trataban con reserva a este sujeto, quien contaba con una agenda inacabable de exigencias, sobre todo de carácter económico, pero determinado a inferir en los ámbitos laboral, de justicia y por supuesto, en la política.
En más de una ocasión escuché referencias poco admirables sobre el comportamiento asumido por el susodicho dentro del confesionario. Creo que no habría quien dejara de estremecerse ante el uso de expresiones de lo más vil pese a suscitarse en la llamada casa de Dios.
Hoy, aguardo con devoción la postura que sobre este particular exprese el inflexible párroco de San Luis Obispo y enlace interinstitucional de la Diócesis tlaxcalteca, Ranulfo Rojas Bretón, por cierto, sobrino de José o, Blas Rojas Valadez.
La dureza de Rojas Bretón, no conoce límite, sobre todo cuando ha condenado a las autoridades en relación con el complejo, sorprendente y mítico asunto del robo sacro.
O cuando rechaza la injerencia de la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco) en el incumplimiento de servicios religiosos por los cuales, ha habido el pago exigido y, hasta existen recibos extendidos por los responsables.
El mismo personaje, investido por sus fueros en autoridad moral para fieles y pecadores (habrá que ver cómo los define esta excelencia) debe ahora consultar al obispo Moreno Barrón, para convocar a los medios (a los cuales sabe dar el uso conveniente siempre y cuando sea por sus intereses) con el propósito de ofrecer el posicionamiento oficial respecto a las vilezas denunciadas de su señor tío, quien decidió colgar los hábitos por ahí de junio de este año, cuando seguramente se miró al borde del precipicio, luego de la consignación de la denuncia por violación a un juez, quien por su lado, obsequió una orden de captura.
Qué vergüenza para los católicos el tener un cura desertor con este antecedente.
Y más lo será si aspira a la impunidad a pesar de “la obra” de decenios perpetrada en Tequexquitla, una tierra de gente tan buena que no tuvo impedimento en seguir las instrucciones de su pastor.
Esperamos que Tlaxcala marque la pauta con una Diócesis dispuesta a la enmienda, reconociendo su desapego a la vigilancia, velocidad y decisión, para afrontar los denunciados casos de abuso sexual que señalan a uno de sus más controvertidos aunque célebres ministros, como lo es José Rojas Valadez.
Anteayer, el Santo Padre expresó lo siguiente: «tengo que decir que siento una gran tristeza. Tristeza también porque la autoridad de la Iglesia no ha sido lo suficientemente vigilante, ni suficientemente veloz, ni decidida, para tomar las medidas necesarias».
Aquí en Tlaxcala, supongo, hay autoridades religiosas dispuestas a reconfortar esa gran tristeza. Porque las otras autoridades, las terrenales, en cuanto tengan en sus manos a Rojas Valadez, lo habrán de juzgar con toda severidad, como lo aguarda un pueblo muy lastimado (y probablemente otras víctimas).
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