Es una labor harto sencilla en una tierra pletórica de políticos pobres, no nada más en el terreno económico, sino en sus convicciones.

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El marianista es un talento fuera de serie para la destrucción. Salvo la suya -y hay que ver en qué condiciones- no ha ganado una elección, pero ello no le ha impedido convertir con recursos públicos a la oposición, en un ejército mercenario a su servicio.

Le bastó un mes para desmantelar a un Congreso que se aparentaba vigor e independencia, pero la pobreza de los políticos en una coyuntura donde pisotear sus principios les abre las arcas, ha exhibido su hambre… su profundo deseo de iniciar el acariciado sueño de codearse con aquellos ricos de abolengo.

Pero también hay ricos, como algunos panistas, a quienes ha podido doblar mediante otros recursos -no necesariamente los billetes.

Es el oneroso precio de la arrogancia. No crecemos, pero qué tal embestimos. Es el profundo placer generado en aras de reconstruir al hacendarismo, con los suficientes mayordomos para repartir latigazos a los peones, esos muertos de hambre que lo mismo engañas con un jarro de pulque que, con unos vales que ha de cambiar en la tienda de raya.

Humilló al diputado-muchacho, Santiago Sesín, soltándole a una caballería contra la que no pudo.

¿Luchador social? A lo mejor sí. y podía crecer.

Por eso había que someterlo. Y como no cerraba la boca y no se sometía tal como lo hicieron los demás compañeros suyos, panzones de tanto comer con manteca, hizo así con el pulgar y lo aplastó.

De paso envió un mensaje a su padre Salvador, ese que un día sin querer lo llamó Mariano…. -¿Mariano?, ¡señor gobernador!…

Sí, no hay peor afrenta para un político setentero que, achicarlo llamándolo por su nombre.

¿Y los panistas?

Oigan, tienen que comer. Además, su agenda está llena de planes.

Eso sí, si Maquío atestiguara su blandimiento, volvía a morir pero de pena.

Un PAN, un PRD y así del Movimiento Ciudadano, con suficientes méritos para el desprecio social.

¿Les interesa?

No.

En una tierra de políticos pobres, lo primero es dejar de serlo.

Ya nada más de refilón, rodaron las cabezas de Judith Soriano y Nohemí Bocardo Phillips, de prensa y estudios legislativos.

Para empezar, no pudieron renunciar a su pasado orticista.

Luego, cometieron el error de ser mujeres que piensan.

Eso, en un régimen misógino es un tremendo error (hay que ver el sometimiento de Eréndira).

Hay que ver a los piojos, que también sangran al Congreso maltrecho -como el carnal de Marquito Mena- y que en este mes tal vez ganaron lo equivalente al suplicio de tres años que faltan.

En estas temporadas de embestida, ganan los que menos imaginamos.

Y pierde del pueblo.

¿Cuál respeto a la relación entre poderes?