Mariela Arrazola
Si tuviéramos que describir a grandes rasgos la relación del PRI con la cultura la palabra más adecuada sería, como en muchos otros ámbitos: paternalista. Para el PRI las artes deben ser patrocinadas, apapachadas, fomentadas, y la razón que dan para ello es la bondad de la cultura. Estas ideas se remontan al México de José Vasconcelos, un apasionado del romanticismo alemán para quien la apreciación de la cultura haría mejores seres humanos. No obstante, hoy día tanto la noción de que las artes tienen efectos transformadores a nivel educativo y colectivo, así como las teorías de la buena sociedad, son ideas ampliamente cuestionadas en países tecnócratas que se han visto en medio de crisis financieras y con políticas de austeridad. Ahí se ha vuelto más que nunca necesario justificar el subsidio público de las artes y la cultura, esto es, definir el valor social y público de la cultura frente, por ejemplo, al subsidio a rubros vitales como la salud. A fin de cuentas, los contribuyentes deberíamos tener derecho a elegir si es preferible invertir 80 millones de pesos en clínicas u hospitales en vez de traer una exposición de copias y réplicas de Da Vinci y Miguel Ángel para el disfrute de los capitalinos.
Sin embargo, este tipo de discusiones no se nos presentan a nosotros, porque para el PRI la apreciación de la cultura vale por sí misma y las decisiones en torno al tema cultural parten de esa premisa, sin cuestionarla. Por ello, en el marco del debate sobre la creación de la Secretaría de Cultura vale la pena recordar que la apreciación de la cultura por sí misma no hace mejores seres humanos.
Con esto como introducción, permítaseme hacer un ejercicio indagador en el que me tomo el espacio para explicarme a mí misma de qué lógica parten para salir con esta puntada; pretendo convidar al lector de algunos datos históricos, un análisis discursivo, ejemplos comparativos y observaciones hechas desde mi trinchera, la gestión cultural dentro de la iniciativa privada, y mi misma formación académica, auspiciada en gran manera con los recursos de este país en el ámbito de las teorías de la cultura, razón que me hace sentir obligada a poner el punto sobre las íes.
Se trata de revisar la propuesta sin sesgos para poder brindar un acercamiento menos tendencioso.
Leyes y decretos
La Secretaría de Educación Pública (SEP) se creó en 1921. Posteriormente, en 1939 se instaló el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y hasta 1946 el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), primeros intentos por gestionar la cultura y, de manera tangible, el patrimonio en nuestro país. Mientras que el INAH vela por el patrimonio anterior al siglo XIX, el INBA se encarga del patrimonio creado a partir de entonces. No obstante, según la propia página oficial del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) es hasta el 7 de diciembre de 1988, a pocos días de comenzar el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, que el gobierno de la República decreta, según el Diario Oficial de la Federación, la creación del Conaculta y en dicho decreto, supuestamente, se afirma que es un órgano administrativo desconcentrado de la SEP. No obstante, según consta en la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal, artículo 38, en realidad todas las tareas relativas a la gestión de la cultura siguen recayendo en la SEP (ni se menciona el Conaculta). Así es que lo primero que habría que preguntarse de manera seria es: ¿entonces no sirvió desconcentrar al Conaculta de la SEP? O ¿por qué no se hizo bien el cambio jurídico desde entonces? No vi que alguno de los diputados o senadores se diera a la tarea de hacer esta pregunta, por cierto.
Los discursos
De hecho, el discurso de aceptación que dio la senadora Blanca Alcalá, a nombre de la Comisión de Cultura consta de una serie de afirmaciones cuya retórica es populista y peligrosamente demagógica, pues promete que la creación de esta instancia “contribuye a fortalecer el tejido social del país y es un instrumento que permitirá promover la labor de los creadores”, entre otras frases. Senadora, sus palabras carecen de fundamento. Es imposible promover la labor de todos los creadores que se autoproclaman creadores, porque los recursos son limitados.
Por su parte, el secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño, también compareció ante legisladores para presentar la propuesta de la creación de la Secretaría de Cultura (SC), y si pensábamos que partiría de informes, estadísticas, estudios científicos o algo que sustentara de manera convincente la creación de dicha dependencia, más bien nos tuvimos que conformar con un balbuceante discurso cuya retórica parece redactada por cualquiera. Esto es problemático porque la gestión de la cultura y del patrimonio de México no se le puede dar a cualquier hijo de vecino y es por ello que sus asesores fallaron en elaborar y presentar argumentos.
Aquí las frases más rescatables de dicha comparecencia: “Cuando nos enfrentamos al crecimiento que afortunadamente han tenido a lo largo de estos 90 años tanto la cultura como la educación nos encontramos en lo que hemos llamado desde el gobierno federal una trampa burocrática… que queremos deshacer con la creación de la Secretaría de Cultura. […] En qué consiste esta trampa burocrática, que es de tal demanda el trabajo educativo con un sistema educativo público de este tamaño que es imposible que el secretario de educación dedique el tiempo que requiere algo tan importante como lo es la cultura. Y por el otro lado el Conaculta al no ser una secretaría de Estado no tiene la fuerza política que merece la cultura en México y el resultado es una trampa burocrática. […] Ésta no es una tendencia única de México, en la mayoría de los países nacieron juntos cultura y educación y se han enfrentado al mismo problema y sí han logrado salir de la trampa. En última década los países han creado secretarías de cultura.”
No menciona cuáles y, de hecho, se equivoca.
Los errores
La vanguardia de las políticas culturales públicas las lleva Reino Unido, y lo que ahí ha sucedido es que la cultura, desde 1997, se administra junto a los medios y los deportes para formar el Department for Culture, Media & Sport dejando obsoleto a su predecesor, el Department for National Heritage. Así es que los asesores del gobierno federal han fallado también en analizar las tendencias de políticas culturales; no quiero pensar que han mentido, pero el error es considerable.
Otra grave carencia en el discurso es la omisión del decreto anterior. Al secretario, su equipo no le hizo saber que el organismo está desconcentrado desde 1988 y que precisamente, para quitarle chamba, es que se creó el Conaculta al que ahora quiere desaparecer. En torno a eso debió girar el argumento inicial. Una explicación de por qué dicha desconcentración del gobierno salinista no resultó ni es suficiente, es que nuestros políticos no logran darse cuenta de que nos merecemos una explicación racional y no sólo afirmaciones populistas que giren en torno a la importancia de la cultura.
La retórica de la trampa
Por otro lado, la suerte de silogismo que presentaron para legitimar la creación de un ministerio de cultura es reflejo de las deficiencias en el área de lógica (nivel medio-superior) de las personas detrás del andamiaje de la naciente SC.
Según nos cuentan, como la cultura y la educación han crecido mucho (causa) el secretario no tiene tiempo de atender los dos changarros (efecto 1) y Conaculta, al estar subordinada, no tiene la fuerza política que requiere para desarrollar la cultura (efecto 2). La trampa burocrática de la cultura, deducen, se expresa como conclusión del crecimiento de la educación y la cultura. No obstante las premisas, si bien pueden ser verdaderas, no son las únicas posibles que derivan en la conclusión llamada trampa burocrática en la que, nos dicen, está sumida la cultura en México.
Yo puedo cambiar las variables proposicionales y llegar a la misma conclusión: como el PRI ha hecho al ámbito cultural dependiente de los fondos federales (causa), las instancias culturales no han tenido necesidad de volverse autosustentables (efecto 1) y, por otro lado, las Organizaciones No Gubernamentales al tener poca participación del total de fondos federales carecen de fuerza política para contribuir al desarrollo cultural (efecto 2). Por lo tanto, la cultura en México está sumida en una trampa burocrática.
Tan posible y verdadera es mi conclusión como la de Nuño.
Por ello, su proposición pierde toda fuerza. Es decir, para poder probar que una de estas dos deducciones, tan diferentes pero que llevan a la misma conclusión, es más probable que la otra habría que contar con consecuencias observacionales que permitan verificar o refutar las deducciones planteadas. Pero el secretario no presentó nada, ni un solo dato duro, ni un solo estudio científico.
Insisto: esto es grave, porque no se puede dejar la administración de nuestro patrimonio a cualquiera y es lo que están haciendo al no consultar previamente a los cuerpos académicos ni a los trabajadores de las dependencias involucradas, que, además, son en verdad personas altamente profesionalizadas en el ámbito y que han aportado mucho a la salvaguarda del patrimonio de nuestro país.
Así, las deficiencias argumentales permiten predecir el futuro de la Secretaría de Cultura. Las frases:
“La cultura merece estatura de ministerio de Estado y ésa es la razón para darle ese espacio
- Sin afectar los derechos laborales de los burócratas.
- Sin crear más burocracia ni mayor costo a los contribuyentes.
- Con una gran apertura, con un gran diálogo, con plena apertura.
- Con respeto a la soberanía para salir de la trampa y construir el marco jurídico que coadyuve a esta discusión y tener foros, pero antes que se cree la secretaría para que convoque…”
no dicen nada que aporte al fallido argumento: son simplemente ejemplos que ilustran la obsoleta retórica de 90 años. Lo único que sí es claro, es que en casi un siglo el PRI no ha sido capaz de argumentar por qué la cultura es importante ni mucho menos ha sido capaz de demostrar de manera científica, ni cuantitativa, el valor social de la cultura, porque en sí, sólo recientemente los países más desarrollados se han dado cuenta de este vacío, detectado a raíz de las políticas de austeridad en Inglaterra, donde se hizo evidente que no queda claro por qué es preferible dar dinero a la cultura y las artes en vez de a la salud. Éstos son otros tiempos, y el PRI no lo ha entendido.
¿Qué queremos los mexicanos en materia cultural?
Además del fallido argumento, hay dos asuntos que quedan menos claros todavía. Uno, es el de otorgar fuerza política a la cultura. ¿Y para qué? Pero además: ¿cómo se mide la fuerza política? En qué parte del índice de desarrollo humano —indicador que le pega a México— viene este rubro o ¿cómo nos va a ayudar a mí y a usted estos cambios administrativos y jurídicos? Recientemente un experto en políticas culturales mencionaba que es incluso contraproducente pues esto va a centralizar más los apoyos, es decir, desde la federación a usted y a mí nos van a recetar cultura sin que usted y yo podamos decir algo.
Así es que: ¿queremos una SC que privilegie a los artistas alineados al régimen en el poder, al arte que no cuestiona? ¿Poder para los curadores que traen copias de Da Vinci y Miguel Ángel y nos dicen que han traído obras maestras? ¿Para que manden a las bienales a sus cuates artistas que viven en DF y sigan excluyendo a la provincia?
De hecho, fortalecer el desarrollo cultural implica descentralizar la cultura, adelgazar el aparato burocrático que absorbe la mayoría del presupuesto, privilegiar a más artistas, su desarrollo, su producción. De hecho, Conaculta tiene más poder del que debería tener; basta mirar la historia del arte del siglo XX en México para darse cuenta que los dos movimientos impulsados por el gobierno del PRI, el muralismo y posteriormente el abstraccionismo, se posicionaron como grandes ejemplos de la calidad de la producción nacional, y los artistas que no entraron en uno o el otro, no figuran en la historia. Mientras que en Europa son los marchantes del arte los que tienen el poder de crear movimientos y tendencias, aquí el poder lo tiene el gobierno, y esto es perverso.
El segundo problema, es el confundir crecimiento poblacional con crecimiento infraestructural. Para sostener la premisa de que en México la cultura ha crecido se nos dan cifras del número de espacios culturales: 1200 museos, etcétera. Sin embargo, que haya más espacios no significa que la infraestructura dentro de la que se produce la cultura haya mejorado. Por ejemplo, en un país con una infraestructura cultural desarrollada como Holanda, los artistas viven del arte y tienen el nivel de vida de un profesionista con estudios universitarios. Pero en México esto no sucede, la mayoría de los artistas están en condición de second-jobbing, es decir: tienen que trabajar en algo que no le satisface y no les reditúa para poder financiar su arte, y además, no lo venden porque no hay gente con poder adquisitivo para comprar arte. En este sentido, desde que se creó el mercado del arte en México, en la década de los treinta, la situación no es mejor y esto es una prueba de que la infraestructura cultural no es mejor ahora ni ha crecido como nos dicen.
En definitiva: no hay nada nuevo bajo el sol. En balde los cientos de miles de pesos erogados en asesores. La trampa de la cultura es que sigue y seguirá estando en poder del Estado y no en manos de los ciudadanos, las ONG, las universidades, y ni usted ni yo seremos tomados en cuenta como contribuyentes.
Twitter @MarielaArrazola
No Comments