Mariela Arrazola Bonilla
Hablar de Francisco Toledo (1940-2019) es hacer alusión a uno de los artistas mexicanos más importantes a nivel internacional cuya impronta ha quedado ya registrada en la historia del arte occidental. Reconocido por sus numerosas aportaciones estéticas a la gráfica, además es rememorado por su capacidad de crear lazos y redes de colaboración en el seno de la comunidad, esto con el fin de promover y revitalizar la apreciación de la cultura mexicana a través de las artes.
Francisco Toledo estudió en la Escuela de Bellas Artes de Oaxaca, en el Centro Superior de Artes Aplicadas del INBA, donde tuvo de maestro a Guillermo Silva Santamarina. Joven, en la década de los sesenta, viajó a París, y ahí se instaló en el taller del artista británico Stanley William Hayter. También fue alumno de Rufino Tamayo, quien lo apoyó en su estancia, y conoció incluso a Octavio Paz.
En 1965 regresó a México y comenzó a crear. Experimentó con colores y materiales mientras que su temática se nutrió de los mitos, los cuentos, las tradiciones de su comunidad, los movimientos de vanguardia europeos, sus visiones y sueños; todos estos motivos se entremezclan para conformar un universo que oscila entro lo figurativo y lo abstracto, permaneciendo único, auténtico, erótico. La vida desborda en sus obras.
Cuenta Sabina Berman que en su estancia en Ciudad de México sufrió el racismo y clasismo de la sociedad mexicana de finales del siglo XX: era prieto, lo creían pobre y lo veían menos. Regresó entonces a Juchitán, y ahí emprendió su faceta de gestor cultural. La Casa de Cultura de Juchitán, el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca y el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo son parte de su labor de mecenazgo y gestión.
Además, desde la década de los setenta comenzó su activismo político. Quizás, en perspectiva, el momento más emblemático de su protesta contra el Estado sea el gesto de los papalotes con los rostros de los estudiantes de Ayotzinapa. La escena de Toledo corriendo con el papalote devuelve simbólicamente a los padres la dignidad robada a sus hijos.
Por supuesto, expuso en las grandes instituciones del arte, galerías, museos a nivel local, nacional e internacional. Su obra forma parte de las grandes colecciones de arte. Vaya, su trayectoria es demasiado extensa para incluirla en estas líneas. No obstante, la siguiente frase resume muy bien la grandeza de Toledo: “A principios de los años sesenta visité el Museo de Colonia, donde vi uno de los últimos autorretratos de Rembrandt. Me gustó mucho: viejo, desdentado, con un trapo amarrado a la cabeza —tal vez ya calvo— riendo ante un espejo… quién diría que años después me vería en aquel espejo”.
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