Urge terapia pero a los padres pues, al saber que un hijo es adicto, se desmayan de la impresión.

Hay quienes no se explican el temprano gusto que sienten los jóvenes  de Tlaxcala hacia las bebidas y las drogas, y hasta abundan los papás que piden a sus hijos una explicación porque, los chavos les fallaron cometiendo el pecado de ponerse chachalacos con los cuates o, de plano, drogarse en la escuela.

1.- Jaime tiene quince años. Tras sus inseparables anteojos y su débil complexión, nadie daría crédito a que este muchacho se desvaneció durante una ceremonia de honores a la bandera, porque según los médicos que lo atendieron, acusaba los efectos del síndrome de abstinencia de la cocaína.

Con mucho tiento los maestros informaron a la mamá de Jaimito sobre lo acontecido. Pero la señora se indignó tanto que a todos los tildó de locos, estúpidos y mentirosos porque su hijito, al menos para ella, era incapaz de consumir, ni siquiera una cerveza. Para comenzar, lo cambió de escuela y cada que puede habla pestes de la secundaria esa a la que asistía el jovencito, el mismo que hace poco intentó suicidarse.

La mamá de Jaimito omitió hablar de los cuarenta a cien pesos diarios que su hijo gastaba en la escuela. Tampoco habló de su interminable afición a ir a ciertos cafés internet, donde permanecía horas. Ah, y también se olvidó de hablar de la escandalosa separación del papá del muchacho.

2.- Itsel Samanta cubre con generoso maquillaje la palidez de su piel y, ha hecho una ciencia el combinar los tonos de su uniforme, las calcetas que a cada rato sube y la blusa, delgadita y luida de tantas lavadas. Eso sí, no hay día en que con sus inseparables tres amigos, todos hombres, deje de disfrutar la quietud del apacible paraje, cerca de la escuela, donde los cuatro curan la cruda del día anterior con medios litros de tequila, del más económico, mezclado con Squirt.

Otras jovencitas de su edad tendrían mayor cuidado al sentarse frente a sus compañeros de parranda, pero como el consumo de los tequilas es sólo preámbulo del sexo que habrán de tener los cuatro a la sombra del árbol que los acompaña en sus excesos, entonces ni la falda de colegiala ni las calcetas con el resorte flojo son impedimento para remediar de esa manera su tremenda afición a las relaciones. Nadie se lo ha dicho, pero Itsel Samanta tiene todas las características de la ninfomanía y, el grupo que formó con sus cuatro compañeros habrá de acabar en un embarazo, ni en condiciones de deseado o no deseado, simplemente producto de un grave alcoholismo que, a las Matemáticas y a la Educación Física, jamás las verán como prioridad en su agenda diaria.

3.- Al maestro Tomás se le conoce en la prepa por ser a todas m… le encanta tomar trago con los alumnos porque así tiene una mayor comunicación con ellos. Y cualquiera diría que el profe Tomi es un pierde almas, pero hay que ver cómo le hace para enterarse de las locuras que cometen los muchachos. Y si para conseguirla hay que estimularlos con un traguito pues, lo hace.

Es así como Tomás se enteró de la afición al sexo que a Itsel Samanta debería tenerla en terapia diaria. Pero cuando se lo dice a la trabajadora social, esta se espanta y le recomienda que mejor ya no se meta con esos bárbaros chamacos que les están fallando a sus papás.

Yo creo que sin bebida de por medio es necesaria una comunicación como la lograda por el maestro Tomás. Que los papás empeñados en suponer que hoy los hijos adolescentes son invulnerables a su entorno, son los primeros que necesitan a un maestro Tomás para arrancarles sus respectivas verdades y tratar de explicar el rompecabezas que hicieron con la vida de sus hijos.

Una jovencita adicta al sexo tiene, con toda seguridad, una herencia genética con una patología no tratada, pero hoy, a ella la juzgan con severidad sin mirar hacia atrás y tratando de hallar una real explicación de lo que ocurre.

Un muchacho al que le gusta aspirar cocaína es de lo más común que hay en las secundarias y los bachilleratos; es un cliente potencial de los narcos, pero su afición no es de generación espontánea, es el resultado de una vida llena de sobresaltos en la que los responsables son quienes menos lo aceptan. Y ahí tiene usted al joven Jaime, desmayado y hasta convulsionado porque su sangre dejó de tener el habitual torrente tóxico y, entonces reaccionó perdiendo el sentido.