¿Sabe usted de la intensidad sexual en el traspatio del Cebetis, horadado en su barda perimetral para que irrefrenables jóvenes entren y salgan a placer?, ¿Sabe de las borracheras, con caguamas y mota que a diario se dan en los Cobat?


Jonathan es alumno de bachillerato. Sus calificaciones van en picada desde que cursaba la secundaria; de hecho su madre, su abnegada madre, tuvo que dormir afuera del plantel para alcanzar ficha.

Hace poco se desvaneció en plena ceremonia a la bandera. Unos lo atribuyeron a su constante ayuno.

Hubo otros que, alarmados lo creyeron en una crisis diabética.

Maestros y papás lo llevaron a un hospital. Y además de la sutura en el pómulo derecho, solicitaron a los médicos un análisis de sangre (querían cerciorarse de la causa del desmayo).

Así de rápido lo descubrieron.

El joven, ni enfrentaba un mal hepático, ni su caída se debió al ayuno. Lo dobló lo que se conoce como síndrome de abstinencia, o sea, una súbita suspensión en el consumo de cocaína.

Cuando la mamá se enteró, no daba crédito. Una y otra vez lo cuestionaba: “¿en qué te fallé?”. Pero no tuvo más opción que adentrarse en la azarosa vida de su hijo, y enterarse que desde la secundaria prefería desayunar un cigarro de mariguana y una caguama.

Atrás quedó la mujer confiada, débil y llorona, negando el coctel de adiciones en que se Jonathan se hundió. ¿Es posible que desde los doce años esté inmerso en este infierno?

Sí, lo es.

Es uno de los cuatro de cada diez jóvenes en esta edad que en Tlaxcala deben recibir una atención especial, según la Segunda Encuesta Nacional sobre Exclusión, Intolerancia y Violencia en las Escuelas de Educación Media Superior.

Los Colegios de Bachilleres (Cobat), el Bachillerato Tecnológico (Cebetis) y otras instituciones públicas y privadas no deberían ser parte de los números alegres dados por las autoridades, en el sentido que Tlaxcala es un estado seguro.

No lo es. La venta de estupefacientes y su consecuente afectación al cuarenta por ciento de los y las jóvenes en educación media superior, debería quitarnos lo hipócritas, para no dejar al santo de nuestra devoción el alivio de aquellos a quienes urge una atención especializada.

¿Conoce alguna de las horadaciones en la barda perimetral del Cebetis, por donde entran y salen los jóvenes sin control alguno?, ¿Sabe de la intensa actividad sexual en el traspatio de dicho bachillerato?, ¿Conoce así de poco sobre las borracheras épicas que a diario se verifican en los Cobat?

¿No?

¿Pues dónde vive?

El caso Orlando, a la Sala Superior

Uno de los dos magistrados de la Sala Electoral Administrativa (SAE) se dobló ante el inminente fin de sus actividades en el Poder Judicial de Tlaxcala. Su única salida es retornar a la universidad para no quedar sin chamba.

La condición impuesta fue declarar válida la elección municipal más sucia de la que se tenga memoria, o sea la de Apizaco, donde Orlando Santacruz, debe apresurarse a vivir el efímero sueño que le permite el traslado de la causal genérica –conocida como inequidad – al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF).

Por cierto, en esos lugares el nombre del diputado con licencia, digamos que carece de una gran imagen.

Puede llegar hasta a pensarse que su sola mención causa náuseas a más de uno, por la recurrente insistencia en temas indefendibles (que por cierto siempre ha perdido).

Hoy, Reyes Ruiz, se ha prestado a encabezar una lucha cuyo único fin parece ser la anulación de la jornada en este municipio. Detrás de él, un equipo con el encargo superior, tiene como objetivo la recuperación de un botín, tan apreciado como lo es la ciudad modelo y sus juntas auxiliares.

Esta es una tierra buena. Su gente no merece la desventura de los últimos años.

Estoy solidario con este gran municipio y espero que los bichos nocivos sean exterminados.