Ante una oposición destruida, crece la amenaza de una brutal injerencia del Estado en un proceso que debería ser equitativo, ¿es esta la dichosa fiesta de la democracia?

La virtual candidata panista a la gubernatura, Adriana Dávila Fernández, adelantó que su participación en los comicios de julio, supera las metas de carácter personal y se convierte en un, “proyecto de Estado que se hará realidad”.

Cuando la panista involucra el término Estado en su discurso, debiera optar por la superación de ambigüedades (Estado o estado) pues, adversarios o simpatizantes podrían interpretar su argumentación, como la injerencia del Estado Mexicano en un evento al que cada vez resulta más utópica la participación de los o, las contendientes en igualdad de condiciones, tal y como advierte la legislación electoral en la brutal campaña  desplegada por el IFE.

El término “un proyecto de Estado” contiene un mensaje en sus cuatro palabras que puede generar confusión.

Sembrada la desconfianza de apoyos extralegales mediante la alianza Gobierno Federal-orticismo, para llevar a Dávila al poder, al elector se le suministra una información imprecisa que, difundida por todos los medios, adelanta la injerencia del Estado, en tanto una condición ventajosa por sobre sus adversarios, quienes dados sus distintos orígenes a los del partido gobernante, quedan lógicamente fuera de “el proyecto de Estado que se hará realidad”.

Quisiera pensar que se trató de un uso del lenguaje en los parámetros de la buena voluntad, pero mencionar al Estado cuando al gobierno federal le llueven calificativos sobre verdades a medias en las que ha incurrido, exalta la desconfianza de lo que será un juego con evidentes ventajas para un solo personaje.

Recuerdo el grotesco uso de dinero en efectivo de Oralia López Hernández, como candidata a diputada federal por el primer distrito, para emitir mensajes de su cercanía con la autoridad, la cual con gusto abriría la cartera a quienes le entregaran su voto en aquella elección del cinco de julio de 2009.

El resultado fue una escandalosa victoria panista ante los oídos sordos de una autoridad electoral que teniendo las pruebas en sus manos desoyó las quejas de los adversarios de aquella panista.

Hablar de un proyecto de Estado a la gente empobrecida como no había ocurrido en generaciones, aviva la esperanza de que habrá el gesto generoso de aquél, a cambio de dar el voto a favor de cierto personaje.

Para el infortunio de la democracia tlaxcalteca, “la candidata del proyecto de Estado”, puede incurrir en estos ¿excesos?, sin que sus adversarios emitan la mínima protesta pues, en el caso del PRD y su abanderada, Minerva Hernández Ramos, lo que más interesa en este momento es esquivar las mentadas de madre de Pedro Arturo López Obrador. ¿Quién va a cuestionar la impunidad de la candidata del Estado?,  si lo que quieren es sacar la cabeza del lodazal en el que están más que hundidos.

La recurrencia adrianista a la metáfora del “aroma de mujer en la próxima administración” denota la escasa creatividad del arrogante equipo que le sigue, más ocupado en repartir los puestos del próximo gobierno que, en estructurar ideas congruentes con la urgente necesidad de que contemos con una mujer de miras altas y acciones emancipadoras.

La protagonista seguramente ya se dio cuenta de la terrible inconveniencia que le significa el triunfo cantado sin que medie una real identificación con todos los sectores de la sociedad.

Un estado no sólo tiene a panistas decentes habitándolo. También los hay priístas con ilusiones, perredistas con todo el derecho a coexistir, ciudadanos sin partido que bien pueden apoyar una causa legítima expresada en los términos que garanticen gobernabilidad, democracia, justicia.

Mas adelantar que se participa con cartas marcadas por la intervención del Estado, es un riesgo que, a mi manera de ver no debería correr la amiga de Calderón y cuasi segura gobernadora de Tlaxcala.