No somos un estado pobre, nos agobia la pésima administración de una sola persona que día tras día tiene que idear nuevas formas de aprovisionamiento para continuar con su terrible nivel de poder.

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Nueve días nos separan de la elección más importante del presente régimen. Según vemos, las descalificaciones se sobrepusieron a las propuestas. Y salvo excepciones muy escasas, el discurso mediante el cual fue pedido el voto se centró en el «yo soy el mejor», y por lo tanto, «mi adversario es no lo es».

No ha sido posible ver una verdadera plataforma que describa un liderazgo con capacidad de sobra, al grado que incluso antes de ir a la urna fue capaz de someterla al escrutinio del electorado.

En una lucha desigual no puede haber resultados justos, y cambiar objetos por votos, a condición de aceptar a candidatos malos, con pésimos antecedentes, o cualquier otra justificación para hacerse autoridad, menos la vocación de servicio, nos siguen obligando a atestiguar la coronación de verdaderos monarcas con poder omnímodo y una constante perversidad desde el mismo día de su asunción.

Lejos de contar con un Congreso fuerte, en el que la representatividad de partidos nacionales y serios, dieran origen a un ejecutivo legítimo y fortalecido, la responsabilidad merma en la medida en que son repartidos cheques de miles o millones, en el marco de esa subcultura de sumisión, pero con cobros que hoy nos permiten hablar de nuevos ricos.

Ahí va a parar el dinero que debería ocuparse para pagar a los empleados y colaboradores del gobierno que  dan agilidad al gobierno. Que debería usarse para comprar medicamentos, para contar con una excelente seguridad, para destinarlo al fomento a la cultura, al deporte, para elevar el nivel de vida de las familias.

¿Nosotros, un estado pobre?

¿Con estas campañas?. ¿con estas formas tan sofisticadas para embarazar urnas?, ¿con consejeros del IET  a los que pagamos para cometer pifia tras pifia?

No somos pobres. Tenemos una pésima administración.

A causa de regímenes como este, aprendemos con dolor que formar parte de estas cíclicas pachangas a las cuales equivocadamente nos han inculcado como una variante de la democracia, nos coloca al paso de los meses como testigos mudos del saqueo.

Si exigiéramos la aplicación correcta de los recursos no habría razón para tener escuelas que dan pena, o clínicas sin medicamentos, o un sistema de quebrado de pensiones, policías tentados por el crimen pues ganan una bicoca o agentes de vialidad manteniendo a sus esquinas como la franquicia que le va a permitir un patrimonio.

Y en esa caída libre hoy hemos sido testigos de un adelgazamiento brutal de la estructura burocrática.

Tal vez el planteamiento no es malo: secretarías más eficientes, dependencias más ágiles…

Pero hay una forma más de ver estas novedades:

Ni hay mejores dependencias, ni más ágiles, ni burócratas mejor pagados.

Puede que estemos ante el más vil saqueo, indispensable para mantener ese nivel de poder, concentrado en una sola persona, quien día tras día deberá pensar en nuevas y mejores formas de sustracciones históricas.

El avance, el progreso, la democracia, ¡qué diablos le interesa a alguien con semejante presión!

Andrés Granier es el ejemplo en este sexenio, así como hay ungidos, también los hay sentenciados. Hoy, tras las rejas, parece alzar la mano y decirnos, «ya ven, está en sus manos meter a la cárcel a los malos servidores públicos».

Pero hoy, no tengo tiempo para reflexionar sobre el triste destino de ese tabasqueño en desgracia. Hoy, a penas me doy abasto para leer las descalificaciones y los panfletos y enterarme que miles de boletas andan ahí volando, como materiales listos para afianzar el mismo sistema que hoy nos ha obligado a degradar a quien se ostentaba como secretario de la Función Pública, convirtiéndolo en un subordinado del despacho del gobernador, igualito que al influyente consejero jurídico, a quien se le acabaron las atribuciones ganadas en el esquema progresivo de perfeccionamiento del gobierno y sus áreas.

En cambio, hay un par de secretarios obesos, y en plena engorda.

A ver qué tal nos resultan.